Cuando pase el temblor: el metro tras el distanciamiento
Rodrigo Oblitas, estudiante de Economía de la Universidad del Pacífico
Los tiempos difíciles siempre han dejado llagas en la sociedad. En el caso de las pandemias, más allá de las cuantiosas pérdidas humanas, estas han repercutido a lo largo de la historia moldeando las costumbres, cultura e incluso creencias de las personas. Dicho esto, ¿de qué manera cambiarán nuestras actividades, hábitos y estructuras con la crisis actual? Desde un evidente incremento de control sanitario en los procesos industriales y comerciales, hasta una necesaria reforma del sistema de salud (e incluso del sistema de pensiones) se vislumbran en el horizonte de los próximos años. A continuación, se discuten posibles cambios en uno de los servicios más importantes para una gran parte de la población de la capital: la línea 1 de Metro de Lima.
Es importante partir aclarando que el alcance del impacto del Covid-19 estará muy relacionado con el tiempo que tarde descubrir, probar, producir y distribuir la vacuna para la enfermedad. Si esta se tuviese mañana en todo el país, probablemente la influencia sería menor. Lamentablemente, esto no será así, pues se proyecta que estará disponible, cuando menos, para mediados del próximo año. Por tanto, con el progresivo levantamiento de la cuarentena, se observará una dinámica distinta en el transporte urbano en general. De hecho, en las últimas semanas, para el metro y los otros medios de transporte masivos, se han ordenado ciertas normativas: en las unidades vehiculares, se opera al 30% de capacidad y se llevan a cabo los protocolos de protección e higiene dispuestos por el Gobierno.
Con el término de la inmovilización social, el miedo al contagio motivará a la población a evitar la aglomeración, por lo que la demanda por los servicios del tren disminuirá. Es muy probable que un segmento del público esté dispuesto a costearse un vehículo privado y que otro haga uso de las ciclovías (de las cuales hay un plan de construcción de 70 km en toda la ciudad). Además, el hecho de que la demanda por otros medios de transporte masivo también caiga hará que un menor número de personas emplee el metro, pues varios de estos utilizan ambos medios en una sola ruta: así, por ejemplo, los usuarios que necesitan realizar uno o más viajes en microbús para llegar a una estación de tren para dirigirse a su destino final, tendrían que enfrentar un elevado riesgo de contagio que muchos no estarían dispuestos a aceptar. No obstante, una gran parte del público seguirá necesitando el servicio, especialmente aquellos que abordan desde las primeras estaciones en ambas direcciones (norte y sur) y que viajan largos tramos.
Asimismo, otro factor de importancia será la regulación necesaria sobre la función del metro. Aparte del límite de aforo y la práctica de procedimientos de desinfección de trenes, se tendrá que enfrentar la problemática de la conformación de largas filas en las estaciones durante las horas punta y de la aglutinación en las escaleras y los andenes. Todo esto generaría un menor ingreso por cada recorrido de tren, requerimiento de disponibilidad de abordaje en menor tiempo y que los costos de operación y de control requeridos sean mayores, además de un posible desembolso necesario en el proceso de adecuación de las unidades, para cumplir con las regulaciones sobre distanciamiento. Dado que el contrato de concesión de la Línea 1 estipula que el gobierno es quien recauda los ingresos del servicio y que es este quien realiza un pago fijo, por kilómetro cubierto, a la empresa GyM Ferroviarias, el efecto de la caída de la demanda sería absorbido por el gobierno que, a corto plazo, se vería en la obligación de aumentar el cofinanciamiento a la empresa, además de cubrir el aumento de costos de operación. Quizás, a mediano o largo plazo, se podría contemplar el aumento del monto de la tarifa para compensar el cambio en el presupuesto público.
En alguna medida, es posible que pueda mitigarse el impacto negativo de la demanda si se autoriza el ingreso escalonado de trabajadores por horarios: con el objetivo de evitar horas punta, los funcionarios estatales podrían ingresar a laborar en distintos intervalos de tiempo. Con esto, el metro podría llegar a atender una parte importante de esta demanda por transporte con distanciamiento, aunque requeriría una expansión del horario de atención. Se podía amortiguar aún más el efecto negativo en la medida que el sector privado también adopte esta práctica laboral.
En el transcurso de las próximas semanas, con el proceso de reinserción de la sociedad a la actividad en las calles, la dinámica del transporte en el tren sufrirá cambios en comparación a lo visto antes del distanciamiento social, debido principalmente al miedo a enfermar y a las regulaciones necesarias sobre el servicio, las cuales generarían un menor ingreso por cada unidad vehicular, la necesidad de mayor cantidad de viajes y un aumento en la estructura de costos.
No obstante, como se recalcó al principio, los cambios que aparezcan a raíz de la crisis actual, responderán en proporción al impacto que el Covid-19 tenga en la población. Quién sabe si en un par de años todos estemos vacunados o seamos inmunes y nos importe menos el estar luchando por 10 cm² de espacio en el tren con tal de llegar a nuestros centros de estudios o trabajo a tiempo, o si es que en realidad sigamos evitando salir de casa.