Regulación, octágonos e información
Hace unos años, tuve la suerte de llevar un curso de negociación estilo Harvard, en el que aprendí muchas cosas. Una de esas cosas es que hay que tener mucho cuidado con el mensaje que un gesto o símbolo significa para las personas con las que nos comunicamos, pues para ellas pueden significar algo muy distinto -incluso lo opuesto- de lo que intentamos transmitir. La excelente profesora puso un ejemplo muy simple, pero poderoso: un enamorado quiere mostrarle su amor a la chica amada, por lo que decide regalarle flores. Sin embargo, el chico va tarde a su cita, por lo que recoge las flores de un parque. Al dárselas a su amada, el efecto es el inverso al esperado, las flores no representan su amor y deseos por darle algo a pesar de las adversidades, sino descuido y poco valor. ¿Qué quieren decirnos y qué nos dicen los octágonos?
Existe un tipo de regulación que tiene como objeto o efecto, dar información en el mercado. La regulación sobre advertencias en forma de octágonos, claramente, es una de ellas. Intenta, como es obvio, alertar a las personas sobre los peligros de consumir ciertos productos con alto contenido en sal, grasa o azúcar. Sin embargo, ¿ese es el único mensaje que nos da? Lamentablemente, no. Al decirnos “ese producto es peligroso”, indirectamente también nos alienta a consumir productos que no llevan advertencias, a pesar de que las autoridades no intenten promocionar de ninguna forma su consumo.
La importancia de la claridad de la información no pasó inadvertida para los propulsores de la norma. De hecho, en su discusión con los que estaban a favor de los semáforos, un argumento fuerte a favor de los octágonos era que -supuestamente- el mensaje de los semáforos podría ser muy complejo, mientras que los octágonos tendrían un mensaje unívoco.
Lo que se olvidaron sus proponentes es que no solo es lo que se dice, sino lo que se deja de decir, lo que conforma el mensaje. Los octágonos, aunque más escuetos, no agotan su mensaje en decir que x producto es alto en y, sino que también omiten pronunciarse sobre los productos que están por debajo de ese nivel de azúcar, grasa o sal. La omisión, sin embargo, no será llenada como los defensores de los octágonos quieran o deseen, sino como lo hagan la imaginación de los consumidores, impulsada muchas veces por empresas que sacarán ventaja de la ambigüedad del mensaje.
Otro problema de los octágonos, pero esta vez derivado de su simplicidad, es que deja fuera muchos otros problemas y males causados por la comida. Por ejemplo, quizá está bien intentar que consumamos menos azúcar, pero, acaso, ¿no deberíamos mantenernos igualmente alejados de los edulcorantes?
El proceso de creación de normas es uno complejo y no hay respuestas fáciles, ni recetas. Está bien, desde mi punto de vista, que en una norma sobre alimentos participen médicos -que conocen los efectos de la comida en el cuerpo-, nutricionistas que pueden tener un expertise similar y más enfocado aún, protectores de los consumidores que -si son bien intencionados- también pueden aportar al debate y poner temas sobre la mesa. Sin embargo, muchas veces se deja de lado la opinión de quienes más obviamente tienen algo que decir en el proceso de creación de una norma: los expertos en regulación. Muchas veces es nuestro ojo el que está entrenado para ver este tipo de fallas de diseño que -al final- frustrarán el propósito de una bien intencionada regulación.