Gestión de Riesgos: la Importancia de la Formación
Algo que puede resultar un gran misterio para muchos es por qué gente que uno puede considerar como muy preparada y con diplomas de primer nivel puede gestionar tan mal los riesgos. En el post anterior sobre la caída del grupo Finance One daba el ejemplo de la brillante educación superior de su fundador y de sus principales ejecutivos. Pero todo lo que se puede leer sobre la crisis financiera de estos últimos años tiene como grandes protagonistas a gente intelectualmente muy brillante, con títulos de primer nivel.
Dejaré de lado los ya tan mencionados temas de la codicia de muchos o de los incentivos perversos creados por el tipo de remuneración, o de la tendencia al sobre-optimismo cuando la economía anda bien, para concentrarme en un factor menos visible, y menos mediático, de una cierta dificultad a gestionar bien los riesgos aún para personas que no sean especialmente codiciosas e inescrupulosas o sobre-optimistas.
Se trata de un conjunto de fallas estructurales en la formación financiera y de administración de empresas que muchos ejecutivos e incluso funcionarios públicos han recibido durante muchos años a partir de los años 70, empezando por los EE.UU., pero no únicamente en ese país, pues no hay que olvidar la innegable influencia que han podido ejercer sus universidades en las de otros países, por lo menos en algunas.
Hablo de fallas estructurales en el sentido de que han contribuido a que se pierda muchas veces de vista hasta nociones elementales de gestión de riesgos que deberían considerarse como de sentido común.
Les doy aquí algunos ejemplos para su reflexión; tal vez hayan formado estos parte de su propia experiencia o lo están siendo actualmente.
1) Tenemos el de la falta de enseñanza de la ética de los negocios. Esta crisis tuvo como una de sus consecuencias varios mea culpas de directivos de grandes centros universitarios y escuelas de negocios norteamericanos sobre el hecho de que habían logrado producir ejecutivos muy brillantes pero con escasa o nula formación en ética de los negocios. Esto, en sistemas de enseñanza basados en estudios de casos, que obligan a reflexionar y a hacerse preguntas, puede resultar peligroso. Si uno está constantemente aprendiendo cómo generar mayor rentabilidad, cómo ser más eficiente, cómo ganarle a la competencia,, etc. sin tener que preguntarse en ningún momento si los métodos utilizados no presentan algún “dilema moral”, hasta ciertas cosas que aprendió de chico se van como “borrando”, y uno se va desorientando. Por eso no debería sorprendernos que muchos protagonistas del engaño a clientes y a inversionistas con acciones dot.com o con bonos tóxicos no parecieran darse cuenta de que habían actuado mal: muchas veces no es mala fe, con toda sinceridad no entienden por qué se les está cuestionando, además de hacerlo porque causaron grandes pérdidas (esa parte sí llegan a entenderla). Esa mentalidad es la que ha llevado a maximizar los riesgos de gobierno corporativo y de reputación en muchas empresas.
Para muchos estudiantes en nuestro país que han estado en la Pacífico, o en la Católica, o en la Universidad de Piura, por ejemplo (en Colombia se podría mencionar a la Javeriana y muchas otras más en la región), y que sí han visto enfoques de ética de los negocios, esto puede sorprender, pero pueden haber notado la diferencia al hacer sus MBAs en los EE.UU. Es muy posible que la formación inicial ejerza acá una suerte de contrapeso que no existió en algunos países de Asia; una de las razones de la rehabilitación de Confucio y de los valores tradicionales en China es que los dirigentes del país se dieron cuenta de que muchos de sus ejecutivos eran muy brillantes pero totalmente centrados en el resultado y en el dinero, y con pocos escrúpulos, algo que algunos atribuyen a las secuelas de la Revolución Cultural. Cuando uno ha tenido la oportunidad de leer o escuchar a algunos de los máximos dirigentes de nuestro sector financiero, se nota un enfoque totalmente ausente en los grandes protagonistas de la crisis actual: “visto nuestro tamaño y peso en la economía no podemos ser irresponsables con nuestros riesgos”, “más vale que el crédito se expanda algo menos pero de manera más pareja que mucho durante un tiempo para tener un bajón brusco después”, “nos preocupa el sobreendeudamiento en algunos segmentos de la clientela”, son algunos ejemplos bastante recientes; ojalá todos pensaran así.
Algo similar al fenómeno norteamericano terminó notándose en varias escuelas de negocios europeas; en Francia hubo algunas comedias que se inspiraban en el tema o hacían alusión a éste a través de uno de los personajes, y se habló de los años 1984-1995 como “les années-fric” (los años-dinero, en jerga), no sólo por ciertos escándalos, sino por un culto excesivo de la performance financiera y de la toma de riesgos en detrimento de toda otra consideración, que convirtió a ciertos empresarios que hacían operaciones de alto riesgo en estrellas mediáticas, casi en referentes obligados; un fenómeno algo extraño en un país conocido por una fuerte cultura del ahorro y de la cautela financiera, y de la solidaridad social. Inútil decir que muchos de estos empresarios y gerentes adulados terminaron mal, justamente porque habían tomado riesgos excesivos y muchas veces jugado con los límites de la legalidad.
