¿Qué país somos?
Claudia Alvarado Arbildo, alumna de Economía de la Universidad del Pacífico
A menos de 1 semana de las elecciones presidenciales y congresales del bicentenario, no hay certeza sobre lo que le depara a nuestro país. Durante el último año, hemos sido duramente golpeados por una crisis sanitaria, económica, política y moral, pero además nos toca elegir con desaliento el próximo gobierno de entre la superficial oferta política —el “mal menor”—. En tal sentido, vale la pena analizar brevemente qué Perú llega a estas elecciones y cómo debemos afrontar lo que se viene.
Es evidente que nuestro país ha recibido un golpe muy fuerte en la economía debido a la pandemia. La naturaleza del choque comenzó afectando a la oferta de bienes y servicios —como consecuencia de las restricciones para intentar detener el avance del virus— pero que, a más de un año de comenzada esta crisis, se ha trasladado a la demanda —es decir, a los consumidores— a través de la incertidumbre por el futuro. Así, de acuerdo con cifras del BCRP, la actividad económica en 2020 se contrajo 11.1%, luego de 21 años consecutivos de crecimiento. Sin embargo, cabe resaltar que esta contracción fue menor a la estimada al inicio de la crisis (se proyectaba 12.5% en junio de 2020), contribuyendo a la recuperación la flexibilización de las medidas sanitarias, junto a la progresiva reanudación de actividades y los estímulos fiscales y monetarios, además de las perspectivas positivas sobre la vacunación en nuestro país.
Ahora, si bien en la última década se experimentó un entorno macroeconómico nacional y global favorable que permitió que las cifras de incidencia de pobreza monetaria se redujeran —de 37.3% en 2008 a 20.2% en 2019, según el INEI—, la fragilidad de esos resultados se ha hecho dolorosamente evidente durante la pandemia: más allá del ingreso económico, las graves brechas en cuanto a seguridad alimentaria, nivel y acceso educativo, acceso a servicios básicos como agua, calidad del empleo, acceso a conexión a Internet y género se han profundizado. En tal sentido, es importante que, en los próximos años, se cambie de perspectiva y se deje de priorizar al crecimiento económico como fin en sí mismo, y más bien se utilice este como una herramienta más para reducir estas desigualdades efectivamente. En menos de un año, el país ha retrocedido en todos los hitos que había logrado en la última década con el crecimiento económico y el próximo gobierno se encargará de la difícil tarea de intentar recuperar lo perdido. Ello implica comprender que esto no se trata de dar soluciones de poca duración que otorguen popularidad al gobierno de turno, sino que se debe trabajar en una estrategia articulada de largo plazo que permita un desarrollo sostenible. En el contexto en el que nos encontramos, será esencial mantener esta idea en mente, pues no se puede volver a este ciclo en el que buenos resultados económicos sirvan como justificación para dejar de trabajar en la mejora de las condiciones de vida de millones de peruanos.
Es en este punto que interviene el accionar de la clase política. Como es evidente, nuestro país ha funcionado décadas bajo un sistema de representación desnaturalizado, basado en desigualdades, caracterizado por la corrupción y que beneficia a unos pocos. En consecuencia, los peruanos nos hemos vuelto sobrevivientes de una clase política que por años ha pospuesto temas prioritarios —como infraestructura, salud, seguridad, educación, entre otros— que pudieron amortiguar el gran golpe que acarrea la pandemia.
Ahora bien, ¿qué debemos esperar de nuestros nuevos representantes? La variedad presentada en los planes de gobierno no permite responder esto. Cada partido tiene su propia agenda y, sin duda, tendremos un Congreso igual o más fragmentado que el actual y una importante oposición al presidente electo, independientemente de quiénes sean los ganadores. Lo único que nos queda hacer como ciudadanía es ser más vigilantes ante el accionar de los políticos, fortalecer los mecanismos de rendimiento de cuentas y no poner las manos al fuego por ningún político.
Indudablemente, hay muchos factores más que nos definen como país. Sin embargo, este breve análisis nos permite ver claramente que somos un país en una situación de gran incertidumbre de cara a nuestro bicentenario. No obstante, el Perú que llega al bicentenario es uno golpeado, pero resiliente y, por ello, es de vital importancia que en los próximos años no solo fortalezcamos nuestra economía, sino también nuestra democracia.