Probabilidad Estadística y Gestión del Riesgo
En el post de fines de Junio último sobre las matrices de riesgo operacional, mencionaba cómo se tendía a subestimar el nivel de riesgo de los eventos de muy baja frecuencia, olvidando que su impacto podía ser altísimo. Esta manera de pensar no se ve sólo en el riesgo operacional, se puede notar en otros tipos de riesgos. Y se puede caer en ello incluso mediante razonamientos sofisticados, de tipo matemático/estadístico, a partir de data histórica. Es algo que se podría ilustrar con la afirmación extrema que les doy a continuación, para meditarla.
“Acabo de terminar un detallado análisis estadístico de la vida del Presidente Bush. Durante 58 años, lo que representa casi 21 mil observaciones (nota: es decir días, en lenguaje estadístico), no murió una sola vez. Por lo tanto, puedo afirmar, con un alto grado de probabilidad estadística, que el presidente Bush es seguramente inmortal”.
Esta afirmación puede hacer sonreír, pero es citada nada menos que por Nassim Nicholas Taleb, el famoso autor del libro “El Cisne Negro” en el 2007, en un libro anterior suyo publicado en el 2004, es decir mucho antes de la crisis actual, llamado “Fooled by Randomness” (que se podrìa traducir por “engañados por el azar”).
En la página anterior del mismo libro ya aparece la temática del “cisne negro”, al mencionar la afirmación: “Ningún cisne es negro porque he observado a 4000 cisnes, y nunca he visto uno”, que no es lo mismo que confesar que en realidad no se sabe, porque no se ha logrado ver a todos los cisnes y que es mejor afirmar, con menor riesgo de equivocarse, “no todos los cisnes son blancos”. Es el eterno problema de las “muestras estadísticas”.
Se ha acusado a menudo a Nassim Taleb de ser demasiado provocador, con sus ejercicios de “reductio ad absurdum” sobre ciertas lógicas, pero desgraciadamente la experiencia ha mostrado también a menudo que demasiada gente, incluyendo al mundo de las finanzas, termina en la práctica pensando de la manera caricatural que él describe, y lo que es peor, gestionando el riesgo a partir de razonamientos similares. Es más, muchos también lo harán de manera espontánea. intuitiva o empírica, sin hacer muchos cálculos. Pero hacerlo a partir de demostraciones matemáticas es más peligroso, pues eso da un mayor barniz de “seriedad científica”, “impresiona” e influye en mucho más gente.
Es lo que sucede por ejemplo con la técnica de medición del riesgo de mercado que se ha vuelto el indiscutible estándar internacional, el VaR (value at risk, o “valor en riesgo” en castellano). Para simplificar, mide el riesgo de que inversiones de diferentes tipos pierdan valor en razón de las fluctuaciones en los precios de todo tipo de activos, o de los tipos de cambio, por ejemplo. Si se calcula para períodos de 30 días, se podría así observar que la volatilidad es relativamente baja durante la inmensa mayoría de esos períodos. Muchas veces se incluye también correlaciones entre precios de activos en los cálculos. Se usa data histórica real y otros tipos de simulaciones. Y es así que se determina el nivel de riesgo al que se está expuesto.
En tiempos normales, y sobre todo si se usa la técnica para portafolios diversificados, el VaR parece funcionar muy bien y ser una herramienta de medición del riesgo muy útil. El problema es que basta un período de crisis o de volatilidad algo prolongada para echar por tierra los supuestos con los que se hicieron los cálculos, y quedarse con riesgos insuficientemente cubiertos, incluso de manera tal que se puede llegar a la quiebra. La última Crisis hizo realmente trizas al VaR; pero ya se habían producido muchas alertas que hacían decir a algunos especialistas en gestión de riesgos, que había que tomar esa técnica de medición con pinzas.
Y sin embargo, en los medios especializados se ha hecho lo imposible para no cuestionar dicha técnica en sus fundamentos y se ha buscado antes que todo mejorarla de diferentes maneras, como el “VaR estresado”; está bien tomar en cuenta a la experiencia para mejorar, pero uno no puede evitar quedarse con la impresión de una forma de desesperación casi religiosa para salvaguardar un dogma, como si dejar de pensar en términos de VaR lo dejara a uno incapaz de vivir, o por lo menos de soportar el vértigo de la incertidumbre total, es decir de la vida real; hay como una necesidad de aferrarse a algo que sea más o menos seguro, aunque sea intelectualmente.
En fin de cuentas, el verdadero optimismo, es decir el de tipo lúcido, no consiste en tratar de auto-convencerse con múltiples cálculos de que la incertidumbre es baja, sino en aceptar que la incertidumbre es en general inevitablemente alta, y a pesar de ello, tomar decisiones de todo tipo y seguir invirtiendo. Y así lo hacen muchísimos emprendedores: se lanzan nomás, “se la juegan”, saben que hay riesgos, incluyendo el de equivocarse y el de no haber visto todos los riesgos, pero igual emprenden. Y en general lo hacen poniendo de su propia plata, aunque lo complementen con deuda. Por ello es tan importante que los gobiernos y los políticos en general pongan todo de su parte para no crear incertidumbres adicionales, ya es suficiente con las que de todas maneras hay; no todos tienen la capacidad de sacar provecho de situaciones de inestabilidad extrema, sobre todo si a veces ello supone usar métodos delincuenciales donde la incertidumbre es eliminada de manera artificial (como el jugar con diferenciales de tipo de cambio en base a información privilegiada en regímenes de control de cambios).
Algo parecido sucede con los banqueros que toman decisiones de prestar tomando el riesgo de que algo salga mal, sin disponer personalmente de los grandes colchones financieros que pueden brindar las actividades altamente especulativas cuando las cosas van bien. Las consecuencias para ellos son siempre más duras que para los dedicados a líneas de negocio más especulativas (en general mucho mejor remunerados) y tratan de identificar los riesgos lo mejor posible para ver cómo mitigarlos. Son también “optimistas lúcidos”.
A veces da la impresión de que los que más necesitan auto-convencerse, incluso con razonamientos y metodologías intelectualmente sofisticados, de que la incertidumbre y los riesgos son muy bajos, son los que tienen temor a las decisiones difíciles y/o plenamente conscientes, y los que más fácilmente juegan con el dinero de otros.