AI y regulación: ¿puede la AI mejorar la calidad regulatoria?
Difícilmente. Si lo haca, la mejora sería solo marginal, pero también tiene el potencial de volver el estado regulatorio incluso más costoso para la sociedad. Esta cuestión está sonando bastante entre los entusiastas de la calidad regulatoria (o la regulación o incluso la planificación económica). Desde mi punto de vista -que intenta abrazar la teoría económica de la regulación-, esta pretensión está bastante equivocada, por varias razones:
1. La principal razón es que el motivo por el cual el proceso regulatorio conduce (casi siempre) a resultados sub-óptimos no es por falta de “brain power” (o de “capacidad computacional”: inteligencia/conocimientos dispobibles). Normas como “un día salen los hombres, otro las mujeres” (durante la pandemia) o pensar que es una buena idea desaparecer el 50% de la oferta de universidades privadas para mejorar la calidad, no surgen porque nuestra capacidad mental como sociedad haya alcanzado su límite. El cerebro humano, sin ayuda de la inteligencia artificial, ya es capaz de producir normas o políticas más racionales que esas; entonces debemos buscar la razón en otro lugar.
2. La razón por la cual la regulación genera costos sociales es porque las personas o grupos buscan obtener ventajas a través de la regulación, maximizando sus beneficios. En los ejemplos anteriores, Farid Mattuk estaba banagloriándose de su ideología; y, empresarios vinculados a las universidades estaban buscando reducir la competencia para poder tener más estudiantes y cobrarles más. La inteligencia artificial no podría solucionar ese problema. Si la AI solucionara problemas como ese, no sería necesaria la regulación. La AI podría “hacerse cargo” reemplazando todas las decisiones individuales, llevándonos a la optimización del uso de recursos. Si eso pasara, sin embargo, viviríamos en un mundo apocalíptimo donde las máquinas nos dirían que hacer. En un sentido transcendental, sería la negación de la eficiencia, porque la eficiencia solo existe donde hay elección.
3. La pretensión de que los cálculos centralizados nos puedan llevar al uso óptimo de recursos no es nueva. Es la premisa socialista. Solo se reemplaza el cálculo de “geniecillos” humanos por el cálculo de una máquina. Esta pretensión no solo es absurda sino maligna (por lo visto en el punto dos) y cae por completo en la crítica hayekiana acerca de la soberbia intelectual de los que lo pretenden.
Por supuesto, podría haber una mejora marginal en la redacción de regulación que es -en si misma- ineficiente y costosa, pero también podría usarse la IA para que corporaciones u otros grupos perfeccionen su oportunismo frente al proceso regulatorio, extraigan más rentas; y, finalmente, generen más costos sociales.
En gran medida, la “tecnología” para producir resultados óptimos en la sociedad ya ha sido inventada: se llama libre mercado. Las razones por las que el libre mercado no es adoptado por muchas sociedades no tiene mucho que ver con la falta de inteligencia, sino con otros “apetitos” que no desaparecerán, salvo que los humanos desaparezcamos.