La Fase I del acuerdo entre EE.UU. y China
Por Fernando Ruiz, alumno de Finanzas de la Universidad del Pacífico
Hace más de tres años se celebraron las elecciones presidenciales número 58 de Estados Unidos. Meses antes, uno de los candidatos a la presidencia de EE.UU., Donald Trump, concedió una entrevista al periódico New York Times. A lo largo de aquella, el empresario aseguró por primera vez a la masa electoral su intención de colocar un impuesto de 45% a las importaciones chinas dentro del país norteamericano.
La propuesta tenía dos razones de ser. Primero, el gran déficit comercial que existía, especialmente con la potencia asiática: los ingresos por las exportaciones estadounidenses con destino China eran menores al desembolso generado por importaciones provenientes de China. Segundo, dar respuesta a la antigua práctica china de presionar a empresas extranjeras para que transfieran sus tecnologías a las empresas locales.
En aquel entonces, el sicólogo Dan P. McAdams –autor de El Extraño Caso de Donald Trump– describió al mandatario como una persona cuya personalidad podría llevarlo a tomar riesgos políticos: los mismos riesgos que, en su momento, le permitieron construir múltiples torres lujosas, campos de golf y una colosal fortuna. No le faltó atino a McAdams. Tras ganar las elecciones, Trump incluso extendió su propuesta: desde julio de 2018 hasta la actualidad, ha decretado hasta cinco alzas arancelarias hasta por un monto total de US$550 mil millones. El déficit comercial ha ido mejorando durante el transcurso de 2019, pues la imposición arancelaria a China por parte de EE.UU. recayó sobre un monto de exportaciones mayor al que, en respuesta, China impuso a Estados Unidos. Aun así, surgió una preocupación por el impacto de las menores importaciones de EE.UU. sobre el consumo, el componente más grande del PBI norteamericano.
Ganadores y perdedores de la guerra comercial
En el resto del mundo, no es difícil encontrar algunos “ganadores” de este conflicto, categoría dentro de la cual Perú no parece encajar. Por ejemplo, según el Fondo Monetario Internacional, en 2018 las exportaciones de soya brasilera hacia China se incrementaron en reemplazo de menores exportaciones del producto desde Estados Unidos. En el mismo año, la disminución de aproximadamente US$850 millones de importaciones desde China hacia EE.UU. fue casi compensada por un aumento de exportaciones mexicanas hacia EE.UU.
El caso peruano difiere de países como Brasil y México. El Perú no es un rival exportador ni de EE.UU. ni de China. Mientras que Brasil y México exportan productos que EE.UU. o China necesitan, y que también son producidos por la otra potencia comercial (China o EE.UU.), el Perú es más bien un exportador de materias primas que sirven de insumo para la fabricación de ciertos productos chinos, los cuales posteriormente se exportan hacia Estados Unidos. Por este motivo, encontramos al Perú en una etapa más inicial de la cadena productiva.
El cobre peruano en la cadena productiva
El principal aporte del Perú al inicio de esta cadena es el cobre: después de la plata (seis veces más cara), este metal es el principal conductor de energía; por ejemplo, semiconductores, dispositivos electrónicos, entre otros, lo requieren para su fabricación. Ahora, según La Oficina del Representante de Comercio de EE.UU., la principal categoría de importación desde China en 2018 fue precisamente la maquinaria eléctrica. De allí que el país asiático requiera grandes cantidades de este metal. Y no sólo eso: China constituye casi la mitad de la demanda de cobre mundial. En el Perú, el cobre configura casi el 30% de las exportaciones, y las exportaciones de cobre únicamente con destino a China representan cerca del 18% de las exportaciones totales.
En dicho contexto, la guerra comercial impacta negativamente sobre la economía peruana. Mayores aranceles a las exportaciones chinas desincentivan la elaboración de los productos exportables, los cuales emplean gran cantidad de cobre. Como consecuencia, las exportaciones peruanas también se deterioran. Sin considerar diciembre, las exportaciones peruanas de cobre cayeron (-9.4%) el último año según Sunat. La Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía detalla que tanto una caída del precio de los metales como una menor producción han deteriorado el valor de las exportaciones. La balanza comercial también ha reflejado un panorama desfavorable. Según ComexPerú, para noviembre de 2019, la balanza comercial peruana cayó (-33.2%) con respecto al cierre del 2018.
La Fase I del acuerdo comercial entre Estados Unidos y China
Advirtiendo que tales efectos perdurarían ante un prolongamiento del conflicto, ¿mejorará la situación comercial peruana tras la Fase 1 del acuerdo entre EE.UU. y China? Tras su firma el pasado miércoles, se estableció un compromiso de reanudar las compras agrícolas por parte de China y modificar la práctica de transferencia de tecnología a empresas chinas, a cambio de reducir sólo algunos aranceles.
En un principio, no se puede negar que este avance en las negociaciones reactivaría las exportaciones peruanas. Sin embargo, la sostenibilidad de esta “bonanza” es cuestionable. Primero, a pesar de que el conflicto comercial deteriora el consumo de EE.UU. –a través de menores importaciones desde China–, Trump no parece estar dispuesto a sacrificar la balanza comercial.
Las elecciones presidenciales se encuentran nuevamente cerca: dejar de manifestar el cumplimiento de una de sus mejores propuestas podría jugarle en contra. Tampoco es de esperar que una personalidad como Trump –inclinada por el riesgo– priorice un análisis económico riguroso por encima de asegurar su reelección. Segundo, China es el rival directo por el liderazgo tecnológico del futuro: proteger la tecnología nacional y limitar la expansión de su rival parecen ser, para el mandatario, las armas del presente para asegurar el dominio del futuro. Por último y más importante, los fundamentos de la economía peruana la vuelven dependiente de las tensiones comerciales.
La solución de fondo recae en nuestra economía
¿Y si Perú se convirtiera en un “Brasil” o “México”? No en el sentido de comercializar sus productos, sino de emprender el cambio de nuestra posición dentro de la cadena productiva. El desarrollo de cadenas de valor complejas parece ser el camino para adquirir la inmunidad frente a un escalamiento de la guerra comercial. Por un lado, nos permitiría competir en el comercio internacional, al crear otros canales de exportación. Por otro lado, independizaría nuestro consumo. Actualmente, nuestro déficit comercial con EE.UU. es US$-3,177 millones en el 2019 (sin diciembre), y las importaciones tanto de EE.UU. como de China suman 45.1% de nuestras importaciones totales. Producir bienes medianamente industrializados contribuiría a satisfacer el consumo de múltiples empresas y consumidores nacionales.
La estabilidad económica y flujo de inversión son ingredientes vitales para la industrialización de nuestros recursos. Mientras que la primera ha sido alcanzada gracias al Banco Central y el Ministerio de Economía y Finanzas, las condiciones para atraer flujos de inversión real aún siguen edificándose. En los últimos meses, Perú logró tener el menor riesgo país de la región, pero aun así la misma guerra comercial ha alejado los flujos de capital de los países emergentes. Incluso con el pequeño impulso de la firma de la Fase I del acuerdo y los acuerdos comerciales que posee con otras plazas, la incertidumbre global y regional retiene grandes cantidades de inversión potencial.
La Fase I puede proporcionar alguna tranquilidad, pero los objetivos de Donald Trump son claros: la tecnología china no puede superar a la de EE.UU., pues aquella representa el pilar de la economía del futuro. Y menos a costa de una transferencia directa de la actual tecnología norteamericana. ¿Será el momento de que no sólo EE.UU. y China, sino Perú también decida el futuro de su economía?