Desastres por Voluntad Propia
El título de este post puede parecer chocante. Para entenderlo mejor, lo comenzaré con la conclusión de mi post de Junio del 2013: “Desastres Naturales”-Son Naturales? A falta de gestión del riesgo de desastres, hasta un fenómeno natural de mediana intensidad puede provocar un gran desastre. Una vez escuché a alguien decir: “los desastrosos somos nosotros, más que los sismos”. ¿Cuántas veces la expresión anglosajona: “a disaster waiting to happen” (un desastre que sólo está esperando suceder) se justifica plenamente? Este no es un tema donde se deban permitir las dudas, la indecisión, la lentitud, la actitud rutinaria, las trabas burocráticas: todas ellas nacen muchas veces de una terrible subestimación del riesgo, del auto-engaño (hasta la inconsciencia) frente a la realidad, de prioridades ultra-individualistas y de varias formas de flojera, tanto física como intelectual.
En dicho post, explicaba por qué la distinción en nuestra normativa de gestión de riesgo de desastre entre desastres naturales y desastres causados por el hombre era en realidad artificial, y cómo decir en este último caso “inducidos por la acción humana” tampoco era suficiente, porque también podían ser inducidos por la inacción humana. Eso, no me venía de algún don especial o algo por el estilo, sino de una cultura de la gestión de riesgos relativamente antigua en ciertos sectores de los bancos del mundo desarrollado basada en la experiencia, que fue la mía durante años, y cada vez más frecuente en varios organismos internacionales, donde ya se prefería usar la expresión “desastres asociados a fenómenos naturales”. Además, en Francia, el presidente Chirac, muy sensible a lo que entonces parecían ser riesgos emergentes, había defendido y logrado introducir el llamado “principio de precaución” en la Constitución francesa, a pesar de una fuerte oposición, y el debate había sensibilizado a mucha gente. Y en el Perú, no era un enfoque nuevo, aunque a menudo mal entendido y visto como una imposición por la mayoría en el Estado: era el enfoque que subyace a la existencia del Programa Presupuestal 068 para la reducción del riesgo de desastres, y ciertas reglas sobre la inversión pública en el antiguo SNIP. No por nada, en muchos posts, prefería poner “desastres naturales” entre comillas.
En los últimos años, especialistas e investigadores especializados en los desastres vienen llevando una campaña, con slogans y hashtags, con el mismo mensaje: los desastres no son naturales. Y acaba de salir el libro quizás más completo sobre el tema, que mencioné hace poco, el del investigador Ilan Kelman : Disaster by Choice, How our actions turn natural hazards into catastrophes. En castellano sería: Desastres por voluntad propia, cómo nuestras acciones transforman a los fenómenos naturales en catástrofes. La palabra Choice, expresa fuertemente la idea de que se trata de desastres evitables, que se tenía la opción de hacerlo de manera diferente y de tomar mejores decisiones, y no se hizo así; y nuestras acciones se refiere también a nuestras inacciones, que son también una decisión, siendo la falta de decisión lo mismo para todos fines prácticos, aún más en lo que a pérdidas humanas y consecuencias materiales y financieras se refiere. ¨Para aquellos que pueden leer inglés, recomiendo fuertemente su lectura, no sé cuándo estará disponible en castellano.
Qué mejor ejemplo ilustrativo, desgraciadamente, que la pandemia Covid 19 actual. Las pandemias y epidemias son en general un tipo de riesgo híbrido, cuyo origen es natural (microorganismos como virus y bacterias) como en muchos fenómenos naturales (que incluyen a los biológicos), pero cuya dinámica tiene un componente especialmente fuerte de factores humanos. Por eso, en el Planagerd 2014-2021 se les menciona en fin de cuentas (a causa de esa lógica binaria de la normativa fundacional del 2011, que no me gustaba) como un desastre causado por el hombre. Ya tuve la oportunidad de comentar en un post reciente sobre la relación entre desastres y epidemias la preocupación que me generaban interpretaciones limitativas de normativas relacionadas que dejaran a las epidemias y pandemias fuera de las posibilidades de uso de las líneas contingentes para desastres y de posibles instrumentos de mercado de cobertura paramétrica. Lo increíble es que, en la SBS, por el contrario, sí hubo el reflejo de escribir a las entidades cuando hubo la pandemia del H1N1 en 2009-2010 o antes por la gripe aviar (aunque ciertos grandes bancos ya trabajaran el tema por instrucción de sus matrices ya fogueadas por la pandemia del SARS)
Justo después de mi post del 15 de marzo último, Ilan Kelman publicó un notable post sobre cómo la pandemia Covid 19 era un desastre sobre todo causado por el hombre. Les envío el link, para aquellos que no lo hayan visto ya en Linkedin.
http://nautil.us/blog/a-professor-of-disasters-and-health-on-covid_19
Y es cierto que la secuencia de eventos es terrible. Empezando en China con algo que me recordó muchísimo el fiasco de la inauguración del aeropuerto de Chep Lap Kok en Hong Kong, en razón de una cultura burocrática vertical del miedo, que mencioné en in post que escribí en Noviembre del 2013 sobre “El Miedo a Decirlo, Fuente de Riesgo Operacional”. Aunque luego China haya reaccionado bien y enérgicamente, y no sea su culpa tener en su territorio a esos ultra-infecciosos murciélagos tan autóctonos como los simpáticos osos panda (y no sea culpa de los países del Medio Oriente tener dromedarios-agentes del MERS, ni de los mexicanos tener un fuerte desarrollo de la crianza del chancho desde la Conquista), ese factor burocrático jugó un rol inicial clave, pues Wuhan, más grande que Lima por si no lo saben, es una de las ciudades más internacionalmente conectadas de China, un polo de excelencia a la vez industrial, científico y tecnológico y universitario. Tendrán que sacar las lecciones no sólo propias, pero también de la mejor reacción de otras entidades chinas (Hong Kong y Taiwán-o Chinese Taipei en los foros internacionales), o de la de un sistema político similar como el de Vietnam, porque algo parecido ya les había pasado con el SARS del 2003.