2) Otro es el énfasis excesivo en la creación de valor para el accionista, como fin supremo de la empresa. Si uno observa bien, puede encontrar definiciones existentes o pasadas de la gestión de riesgos como algo cuyo objetivo debe ser la creación de valor y hasta la idea de que los supervisores financieros deben asegurarse de que los bancos creen valor para sus accionistas (a través de une buena gestión de riesgos, por supuesto), una visión que excluye de plano toda visión macroprudencial de la supervisión financiera. Como esto afectó también al sector real, recuerdo que en Francia muchos denunciaron entonces la “financiarización de las empresas”.
Este énfasis se manifiesta a través de varias distorsiones que terminan por ser factores de un manejo inadecuado de los riesgos:
- la importancia excesiva dada al retorno sobre capital empleado (ROCE en inglés) , que es la rentabilidad operativa sobre patrimonio + obligaciones de largo plazo; si se fijan bien, esta tenderá a ser mayor si el capital es menor y si las deudas, en vez de ser de largo plazo, son de corto plazo; es un incentivo para no retener los resultados en la empresa, es decir distribuir más dividendos y para tener demasiada deuda de corto plazo o sino reducir la inversiones en activos fijos (y renovarlos menos); lo que importa ahí es la performance a corto plazo, esa que muchos grandes inversionistas en bolsa quieren. Pero ya imaginan que eso aumenta las vulnerabilidades de una empresa
- la insistencia en el retorno sobre le capital (ROE en inglés), que es la utilidad neta sobre el patrimonio de la empresa; los inversionistas exigían rentabilidades cada vez más altas, debajo de 15 % uno era visto como un desastre. Eso lleva muchas veces no sólo a tratar de maximizar utilidades como sea (el sólo hecho de no querer ser visto como menos “rendidor” que las empresas similares llevó a olas de despidos que no se justificaban por una mala situación de la empresa) sino a no considerar importante tener un patrimonio importante, generándose así incluso operaciones de reducciones de capital para repartirlo a los accionistas, sin hablar de super-dividendos adicionales. Otra vez, una amenaza para la sostenibilidad a largo plazo de las empresas, no sólo en lo financiero sino en cuanto al riesgo operacional, puesto que reducciones excesivas de personal o de ciertos gastos de mantenimiento indispensables pueden multiplicar a la larga los eventos de riesgo operacional y maximizar sus impactos (imagínese reducir los costos de los seguros tomando seguros con menores coberturas para sus activos industriales; pues eso sucede)
- la idea de que el capital propio (patrimonio, o equity) también tiene un costo para la empresa como lo tiene la deuda, y que ese costo hay que minimizarlo; entonces se va a calcular el costo promedio ponderado del capital invertido (dándose aquí al “capital” un sentido similar que en el ROCE, es decir que incluye a las deudas) que es el WACC en inglés. Uno pensaría, desde el punto de vista de la empresa, que para el patrimonio (equity) los dividendos son un costo, entonces sería mejor que las utilidades sean retenidas, pero no, lo que se adopta es la perspectiva del accionista, estableciendo comparaciones, para resumir, de la rentabilidad esperada por el mercado con lo que sería la inversión en activos como los bonos del Tesoro por ejemplo. Se crea así un incentivo inverso, pues la idea es que un equity que no rinde un cierto mínimo cuesta más (recuerden el ROE), y además, desde esa perspectiva, que la empresa se financie mediante equity o deuda no es lo más relevante, incluso puede resultar con ese cálculo, si las tasas de interés están bajas, ¡que financiarse con más deuda, entonces apalancarse lo más posible es mejor! Sin comentarios desde el punto de vista del la gestión del riesgo…Y por supuesto, si el WACC es alto (lo que desde esta perspectiva puede ser si el mercado espera tener un ROE muy elevado y si una empresa no lo tiene), entonces debe elevar el ROCE más aún, con los riesgos que ya mencioné
- la manera cómo se calcula el “valor actual neto” o VAN de una inversión; el VAN permite medir la rentabilidad de una inversión trayendo a valor presente todos los flujos que se espera traerá esa inversión; el truco está en la tasa de actualización usada; cuanto más baja (lo que sucede si se usan modelos que subestiman los riesgos pues se tomará una tasa de interés más baja que refleja un riesgo más bajo), mayor será el valor presente de esos flujos futuros, entonces, mayor será la rentabilidad esperada por los inversionistas; el problema es que muchas veces el riesgo es mayor y se debió usar una tasa más alta; entonces esa rentabilidad esperada no era realista. Eso explica cómo muchos proyectos más riesgosos de lo que parecían se aprobaron al ser vistos como rentables: no aguantaron ni la más mínima desaceleración económica.
