Inferno, la película (a propósito de las expectativas no cubiertas)
“La película fue buena, pero el libro fue mejor”. Lo he oído muchas veces. Quizás ustedes también.
Esto es precisamente lo que me pasó cuando hace poco fui al cine a ver la película “Inferno” basada en el best seller del mismo nombre del escritor Dan Brown y que motivó un artículo publicado hace algún tiempo en este blog.
La sensación, creo, siempre es la misma. Cosas que faltan, personajes poco producidos, escenas poco explotadas, pasajes muy cortos o muy largos, etc. Expectativas no cubiertas. Son raras las ocasiones en que no asoman estas sensaciones cuando uno ve una película luego de haber leído previamente el libro en el que se basa.
Pensando en ello, me pregunto ¿cuántas veces nuestras expectativas no se han visto cubiertas luego de revisar lo que dice una norma y ver la forma en que la misma se aplica en la práctica? ¿Cuán larga es la brecha que existe entre aquello que leemos en la norma publicada y lo que vemos ocurre en la realidad? ¿Alguien mide esto?
Ejemplo 1: La norma señala que un procedimiento de fiscalización aduanera deberá ser concluido en un plazo no mayor de un año. No obstante, transcurre mucho más de este plazo (a veces más del doble) sin que el procedimiento concluya.
Ejemplo 2: La norma señala que la Aduana podrá “dudar razonablemente” del valor declarado. No obstante, en la práctica nos topamos con dudas muy poco razonables que no se sustentan en parámetros necesariamente objetivos.
Ejemplo 3: La norma señala que para ajustar el valor en aduana deberá verificarse la existencia de una “condición de venta”. No obstante, sucede que lo que en la práctica se verifica constituye, en realidad, una “condición de compra” que fluye de los términos de un contrato en el cual el vendedor extranjero de los productos importados no participa.
Entonces ¿hay forma en que las operaciones de comercio exterior se vuelvan más “predecibles”? ¿Podríamos aspirar a que la distancia entre lo que dice la norma y lo que ocurre en la realidad al menos se acorte un poco?
No queda muy claro cuál es el origen del problema ¿es de producción normativa o de interpretación normativa? Si fuese lo primero, el problema estaría en aquellos que generan las normas sin conocer mucho la práctica. Si fuese lo segundo, el problema estaría en aquellos que aplican las normas y las interpretan sin causes de razonabilidad respecto del fin perseguido.
Como suele ocurrir, la verdad tiende a estar al medio de los extremos compartiendo matices de ambos. Me parece que esto es lo que sucede cuando se analiza la problemática descrita. Quizás las normas requieran ser menos teóricas y contar con una mayor dosis de realidad, casuística y experiencia práctica. Pero quizás también las normas requieran ser interpretadas en el sentido que más clara y razonablemente fluya de la misma.
Lo que se requiere es que los operadores de comercio exterior puedan realizar sus operaciones de manera más segura y predecible.
Para ello, algunas ideas que servirían: i) uniformización del uso de términos (llamar a las cosas de una sola manera sin usar sinónimos o similares); ii) uso de un lenguaje sencillo (sin tecnicismo ni palabras rebuscadas); iii) establecer definiciones claras y completas (glosario de términos); iv) no interpretar la norma de la manera más complicada posible; v) cumplimiento efectivo de plazos de procedimiento.
Cosas simples, o muy simples, pero que no necesariamente se cumplen.
Como diría Confucio “la vida es realmente simple, pero insistimos en complicarla”.