Tirole y la inclusión social
¿Cree Usted, estimado lector, que exista algún país del mundo donde el Estado sea más apreciado por los ciudadanos que la empresa privada – incluso que las más generosas?
¿Cree Usted que exista algún país del mundo donde ningún partido representativo—ni de izquierda, ni de derecha—proponga achicar el Estado o abolir sus leyes y procedimientos para “destrabar” las inversiones?
Cuando se le formula estas preguntas a ciudadanos de economías en desarrollo, la opinión mayoritaria es que este tipo de país no existe. Forzados a imaginar un escenario así, la mayoría de entrevistados asocia estos países con regímenes totalitarios, con estructuras productivas de bajo valor agregado y prácticamente de espaldas a la responsabilidad ambiental y la innovación.
Sin embargo, lo cierto es que algunas economías desarrolladas como las nórdicas y algunas otras europeas, entre las pocas que existen alrededor del mundo, sí han sido capaces de generar este círculo virtuoso de innovación, alta productividad y sostenibilidad ambiental y social. Un ejemplo claro es Alemania, la cuarta economía del mundo, la tercera más exportadora, la líder en tecnología limpia y en producción industrial de alto valor agregado, y la que alberga a varias de las ciudades donde cada vez más start-ups tecnológicos del mundo deciden establecerse. ¿Y cómo lo hacen?
Parte de la respuesta la comenzó a construir en las últimas décadas el economista Jean Tirole, cuya obra fue premiada el mes pasado con el Premio Nobel de Economía: buena regulación. A continuación un resumen de sus principales ideas:
1. La estructura de los mercados (no solo de los de servicios públicos) sí importa y puede afectar—a través de resultados socialmente indeseables—a los consumidores y a los potenciales competidores si es que solo unas pocas empresas dominan el mercado y no existe una regulación adecuada. Precios excesivamente por encima de los costos y barreras a la entrada de los competidores son algunos ejemplos de estos resultados socialmente indeseables a los que se refería Tirole.
2. Sin embargo, regular un mercado es complicado.
- Para comenzar, no existe una receta única: la mejor regulación para un mercado puede ser la peor para otro y, lo que es más importante, dependiendo del contexto de cada industria, a pesar de que se requiera una regulación, lo mejor para un momento dado del tiempo puede ser no regular. Entre una mala regulación y ninguna, para Tirole, es mejor ninguna.
- Además, los opositores de la regulación siempre verán en ella un arma del Estado que busca redistribuir el ingreso o expropiar las ganancias de las empresas.
- Finalmente, los reguladores también pueden ser capturados por las mismas empresas reguladas con lo cual el remedio puede terminar siendo peor que la enfermedad. Ejemplos sobre esta práctica en el Perú ya han sido discutidos con amplitud en diversas publicaciones periodísticas.
3. La buena regulación no es un obstáculo para la innovación o un lastre que afecte la productividad. Todo lo contrario.
En mi opinión, los países desarrollados que han tenido éxito descentralizando e industrializando sus economías han sido aquellos que han sabido a lo largo de los años regular con sabiduría la expansión de sus mercados. Y regular no significa prohibir o complicar sino que también implica otorgar incentivos y servir de catalizador de tensiones entre empresas y entre empresas y consumidores.
Los mensajes que deja la línea de pensamiento de Tirole para los peruanos son muy valiosos.
En primer lugar, nos aconseja humildad. Es arrogante quien para oponerse a la regulación de sus mercados arguye la incapacidad de los funcionarios públicos; y también lo es el burócrata que no se toma la molestia de entender las características propias de cada sector antes de ponerse a pensar si requiere o no algún tipo de regulación.
En segundo lugar, nos advierte que la buena regulación no es la que antepone los intereses de un grupo pequeño de empresas al de la mayoría de la población sino aquella que hace que los mercados funcionen mejor para el beneficio de todos los ciudadanos.
En tercer lugar, nos aconseja depender menos de los libros y más de nuestros ojos. Las circunstancias cambian y los mercados también. Donde ayer no era necesaria regulación puede que hoy resulte indispensable; o donde hoy existe regulación estricta puede que mañana no haga falta. De lo que se trata es de tener siempre los ojos y, especialmente, la mente abiertos para evaluar cuándo existe el riesgo de que un cambio en el funcionamiento de los mercados afecte a potenciales competidores o a los consumidores.
¿Qué tiene que ver esto con la inclusión social? Mucho. Mientras que Tirole recomendaba analizar con atención—y de existir una amenaza para los consumidores o la competencia, vetar—operaciones como las adquisiciones que hace una empresa de un competidor directo o la de un proveedor con la finalidad de integrar verticalmente un negocio, en Perú hemos optado por aplaudirlas. Mientras que Tirole proponía limitar el poder monopólico, en Perú hemos optado por crearlo en una gran diversidad de sectores. En los años noventa, para un país paria internacional, este sesgo de las políticas públicas podría haberse justificado como una alternativa efectiva para atraer a la inversión privada. Los peruanos debemos preguntarnos hoy de cara al futuro si este sesgo de política sigue siendo relevante o si ahora es más relevante promover más competencia en la economía para avanzar de manera más efectiva con la agenda de impulsar la productividad y la inclusión social en el país.