- el uso distorsionado del “Flujo de caja libre” (FCF en inglés); en principio es una magnífica herramienta para prevenir mejor el riesgo de liquidez, y hasta el riesgo del negocio en general, pues permite realmente conocer lo que quedará disponible para pagar deudas, al incorporar no sólo los márgenes operativos sino las variaciones del capital de trabajo y hasta ciertos gastos de inversión indispensables para que la empresa siga funcionando (cada x tiempo hay que renovar equipos). Pero si uno, presionado por accionistas cortoplacistas, desea mostrar el FCF más alto posible, pues ello se traduce en una utilidad neta aún mayor, se puede incurrir en las prácticas siguientes : reducir inventarios de insumos más allá de lo necesario, quedando vulnerable a cualquier interrupción de la cadena de abastecimiento, retrasar pagos incluso a proveedores estratégicos que pueden terminar dando la prioridad a otros clientes, no hacer inversiones en activos fijos necesarias o incluso deshacerse de ciertos activos estratégicos para tener más caja en el corto plazo, y pasar a ser arrendatario de la entidad financiera o vehículo que los compró (pero después hay más gastos de alquiler, y en caso de dificultades posteriores uno puede terminar perdiendo hasta el uso de esos activos indispensables para su actividad futura).
Ahora se insiste mucho en la RSE y se habla de la noción de “valor compartido”: ¿pero se traduce eso en la manera de enseñar las finanzas?
3) Y por supuesto, la confusión entre la buena gestión de riesgos y la adopción de técnicas cuantitativas para la medición de los riesgos, los famosos “modelos”.
Se olvida que esas técnicas sólo son una herramienta más de gestión, son un apoyo, pero no son la gestión. Y sin embargo, para tomar el ejemplo del riesgo de crédito, cuántas veces uno, si abre ciertos libros de gestión de riesgos de créditos, o ciertos programas de enseñanza, sólo verá cómo hacer modelos de medición y las nociones que permiten hacerlos, así como los softwares que se usan para ello. Y por ahí quizás, técnicas de reducción del riesgo cómo los diferentes tipos de derivados, aplicando esos mismos modelos para describir sus bondades.
Muchas veces me he encontrado con personas que hablaban con mucha “autoridad” sobre riesgo de crédito, pero al poco tiempo uno se daba cuenta que lo único que conocían realmente de éste eran técnicas estadísticas de medición y uso de derivados sofisticados. Nunca habían tenido experiencia práctica del riesgo de crédito en todas sus dimensiones, lo que sólo se adquiere “en la cancha” trabajando en entidades financieras o en empresas del sector real fuertemente expuestas a este riesgo.
Es un riesgo donde la experiencia es esencial. Es una de las razones por las cuales en las entidades de supervisión financiera al reclutar jóvenes inspectores, es bueno tener a gente que haya empezado su vida profesional en alguna entidad financiera, y con experiencia de ese tipo, y de no ser el caso, que empiece primero haciendo supervisión de terreno durante sus primeros años, pues la auditoría detallada también permite aprender mucho del funcionamiento real de las empresas financieras y de los errores que pueden cometer.
Algo parecido sucede con el riesgo de mercado: los que lo “viven” realmente, se dan perfectamente cuenta de que los modelos usados sólo funcionan para períodos cortos, o condiciones normales, y saben jugar muy bien, tanto para limitar sus riesgos al no subestimarlos como para aprovechar ciertas oportunidades, con los “picos” de variaciones muchas veces ignorados por los modelos. Eso será, si no están con objetivos de ganancias cortoplacistas, pues esos modelos que subestiman riesgos son muy usados con esa óptica para tomar mayores riesgos de lo razonable. Acá también he tenido la oportunidad de ver a gente mucho más interesada por las discusiones detallistas sobre esos modelos de medición (sin cuestionarlos), y por los mejores softwares para usarlos, que por la reflexión profunda sobre los factores de ese riesgo y su gestión más allá de los modelos, que por supuesto es mucho más “aburrida”, pues supone recurrir más al uso del sentido común, a la experiencia, al complicado análisis de su interacción con otros riesgos, y a un buen conocimiento de la historia financiera.
Conclusión
La manera cómo se enseña la gestión de riesgos, no sólo en las universidades y escuelas de negocios, sino también en los centros de formación gremiales y los de las mismas entidades financieras es y seguirá siendo será clave; si el enfoque es el de la máxima rentabilidad en el corto plazo, nos estamos creando problemas a futuro.
Muchas veces es bueno desarrollar un “espíritu cuestionador” respecto de lo que a uno le enseñan. Desgraciadamente muchas veces la enseñanza escolar no favorece la formación de ese espíritu crítico y del sano escepticismo. A la larga, eso es malo para la formación de verdaderas capacidades de gestión de riesgos.
Una pequeña anécdota para terminar: al empezar el milenio tuve la suerte de asistir a un taller de profundización de análisis financiero, organizado por unas ex ejecutivas del grupo Chase. Me contaron que una de las razones de su partida era que luego de la fusión con Chemical Bank, la “cultura de riesgos” había cambiado, en el sentido de una mayor agresividad, y no estaban de acuerdo con ello. Algunos banqueros le teníamos mucha desconfianza al mentado banco antes de que fusionara con la Chase, por su manera sesgada de subestimar riesgos cuando sindicaba operaciones riesgosas (de las cuales guardaba lo mínimo posible: ya era la lógica “originate to distribute”, tan cuestionada con esta crisis).