Supervisión Macro-Prudencial y Riesgo de Desastres- Situación al 2020
Desde un post de diciembre del 2012 he venido alentando en varias oportunidades a que se tome en cuenta al riesgo de desastres como una de las amenazas más significativas para la estabilidad financiera, recordando también en el 2014 que se trataba una de las fuentes relativamente poco conocidas de riesgo país. Fui progresivamente mencionando que debía incorporarse a la supervisión macro-prudencial (como escenarios de estrés de carteras crediticias, en un post de Agosto del 2015). Desde entonces esto se ha ido reconociendo paulatinamente en el ambiente internacional, pero enfocándolo sobre todo a partir del cambio climático.
A pesar de que todavía tenemos voces diciendo que los bancos centrales y supervisores financieros no deberían meterse en el tema del cambio climático (como el actual dirigente de la FED norteamericana), tenemos ahora efectivamente a una amplia red voluntaria de bancos centrales y otros supervisores (55 miembros) conocida por sus siglas NGFS (Network for Greening the Financial System), para cuya formación los bancos centrales de Francia y de Holanda han jugado un rol clave, y donde encontramos de paso tanto a los bancos centrales como a los supervisores financieros de Colombia y México así como a uno de los reguladores de Chile, y que tiene como observadores a las instituciones reguladoras internacionales de Basilea así como al FMI y al Banco Mundial.
Una de las grandes novedades del año 2019 es que efectivamente se ha visto tanto a las instituciones de Basilea, el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), y el Comité de Basilea para la Supervisión Bancaria (BCBS, por sus siglas en inglés), como al FMI publicar textos al respecto, enfocándose esencialmente en el cambio climático. Incluso en Enero de este año, el BIS ha publicado un libro de título muy sugerente, “El Cisne Verde” (The Green Swan), que a muchos recordará el título del famoso libro de Nassim Taleb, “El Cisne Negro”, donde criticaba la subestimación de riesgos a partir de modelos estadísticos. Cabe sin embargo recordar que ya van varios años que el FMI reconoce a los desastres y a los temas ambientales como una de las fuentes de riesgos fiscales (los riesgos para la sostenibilidad fiscal de largo plazo), un tema sobre el cual también he tenido la oportunidad de escribir.
Estas evoluciones las expongo en un nuevo post en inglés, en el sitio web del programa de cooperación con bancos centrales (BCC, por sus siglas en inglés) implementado por el Graduate Institute del Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra con fondos de la cooperación suiza (SECO). Como es ampliamente conocido, Suiza es uno de los países de referencia en términos de calidad de la banca central y de gestión de las finanzas públicas.
Pero al mismo tiempo recuerdo que la integración a la supervisión macro-prudencial no puede limitarse al cambio climático, tema de gran complejidad en cuando a su implementación, y que se debería de manera más concreta e inmediata hacerlo, como ya he tenido otras oportunidades de decirlo, con el riesgo de desastres. No olvidemos que en el Perú y en otros países, además de los riesgos de origen climático, tenemos al riesgo sísmico como fuente potencial de riesgo financiero sistémico. Medidas muy concretas son necesarias y posibles en países de desarrollo y emergentes.
Les comunico el link de dicho post, en el cual he añadido una serie de textos internacionales de referencia relacionados con este tema de una manera u otra, además de dar una lista de acciones macro-prudenciales muy concretas e implementables en el corto plazo.
No olvidemos además que el riesgo de desastres incluye también a las epidemias y pandemias (que tiene más de desastres provocados por el hombre que naturales, aunque puedan interactuar y mezclarse, como ya lo escribí el año pasado), que en casos extremos pueden también afectar a los sistemas financieros y a las finanzas públicas, como la crisis del Ebola de hace unos años en algunos países de Africa del Oeste. Y como lo estamos viendo ahora desde el punto de vista macroeconómico, la crisis del nuevo coronavirus terminará por hacerse sentir en los sistemas financieros y las finanzas públicas de algunos países. No olvidemos que en América Latina estamos viviendo una epidemia de dengue algo inhabitual, y no podemos descartar que en el futuro sean peores.
Y que, en ciertos países, como el Perú en 1982-83 y en 1998, desastres “naturales” (con todo lo que se conoce ahora con el nuevo siglo, se podría decir que más bien tenemos ahora “desastres auto-provocados” – o Disaster by Choice , título de un libro que se acaba de publicar, del distinguido investigador Ilan Kelman), han actuado como factores de empeoramiento de una crisis financiera sistémica debida a otros factores. Traten de imaginarse un mega-sismo en Lima y Callao que coincida con una crisis financiera global (algo así conoció también Turquía alrededor del 2000), aunque francamente, aún sin ninguna crisis financiera global, dicho mega-sismo de relativa alta probabilidad por las características de la falla de subducción frente a Lima y Callao, podría ser absolutamente catastrófico para no pocas instituciones financieras.
Razones adicionales para que los reguladores y supervisores financieros sigan impulsando la adopción de buenas prácticas de continuidad del negocio (la SBS acaba de publicar un nuevo Reglamento al respecto), favoreciendo en cooperación con el Ministerio de Economía y Finanzas en el Perú (o Ministerios de Hacienda en otros países) la mayor penetración de los seguros entre los hogares y las empresas, y promoviendo prácticas de provisionamiento conservadoras y requerimientos de capital más elevados cuando sea necesario (seguramente hay entidades financieras más vulnerables al riesgo de desastres que otras).
Un comentario adicional: aunque yo mismo critico el énfasis excesivo en el cambio climático como tema de acción para los bancos centrales y los supervisores financieros, olvidando al riesgo de desastres en general, también reconozco que el cambio climático es para muchos países (muchos de ellos muy pobres o con enormes bolsas de pobreza en ciertas regiones, como el Perú) un factor de empeoramiento del riesgo de desastres y del riesgo país, entonces no debe ser tomado a la ligera de ninguna manera, y aún menos en un país como en el Perú, donde ya estamos viendo los efectos negativos del cambio climático, como en muchos países en desarrollo y emergentes (los efectos positivos parecen más bien producirse en algunos de los países más ricos del hemisferio Norte).
Me extraña un poco no ver a instituciones peruanas en el NGFS, un foro único de intercambio de ideas supervisoras, sobre todo sabiendo que el Perú ha sido uno de los primeros países del mundo en tener una ley relativa al cambio climático. Nada impide tomar acciones macro-prudenciales muy concretas en lo que respecta al riesgo de desastres en sí, que siempre ha existido (y que nunca se ha tomado en cuenta debidamente en la supervisión macro-prudencial, salvo para acciones ad hoc en general acertadas estos últimos años cuando se producen desastres) y al mismo tiempo hacerlo para el cambio climático; hubo un reglamento SBS sobre riesgos socio-ambientales hace unos años, pero se pensaba más en los riesgos de conflictos al respecto, quizás sea una buena oportunidad para actualizarlo aprovechando las mejores prácticas internacionales y en coherencia con los compromisos internacionales del Perú, y tomando en cuenta a los últimos conocimientos científicos. Salvo personas muy ideologizadas y/o con intereses financieros muy particulares, incluso los que no creen en la génesis humana del cambio climático, ya no lo niegan (lo atribuyen más a fenómenos cíclicos de largo plazo; personalmente diría en base a la evidencia histórica y científica, que hay una combinación de los dos); es un punto de consenso esencial para lograr tomar acciones concretas más allá de las disensiones al respecto, sin olvidar que el cambio climático empeora el riesgo de desastres derivado de fenómenos climáticos, lo que impacta en los sistemas financieros; países en desarrollo y emergentes no pueden darse el lujo de olvidarlo.