Por supuesto, las reacciones en la gran mayoría de países occidentales y ciertos grandes países latinoamericanos fueron aún más tardías, con mucha indisciplina de parte de la población que aún impera en algunos, y ni hablar de las que mejor ilustran lo que escribe Kelman, con líderes de ciertos grandes países que ya se ha visto cómo han actuado últimamente y desde antes (ya se sabe quién desmanteló el sistema de alerta temprana y respuesta temprana ante pandemias de su país, y también ignoró advertencias de sus sectores militar y de inteligencia), llegando algunos a extremos de ridículo, y con consecuencias catastróficas, y siguen actuando en algunos casos (hay otra gran nación y potencia todavía no en ese radar que nos va a deparar muy probablemente una pésima sorpresa). En Francia fue un factor agravante el abandono progresivo de la política de enormes stocks estratégicos de mascarillas instaurada hace años bajo Chirac, en Italia aparentemente la descentralización extrema del sistema de salud y en España esa descentralización extrema del sistema de salud combinada a un accionar inicialmente más motivado por la ideología que por otra cosa (grandes manifestaciones promovidas por el mismo Gobierno y una contramanifestación de un partido de oposición). En Irán fueron intereses del poder político y religioso inicialmente, aunque probablemente las sanciones norteamericanas hayan impedido una mayor capacidad de reacción posterior.
Por eso, desgraciadamente, la recuperación macroeconómica post-Covid 19, será probablemente muy lenta en la gran mayoría de países, y una empresa como Lufthansa lo avizora así. Y también un reciente estudio del BID. Y hay que prepararse para ese escenario, para ir adaptando las medidas sociales, macrofiscales y macroprudenciales; diría que facilitar los despidos no es una buena idea y menos aún en ese caso.
En el Perú, la indisciplina demasiado extendida que se observa, más el carácter inoperante, y hasta totalmente dañino en ciertos casos fácilmente reconocibles a nivel local o regional (que han llevado a reemplazar a ciertos gobernadores regionales por las FFAA en los comandos regionales anti-Covid 19, y me sorprendería que no hayan más casos), más el sabotaje y obstaculización por parte de ciertos sectores (por ideología o por puro canibalismo político) no me incitan al optimismo en cuanto a la capacidad de aplanar la curva rápidamente, a pesar de todos los esfuerzos del Gobierno, que hasta ahora se ha mostrado entre lo mejor de América Latina, hasta en la capacidad de ir corrigiendo lo que no funciona, un proceso de aprendizaje por el que han tenido que pasar también varios países desarrollados a causa de la indisciplina de sectores de su población (y que no se puede replicar, por las diferencias de idiosincrasia y de circunstancias sociales – los comportamientos de indisciplina tienen orígenes diferentes). Ese proceso de aprendizaje también incluye, y eso sí vale en la gran mayoría de países, el saber decir y explicar que este tipo de cuarentenas difícilmente puede durar menos de 6 semanas, salvo en pequeños países extremadamente bien organizados, a la vista de la experiencia internacional acumulada; anunciar períodos cortos cuando ya se ha visto que países mucho más desarrollados han tenido que prolongar las medidas, no ayuda a forjar disciplina. La gente tiene que saber que “desconfinar” prematuramente puede ser fatal.
Y abundando en el sentido del artículo de Ilan Kelman: en el Perú, la poca inversión en salud pública de muchos años, con una desigualdad cada vez mayor, nos está pasando la factura: aquí también se trató de decisiones políticas, es decir un desastre fabricado paulatinamente por adelantado, que se hubiera producido con cualquier pandemia similar.
Hace unos días salió en Gestión un excelente artículo del médico peruano basado en París, el Dr. Enrique Casalino, quien tiene la experiencia tanto del Perú como de Francia, y nos permite ver las cosas con más perspectiva y entender mejor los esfuerzos actuales del Gobierno.
Hay que tener bien claro que el Gobierno, que también está haciendo gigantescos esfuerzos para reducir el impacto social del confinamiento a pesar de la enorme informalidad dominante, acrecentada por la situación de los migrantes venezolanos que también deben ser incluidos, informalidad que complica mucho el trabajo (¿qué hubiera sido sin los programas sociales creados o incrementados hace unos años, que pusieron “en el mapa” a tanta gente que no lo estaba?), y que todavía tiene que afinar ciertos aspectos, no va a poder hacerlo todo y necesita la colaboración de todos.
El Perú todavía está a tiempo para que la pandemia, que ya constituye un enorme shock, pues tendremos de todas maneras una gran recesión global, como lo han podido recordar economistas como Waldo Mendoza y Miguel Castilla, no se convierta en un desastre total, como está sucediendo en otros países.