Desde que Rusia invadió Ucrania, los agricultores de un pueblo tras otro en las llanuras pampeanas argentinas han recalibrado sus planes ante el aumento de los precios de los cultivos y de insumos como los fertilizantes. Seis semanas después, se perfila una tendencia: el país sudamericano está listo para un auge del girasol.
Rusia y Ucrania habitualmente representan casi el 80% de las exportaciones de aceite de girasol. Con la caída de los envíos en medio de la agitación de la guerra, se abrió una puerta para que Argentina, el mayor proveedor de aceite de soja, reactive su industria del girasol.
La siembra en la temporada 2022-2023 podría llegar a 2 millones de hectáreas (4.9 millones de acres), dijo en una entrevista Guillermo Pozzi Jáuregui, presidente de la Asociación Argentina de Girasol. Eso sería una quinta parte más que la temporada anterior y la mayor superficie en 14 años, según datos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
El cambio tiene sentido para los agricultores argentinos: los precios del aceite fabricado a partir de las semillas de girasol están en su punto más alto; los aranceles de exportación del 7% son mucho más bajos que los de otros cultivos; y el girasol requiere relativamente poco fertilizante, que se ha vuelto escaso y muy caro.
Sin embargo, algunos productores no podrán aprovechar la oportunidad porque proveedores como Syngenta, de ChemChina, y Corteva Inc. no puede reproducir semillas en Argentina con la suficiente rapidez para satisfacer el enorme crecimiento de la demanda. Importar no es una opción porque la genética vegetal no será la adecuada para las condiciones argentinas.
No hay ningún otro país que pueda absorber la crisis mundial de producción de girasol como Argentina, según Pozzi Jáuregui. “Los agricultores plantarán todo lo que puedan, pero estarán limitados por la disponibilidad de semillas”.
La temporada de siembra en la Pampa comienza en octubre, aunque las regiones del norte, que representan una cuarta parte de la superficie cultivada, empiezan a sembrar en julio.
Un problema más apremiante para los agricultores es qué hacer en el próximo invierno, cuando se cultiva trigo y cebada. Argentina normalmente es el séptimo mayor exportador de trigo, con Rusia y Ucrania entre los primeros en una clasificación del Departamento de Agricultura de Estados Unidos que combina todos los envíos de la Unión Europea.
A diferencia del girasol, el trigo, que se siembra a partir de fines de mayo, necesita muchos y costosos nutrientes para su cultivo. Y con otros costos también por las nubes, como el diésel y los arrendamientos a menudo vinculados a los precios de la soja, puede ser un juego de suma cero para las ganancias.
El trigo también corre el riesgo de una fuerte interferencia en las exportaciones de un Gobierno intervencionista que intenta proteger de la inflación alimentaria a los argentinos, cuyos alimentos básicos son el pan y la pasta.
A pesar de la combinación de mayores costos y el riesgo argentino, los números no son malos y la temporada podría ser similar a la última, cuando Argentina produjo un récord de 21.8 millones de toneladas métricas, según afirma Miguel Cané, presidente la Asociación Argentina de Trigo, Argentrigo.
Pero advierte que, con la intervención del Gobierno, los agricultores pasan de una actitud ofensiva a una defensiva: gastar lo menos posible ahora y esperar tiempos mejores.
Eso podría hacer que la superficie cultivada se reduzca si los agricultores del granero del sur de la provincia de Buenos Aires optan apenas por el trigo este invierno en el hemisferio sur, o pasan directamente al girasol en la primavera, lo que dejaría rezagada a la soja.
“Las ganancias del trigo empeorarán”, dijo el mes pasado en una feria comercial Miguel Fortuna, que vende semillas en Intendente Alvear, un pueblo en la vecina provincia de La Pampa. “Y hay mucho interés en torno al girasol”.
Es probable que las semillas de girasol le quiten superficie de cultivo al trigo en las zonas del norte, donde las plantas crecen al mismo tiempo, según Esteban Copati, jefe de estimaciones agrícolas de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Incluso mientras los agricultores y comerciantes sortean la volatilidad de los mercados de materias primas y los riesgos políticos, deben prestar mucha atención a la amenaza de un tercer patrón climático consecutivo de La Niña que traería un nuevo episodio de sequedad a Argentina, dijo Copati.
Hay mucha incertidumbre con los precios de los cultivos, los costos de los insumos y la política local, pero pasa a un segundo plano con respecto al clima, según afirma Copati. Las lluvias están restaurando la humedad en los perfiles del suelo, lo cual es positivo, pero estamos ante una tercera La Niña que podría limitar la humedad superficial necesaria para que las semillas germinen, agrega.