MI ABUELA Y LA NUEVA NORMALIDAD
Puedo entender que mi abuela, siendo una anciana que bordeaba los noventa y tantos, haya utilizado la guija y no el WhatsApp para comunicarse con sus amigas. Pero, de ahí a que ella misma afirmara con vehemencia que con una barajada de cartas del Tarot era capaz de ver el futuro o adivinarle a uno la talla y el color de los calzoncillos, me parecía una reverenda tontería. Es que la matusalénica anciana creía sí o sí en sus sobrenaturales poderes de adivinación tal cual usted y yo lo hacemos con el día y la noche.
Lo cierto es que la nonagenaria vaticinó con matemática precisión el día de su muerte, cosa que tampoco era muy difícil de pronosticar tomando en consideración que por su avanzada edad hacía como diez olimpiadas que estaba jugando el tiempo suplementario.
Resulta que la noche anterior a que cuelgue oficialmente los tenis -y subrayo oficialmente, porque mi abuela ya había hecho una docena de amagos preliminares que habían terminado en la sala de emergencias del hospital del pueblo- soñó que moría. Hasta este punto de la historia podríamos afirmar que tenía sangre de pitonisa en las venas. Pero, está narración pecaría de incompleta si no mencionara un detalle: la anciana tuvo este recurrente sueño los cinco últimos años de su vida hasta que ¡bingo! finalmente acertó al premio mayor.
Nada más normal que la nona haya estirado la pata. Lo anormal hubiera sido que viva unos diez o quince años más lo que sin duda la habría graduado de fósil con todo y entrega del respectivo pergamino certificado.
Pese a que muchos ya hablan de una nueva normalidad, ésta aún no llega. Sería insensato afirmar lo contrario. La RAE la define como la condición de normal y, de hecho, ¡nada más opuesto a lo ‘normal’ que la situación por la que estamos atravesando!
Entonces, que no lo engañen. La normalidad está aún lejos de suceder. Ni mi abuela, ni los expertos, ni los gurús pudieron, pueden o podrán ver el futuro. La normalidad llegará solo cuando usted se sienta cómodo y normal en ese nuevo escenario (de ahí su nombre). Sin embargo, es posible que nunca más volvamos a sentir el mundo como estábamos acostumbrados a percibirlo y sean las nuevas generaciones las que gocen de esa nueva normalidad mientras que la nuestra solo sea la encargada de hacer esa transición.
En todo caso, lo que estamos viviendo no es esa nueva normalidad sino más bien, una etapa intermedia y no deseada llamada crisis, que es el límite natural entre una antigua normalidad y una nueva. La crisis es un estado netamente temporal y anormal caracterizado por la gran incertidumbre y frustración que se vive dentro de ella. ¿Cuánto durará? Pues, nadie puede saberlo, nadie puede adivinarlo (ni mi abuela), justamente esto es lo que las hace tan inciertas.
La nueva normalidad no comenzará por decreto. Ninguna ley o gobierno controla su fecha de inicio. Tampoco ninguna empresa o experto o ¿acaso cree que después que se abrieron los aeropuertos a los vuelos internacionales las aerolíneas volvieron a su normalidad? Yo mismo estoy escribiendo estas líneas tiritando de frio en el Aeropuerto de Los Ángeles (LAX) después de haber recibido la noticia de la cancelación del vuelo que me llevaría a Sudamérica (hasta nuevo aviso) por temas relacionados con el COVID19.
Lo interesante es que cada industria, y no todas a la vez, entrará a su propio tiempo en su propia normalidad. Algunas tardarán más que otras en recuperarse. Claro, también habrá de aquellas que nunca lograrán salir de su antigua normalidad y sucumban con esta sin pena ni gloria.
Justamente, son las crisis y no las épocas de normalidad (ni los concursos tipo Great Place to Work) las que usualmente desnudan o muestras realmente el “who is who” de las industrias. Disney, el lugar más feliz del mundo (al menos para los turistas), despidió a más de 75% de su fuerza laboral -aquellos trabajadores cuyos salarios bordeaban el mínimo de 15 dólares por hora- manteniendo en su nómina a su groseramente bien pagada alta dirección. Cirque du Soleil, sobrevaluado ejemplo de creatividad en libros y escritos académicos, no soportó su primera tormenta y estuvo al borde de la quiebra despidiendo a cerca del 90% de su plana de empleados para ser salvada y adquirida en el último minuto por sus principales acreedores.
Es que lo que funciona en aguas calmadas nunca lo hace en las tormentas, no usando los mismos capitanes, no usando las mismas rutas de navegación.
Aerolíneas, hoteles, cines, centros comerciales, gimnasios, restaurantes y demás industrias aún están sufriendo los efectos de la ruptura de la cadena de pagos, pero esto es solo el principio. Aunque, cualquier economista novato pueda predecir la recesión que se avecina, de ahí a vaticinar cómo será la nueva normalidad es todo un disparate.
Ahora bien, lo único que sí es seguro en estos tiempos en los que nada lo es, es que nadie sabe cómo será esta nueva normalidad ni cuando llegará. Ergo, ningún gurú, experto, adivino, encantador de serpientes o vendedor de humo profesional puede darle consejos acerca de cómo vender su producto o cómo ser exitoso en ella porque ninguno conoce cuál o cómo será nuestro destino final. Sino me creen, entonces, pregúntenle a mi abuela y a su baraja del Tarot. Eso sí, no lo hagan por el WhatsApp.
AVISOS PARROQUIALES:
1) Para quienes odian la lectura y les agrada más los videos adjunto uno de los pocos que he hecho titulado Destruir para Crear (que personalmente no me agrada porque odio hacer videos). Aquí el link respectivo:
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