El Congreso de Ferrando
En Perú, el precio de la quinua está por los Quiñones. Uno no le hace ver el cielo y las estrellas a su mujer, sino el José Abelardo Quiñones -y las estrellas. No han faltado tampoco las quejas a la privatización (aquí). Ahora, el mar es de Grau, el cielo de Quiñones y las malas lenguas dicen que pronto el subsuelo será de Roque Benavides. Por mi parte, propongo que el Congreso peruano se llame Augusto Ferrando.
Aquí, algunos paralelos entre el Congreso y Trampolín a la Fama:
-En ambos se regalan cosas, pero tienes que hacer el ridículo primero. Es verdad, cualquiera que viera regularmente el programa de Augusto Ferrando, se acordará de escenas como Don Augusto haciendo que una mujer obesa hiciera abdominales para darle dinero. Nuestro Congreso también le encanta regalar cosas, por ejemplo, pasajes de avión o cenas a Congresistas. Recordemos que al comienzo de 2013 nuestros congresistas duplicaron sus “gastos de representación” de 7 a 15 mil soles mensuales. Otra muestra de su afición por lo “gratis”, es su propensión a usar lo ajeno como propio. Por ejemplo, tenemos a la congresista “roba cable” y a los congresistas que se quedan con un porcentaje del sueldo de sus empleados.
-Al igual que a Augusto Ferrando, a nuestro Congreso también le encantan los “baños de popularidad”. Tome por ejemplo el formalizar a los “emolienteros” mediante una ley en la que “(…) reconoce la labor ambulatoria de los emolienteros como vendedores de bebidas elaboradas con plantas medicinales en la vía pública y como microempresarios generadores de autoempleo productivo”. Sin ir tan lejos, tomemos a los siempre populares Yonhy Lescano, quejándose de las empresas grandes hasta por gusto; o, Jaime Delgado, protegiendo sus propios intereses y llamándolos “del consumidor”; o, el insospechado paladín de la moral pública; Omar Chehade.
-Tal como Trampolín a la Fama, nuestro Congreso también está lleno de personajes variopintos. Tenemos nuestra propia “Gringa Inga”; Violeta Ferreyros; y hasta Tribilin. Nuestra cultura racista y “estereotipante” puede ser percibida con claridad en el Congreso; donde, por ejemplo, Martha Hildebrant se ha indignado en repetidas ocasiones por la falta de “cultura” de su colega Hilaria Supa: “Cualquier analfabeto puede ser congresista” (true that); pero cuya “indignación” se confundía con el racismo por sus alusiones al idioma Quechua. Por el lado del verbo florido, si Ferrando tenía a Leonidas Carbajal, nuestro Congreso tuvo a Javier Valle Riestra.
-El Congreso también nos ha hecho descubrir estrellas: basta ver a los padres de la patria que han saltado del cargo congresal a la televisión. Por ejemplo, el congresista Renzo Reggiardo o Barba y Rey y su ingenioso “Rey con Barba”, recomendable para conciliar el sueño. Algunos han hecho el viaje al revés: de las canchas de vóley, los comentarios deportivos o de los “cabarets” al Congreso. Cabe resaltar a un congresista al que le auguro mucho futuro en el espectáculo: Julio Gago, que ya nos tiene acostumbrados a ver su cara sea en posters gigantes o por escándalos de corrupción -ambos involucrando a sus fotocopiadoras- y que tiene un parecido con Nicolas Lucar o Tom Selleck (dependiendo de con qué pie se levante).
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