#YoSalgoEnBicicleta
Bruno André Herrera, estudiante de Economía de la Universidad del Pacífico
La cuarentena que acatamos limita nuestro uso del transporte público y privado y eso nos ha ofrecido imágenes que algunos jamás hubieran imaginado ver. Una avenida Javier Prado completamente libre de congestión vehicular en plena hora punta, ciudades libres de smog y casi nula contaminación sonora gracias a nuestra parcial ausencia en las calles.
¿Podríamos coexistir con esa realidad manteniendo a nuestro sistema de transporte una vez que retorne a la normalidad? El Covid-19 ya nos está obligando a revisar esos esquemas, por la razón o por la fuerza.
La vía de dos ruedas
Los análisis indican que sí es posible conservar gran parte de estos privilegios, pero enfatizan en que es indispensable trasladar el enfoque del transporte hacia vehículos unipersonales, sin motor de combustión. La estrella de ese grupo sería, como siempre: la bicicleta.
No solo por sus beneficios ambientales (mínima huella de carbono), económicos (menor costo por viaje, menores costos de mantenimiento, menores costos complementarios, etc.) o de salud, sino también por su eficiencia como un medio de transporte que permite el distanciamiento de sus usuarios durante la pandemia.
La necesidad de implementar y mejorar el sistema de ciclovías se hace más urgente si tomamos en cuenta los recientes estudios que vinculan la calidad del aire con la tasa de mortalidad a causa del nuevo coronavirus. La investigación llevada a cabo por un equipo de la Universidad de Harvard concluyó que la exposición a metales pesados y smog contribuyen, al menos, en un 15% al aumento de la mortalidad del Covid-19.
Ciclovías express
En Alemania, por ejemplo, las calles se están rediseñando de tal manera que los ciclistas puedan contar con más espacio para mantener las medidas de distanciamiento y, de este modo, evitar la propagación de la enfermedad. Haciendo uso de materiales tan sencillos como cinta amarilla, las calles se redibujan para brindar mayor libertad a las bicicletas, las cuales son prácticamente la única alternativa al suspendido transporte público. Más cerca y con mayor anticipación, en Bogotá, fueron habilitados, en una semana, 117 kilómetros de ciclovías para evitar grandes aglomeraciones de pasajeros en el Transmilenio. ¿El Perú podría replicar estos ejemplos?
Una batalla pasiva
Ahora que sabemos que la lucha contra esta pandemia no acaba con la cuarentena, es indispensable desarrollar un plan proactivo que desaliente el uso de transporte masivo en la forma en la que se hacía antes de las medidas de aislamiento social. Las imágenes de buses y trenes atiborrados de pasajeros son inconcebibles en la sociedad post-Covid-19 y, por este motivo, el Ministerio de salud, el Ministerio de Transportes y Comunicaciones y los municipios deben desarrollar juntos una política pública que proteja a los ciudadanos de potenciales focos de infección.
Lamentablemente, en el Perú no se han promovido estrategias similares hasta el momento. Esto se debe en gran parte a la exigua cantidad de ciclovías tanto en Lima (Bogotá le saca una ventaja de 336 Km, por ejemplo) como en las regiones. Otro factor clave que impide la implementación de programas semejantes es la virtual inexistencia de una cultura ciclista. En nuestro país se sigue viendo al vehículo de dos ruedas como un medio recreativo, mas no como una forma de transporte. Si esta pandemia está cuestionando nuestros hábitos de higiene, también podría obligarnos a cambiar los hábitos de transporte que tanto daño nos hacían y no nos dábamos cuenta. Por todo esto, cuando termine la cuarentena, #yosalgoenbicicleta.