Las ineficientes horas extras
¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? Ésta es la pregunta trascendental que muchas peruanas y peruanos se hacen cuando ya dan las ocho de la noche y aún se encuentran en sus oficinas, mientras sus hijos ya se han dormido o han tenido que cancelar reuniones con amigos. Para muchas personas, en este mundo competitivo, la vida pareciera transcurrir entre las cuatro paredes de una oficina, en jornadas que superan las 10 horas.
En este contexto, me pregunto si no es tiempo de que los empresarios peruanos, los líderes y ejecutivos comiencen a cambiar ciertas costumbres y reglas para poder hacer más competitivas sus empresas y a la vez hacer más felices a sus trabajadores o colaboradores.
Creo que una acción urgente, que podría lograr estos dos objetivos es que se respeten las ocho horas de trabajo, tanto en el ámbito público como en el privado. No pido que se reduzca la jornada laboral, tal como se ha hecho en países como Holanda, Dinamarca o Suecia. Solo que se respeten las ocho horas.
¿Por qué creo que esta acción podría mejorar la competitividad y la felicidad de los trabajadores? Porque ya está demostrado hasta la saciedad que una empresa competitiva es aquella en donde los colaboradores hacen de manera óptima su trabajo en el tiempo adecuado; de esta forma, –los trabajadores–, pueden tener más tiempo para otras actividades que los hagan felices.
En nuestro país, en muy pocas empresas y entidades públicas se respeta el horario de las ocho horas y en cambio se ha desarrollado y difundido, –lo que yo llamo–, la cultura de las “sillas calientes”, una práctica en la cual se valora que el trabajador pase más tiempo en la empresa, en vez de que haga con eficacia su trabajo.
¿Por qué pasar más tiempo en la oficina no garantiza la efectividad de un colaborador? Porque, simplemente, el objetivo del trabajador se convierte en hacer sus labores en el mayor tiempo posible y no con eficacia. El trabajador dilata sus labores para que su jefe considere que es una persona competitiva, mientras calienta la silla y no hace nada.
En la lógica perversa, en la que el trabajador que está más tiempo en la oficina es el mejor, una labor que podría tomarle dos horas las hace en cuatro o cinco para parecer que es un trabajador con la “camiseta” de la empresa o de la entidad pública.
Yo creo que la mejor cultura de trabajo es aquella donde se ponderan los objetivos por encima de todo. Las empresas que muestran una alta competitividad y colaboradores felices son aquellas donde se trabaja por resultados, donde se plantea un objetivo, se planifica y se realizan las labores en ese marco. No se desperdician recursos como el tiempo libre del colaborador, pago de horas extras, electricidad, equipos de trabajo, entre otros.
Por estas razones considero que las horas extras, tal como lo dice su nombre deberían darse solo en ocasiones extraordinarias, donde verdaderamente amerite quedarse más horas en la oficina.