El Arte de Empeorar el Riesgo de Desastres
En los últimas semanas recibí información compartida por dos grandes especialistas internacionales de la gestión de riesgos, que algunos de ustedes deben conocer, Kevin Blanchard, Director de DRR Dynamics, que ha trabajado en varios proyectos de la UNISDR, con un enfoque humanitario, y Regina Phelps, fundadora de Emergency Management & Safety Solutions, y gran especialista de la gestión de la continuidad del negocio y de la gestión de crisis, acerca de lo alarmante que era la construcción de altísimos rascacielos en zonas de San Francisco donde la calidad del suelo era dudosa, por decir lo menos. Esto sólo puede hacernos reflexionar, porque también tiene que ver con nosotros.
En uno de los casos que uno de ellos mencionaba, se estaba produciendo ya algo de hundimiento en una de las torres consideradas como uno de los grandes éxitos arquitectónicos de San Francisco. Para los que no lo saben, San Francisco, situada en California, sufrió un terremoto especialmente devastador a principios del siglo XX. Una de las lecciones aprendidas era que se trataba de una ciudad donde, por el tipo de suelos, no era muy seguro construir edificios altos.
No es la primera vez que nos enteramos de algo así en los EE.UU., supuestamente el país más desarrollado del mundo. Quizás algunos recuerden que luego de la oleada de huracanes del año pasado, han ido saliendo a la luz informaciones y reportajes muy detallados sobre cómo en las ciudades de Miami y de Houston se había construido en lugares que se sabían recontra-inundables y vulnerables; incluso en una de ellas se llegaba al extremo grotesco de que había un sistema de seguro obligatorio que iba a generar grandes pérdidas al sistema estatal correspondiente….pues esas “construcciones donde no deberían estar” estaban aseguradas. De paso, la misma manera de construir conde no se debería fue un factor maximizador de daños en New Orleans, cuando se produjo el huracán Katrina hace unos años.
Una vez tuve la oportunidad de comentar que en los EE.UU., uno de los problemas era que la mentalidad anticientífica, que lleva también a considerar a los fenómenos naturales como “actos de Dios”, estaba tan arraigada en muchos sectores del país (cada vez más, a decir verdad, hay como una involución al respecto; se nota con la actitud respecto del cambio climático, por ejemplo), que finalmente la idea de que los desastres se pueden evitar o reducir significativamente con planeamiento urbano y con prevención, no les es familiar; conviven con el problema, nomás, en una suerte de fatalismo (en un reportaje en Houston, se veía a muchos que decían que iban a seguir viviendo ahí). Y esa mentalidad parece estar difundiéndose cada vez más, se diría que la idea misma de prevención del riesgo de desastres está retrocediendo, en combinación con una “religión” de la maximización de las ganancias de corto plazo por parte de otras partes interesadas. En ese caso, resulta más cómodo auto-convencerse de que los desastres son siempre naturales y no “naturales”.
Me recuerda lo que está sucediendo en algunos países de fe musulmana. Para desesperación de los técnicos musulmanes que buscan desarrollar los seguros contra desastres en dichos países, ya se empieza a oír a ciertos teólogos decir que ese tipo de seguros serían contrarios a la fe musulmana. Y sin embargo, la técnica del seguro en el mundo musulmán es muy antigua (se usa la palabra “takaful”, que conlleva una visión moral, de cooperación mutua y de prestarse ayuda los unos a los otros, que lleva a la mutualización de riesgos; simplifico, porque el “takaful” tiene varias modalidades). Los árabes, con sus caravanas, eran grandes comerciantes y acostumbraban compartir los riesgos, y el mismo profeta Mahoma había validado la práctica; con el tiempo los comerciantes árabes trajeron, junto con la difusión de su religión, sus técnicas avanzadas a las costas de Africa y del Asia del Sudeste. Durante mucho tiempo los árabes estuvieron mucho más avanzados que el Occidente cristiano medieval. Ahora Malasia, país de mayoría musulmana, es uno de los principales centros mundiales del “takaful”. Y también a pesar del fatalismo pre-islámico muy arraigado en las culturas de ciertos países musulmanes, existe en dicha religión la idea de que salvar vidas es bueno a los ojos de Dios (lo que empalma con la prevención) y la de la ayuda mutua (lo que favorece la mutualización del riesgo). Espero que en dichos países, de los cuales muchos tienen altas tasas de pobreza, no se involucione como en los EE.UU.
¿Qué tienen que ver las mencionadas y sorprendentes malas prácticas norteamericanas con nosotros? Muchísimo.
