La “facturita” y la inclusión social
¿Por qué se pasa la luz roja?, le pregunté al apresurado taxista que me trasladaba el sábado por la mañana mientras lo veía acelerar (en lugar de frenar) frente a un crucero peatonal y casi atropellar a una confiada madre que intentaba utilizar dicho crucero con su pequeña hija, precisamente para lo que están hechos: para pasar de un lado al otro de la acera de una manera segura.
“Verá Usted, jovencito”, me contestó el taxista con un tono muy cordial que distaba mucho de la manera agresiva e irresponsable con la que conducía su vehículo y la actitud de quien está por darle una lección a alguien. “En el Perú nadie cumple las leyes y yo no voy a ser el primero en hacerlo”. Casi al llegar a mi destino—aunque prácticamente sin esperanza respecto de la respuesta que obtendría—le pregunté si no tenía temor de ser visto cometiendo tantas infracciones y multado por algún policía; o si, aunque nadie cumpla con las leyes, él no se sentiría mejor cumpliendo con el reglamento de tránsito y evitando poner en riesgo la vida de tanta gente. “Ay, jovencito”, me dijo. “¿Sabe Usted quién quiebra más leyes que yo? Un policía. Son unos corruptos: desde el suboficial hasta el ministro. Ellos no tienen ninguna autoridad moral para decirnos a nosotros—los que trabajamos 16 horas al día y no le pedimos coimas a nadie—que cumplamos con reglas que ni ellos mismos cumplen”.
Tan pronto me bajé del taxi no pude evitar apenarme porque un compatriota entienda de esta manera sus responsabilidades ciudadanas y me consolé pensando que probablemente solo sea una minoría de peruanos la que piense así.
Por la noche, ojeando los periódicos disponibles gratuitamente para los clientes en una cafetería, identifiqué un artículo titulado “Una facturita”, en el que el autor se mostraba indignado por el uso de un argumento moral en la publicidad de la SUNAT (un niño avergonzando a un padre que quería deducir un gasto personal del pago de IGV de su empresa) para promover el pago de impuestos, un cobro que además calificaba como carente de base moral. Sorprendido y todavía con la conversación que sostuve con el taxista por la mañana en la cabeza, decidí leer el artículo completo.
El articulista señalaba básicamente que quienes recaudan y gastan los impuestos son unos incompetentes (porque gastan en tonterías tan risibles como los monumentos al puma o al árbitro o son incapaces de proveer de servicios de calidad a la población como los de agua, desagüe, o seguridad), corruptos (porque muchos de los que ejecutan gasto financiado con impuestos han sido sorprendidos en escándalos de corrupción) e incluso asesinos (porque intentan perpetuarse en el poder asesinando—literalmente—a sus rivales políticos). Por ello, en su opinión, el cobro de impuestos carecía de una base moral. No se incitaba a no pagar impuestos pero parecía justificarse a quienes no los pagaban, de la misma forma como el taxista con el que conversé por la mañana justificaba no cumplir con el reglamento de tránsito.
La política tributaria tiene mucho por mejorar, por ejemplo, en:
- la interacción de la SUNAT con los contribuyentes en sus oficinas, en sus comunicaciones escritas, cuando responde por teléfono o a través de su página web (la cual podría ser más respetuosa y orientadora),
- la independencia de la Defensoría del Contribuyente que debería dejar de depender del MEF, de lo contrario, ¿No es como pedirle a la Telefónica que gestione y resuelva los reclamos presentados por sus clientes a Osiptel?,
- el perfeccionamiento de la ley del impuesto a la renta que permita descontar gastos en servicios que el Estado no es capaz de proveer con calidad a los ciudadanos. ¿Por qué un padre de familia no puede deducir el gasto en un seguro de salud, en la educación de sus hijos o en el postgrado que desea realizar, de su declaración anual de impuesto a la renta, si el Estado es incapaz de proveerle una alternativa gratuita de calidad?,
- la corrección de distorsiones que impida que grandes corporaciones reciban subsidios implícitos del Estado al beneficiarse de devoluciones de IGV cuando al mismo tiempo no cumplen con sus pagos de impuesto a la renta o cuando llevan a litigio deudas tributarias millonarias que luego se convierten en incobrables, entre otros.
La ejecución de gasto en los distintos niveles de gobierno adolece incluso de mayores deficiencias. Creo que nadie puede negar eso. Sin embargo, decir que el cobro de impuestos que realiza la SUNAT carece de sustento moral es un error.
Desde fines del siglo XIX, los impuestos empezaron a ser considerados y tratados como instrumentos de reforma e inclusión social. Atrás quedaron los años en los que los impuestos solo se veían como un intercambio en el que los ciudadanos pagaban por los servicios que les prestaba el Estado o como un seguro que pagaban los dueños de la tierra para protegerse contra cualquier hecho que pudiera impedirles disfrutar o disponer de sus propiedades. A partir del siglo XX los impuestos comenzaron a ser utilizados como un mecanismo de redistribución.
En el libro “Economía de los pobres” (Poor Economics), Abhijit Banerjee y Esther Duflo pulverizan el argumento de la pereza y baja productividad de los pobres como factores que explican que, mientras a algunos pocos les va bien, a tantos les vaya tan mal. Quien conoce a los emprendedores peruanos sabe que no son ni flojos ni ineficientes, pues muchas veces uno hace el trabajo de cuatro. Sin embargo, tal como lo argumentan los autores de este notable libro, las razones detrás de la pobreza están más en las dificultades que tienen las personas para acceder a todos aquellos instrumentos—que están fuera de su alcance como el agua, el desagüe, la infraestructura, entre otros—que les permitan ser incluso más productivos. Y este es—o debería ser—el destino de los fondos que el Estado recauda como impuestos.
Los campesinos, pescadores y emprendedores peruanos que requieren que el Estado invierta en conectarlos más con los mercados e incluirlos en el circuito de la economía formal, difícilmente simpatizarían con una postura como la del autor de “Una facturita”. Mucho menos lo harían las madres que dan a luz en hospitales públicos, los niños de los albergues de INABIF que reciben ayuda psicológica en sus procesos de adopción, los padres que fueron arrebatados de alguno de sus hijos por un acto criminal y que reciben justicia de un juez probo, los jubilados o héroes de las fuerzas armadas que reciben una pensión exigua, o los jóvenes talentosos que acceden a una beca para seguir estudios en alguna universidad nacional o del exterior, quienes necesitan que aquellos que generamos ingresos, tenemos propiedades o realizamos consumos paguemos impuestos.
No hay nada más moralmente correcto que cumplir las reglas y ser solidario con quienes más lo necesitan y los impuestos son una manera de serlo, independientemente de si quien los cobra tiene una actitud matonesca cuando interactúa con nosotros o que no simpaticemos con un gobierno de turno que no ha podido combatir la corrupción.
En mi opinión, a la publicidad de la SUNAT no hay mucho que reprocharle pues solo parece tratar de guiar a los televidentes al ejercicio Kantiano de preguntarse ¿qué pasaría si todos pasaran gastos personales como empresariales con el fin de pagar menos impuestos? ¿sería eso moralmente aceptable?. Mi respuesta es que no.