Porque en lo que respecta a construir donde no se debe, o construir de manera peligrosa, sin tener en cuenta el más mínimo criterio de prevención, e insistir de manera repetida en no sacar la más mínima lección de los desastres, luego de grandes declaraciones solemnes afirmando lo contrario cada vez que se produce un gran desastre “natural”, y que se van diluyendo en nuestra maraña burocrática, nuestro país se encuentra tristemente entre los campeones mundiales, así como la bajísima penetración de los seguros contra desastres es totalmente incongruente con nuestro grado de inversión y con nuestras aspiraciones de formar parte de la OCDE. Y se sigue construyendo de manera desordenada, a menudo “a la bruta”, sin pensar nunca en los riesgos para el agua, y sin ningún planeamiento urbano en Lima y Callao (la palabra “planeamiento” sigue siendo una “palabrota” impronunciable, casi sacrílega, y hasta blasfematoria, en gran parte de nuestra élite).
Así como se sigue despreciando con tanta insistencia a la continuidad del negocio (u continuidad operativa en el sector público, donde incluso se hace todo para “descontinuarla”, incluso dando la apariencia de que se hace algo) y se sigue despreciando, sobretodo en el sector público, la vida de los colaboradores (y hasta de los usuarios de los servicios públicos) dejándolos en locales inseguros y no haciendo gran cosa, salvo cosas cosméticas, para mejorar dicha situación, incluso paralizando esfuerzos anteriores para mejorarla.
Tal vez en nuestro país se esté creyendo de manera creciente también, como en gran parte de la Edad Media europea, que estos son puros “actos de Dios” con los que no hay que meterse, y que sea lo que Dios quiera. Aunque, si uno observa bien, gran parte de la falta de cultura de reducción del riesgo tiene que ver mucho más con la mentalidad de ganancias monetarias de corto plazo: construir rápido y mal y donde sea para ganar más o ahorrar más, o búsqueda de lo que llamo “ganancias burocráticas” (que se haga una enésima consultoría o estudio innecesario para favorecer a alguien, o para demorar las cosas más tiempo para “patearlas” a un futuro indeterminado, o para dar la impresión de que se hizo algo más, o para justificar post-facto la inacción prolongada).
El problema es que hay algo que nos diferencia de las grandes potencias económicas: una ciudad donde se derrumban o inundan muchos edificios y casas, más allá de que puedan haber muchas víctimas, sufre prácticamente sola las consecuencias (salvo que sea una ciudad totalmente clave en las cadenas logísticas internacionales), no se notará mucho en el PBI del país. En nuestro caso, y en otros países donde se acumula en la ciudad capital tanto un porcentaje desmesurado de la población y del PBI como el centro de gobierno del país, las consecuencias pueden ser absolutamente catastróficas tanto en número de víctimas, como de consecuencias macroeconómicas y sociales, como para el funcionamiento del Estado y la gobernabilidad del país. Sin contar que en un país atomizado como el nuestro, el centralismo (visión puramente limeña así como sus imitaciones regionales o locales en cuanto a apetitos de poder), nos hace olvidar que lo que pueda sucederle a Lima y Callao puede hacerle muchísimo daño al resto del país, y que en otras regiones, las necesidades sociales y de no ser abandonadas por el Estado son más apremiantes aún. Entonces, hay mucho menos margen para hacer cosas desconcertantes y para caprichos y susceptibilidades adolescentes.
Dejando de lado el punto de vista ateo o agnóstico, que por supuesto razonará desde criterios esencialmente científicos y técnicos (aunque también puedan aplicar criterios morales semejantes a los de las grandes religiones), en Francia existe un viejo dicho “Aide-toi, Dieu t’aidera”, algo así como “ayúdate primero a ti mismo, y Dios te ayudará”; está subyacente la idea de que esperar la ayuda de Dios no lo exime a uno de su responsabilidad personal y de poner de su parte.
Dos frases para terminar de quitarse el sesgo fatalista (que muchas veces esconde cortoplacismos e intereses personales de todo tipo, en realidad) que tanto daño le hace a la gestión del riesgo de desastres:
. una enviada por Kevin Blanchard, en un cuadrado de llamativo color rojo . “Guarde la calma y repita conmigo: LOS DESASTRES NO SON NATURALES”; como dijo una vez nuestro sismólogo nacional Hernando Tavera, “los desastrosos somos nosotros, no los terremotos”
. la de Francis Ghesquière, Responsable del GFDRR (Global Facility for Disaster Reduction and Recovery) como introducción al magnífico estudio: “The making of a riskier future: How our decisions are shaping future disaster risk”: “Tomorrow’s risk is being built today” (los riesgos de mañana se están construyendo ahora); el crecimiento desordenado de las ciudades es uno de los mayores factores para ello.