Liberalismo e inclusión social
Edmund Fawcett, un veterano comentarista político que trabajó por más de tres décadas para el semanario liberal inglés “The Economist”, ha publicado recientemente el libro titulado: “Liberalismo: la vida de una idea” (“Liberalism: the life of an idea”) en el que resalta la urgencia de revitalizar al liberalismo.
Como punto de partida, plantea la necesidad de llegar a un consenso respecto de qué es el liberalismo y de lo que es capaz. Fawcett recomienda reconocer que:
a) El liberalismo es más que una línea de pensamiento que cree en la libertad porque en la práctica todos los seres humanos creen y defienden la libertad;
b) El liberalismo es una práctica política—no una doctrina económica ni mucho menos una rama de la filosofía moral—cuya principal utilidad es servir como marco de referencia para diseñar políticas capaces de contener y canalizar los conflictos sociales, de manera que la sociedad pueda progresar en un marco de respeto entre Estado, empresa y ciudadanos; y que
c) Los principios que defiende el liberalismo son los siguientes cuatro: aceptación del conflicto como un elemento natural del capitalismo moderno, resistencia al poder venga de donde venga, fe en el progreso y respeto por todas las personas por igual.
Las implicancias para la manera de concebir políticas económicas y sociales de la obra de Fawcett para el Perú son importantes:
Primero, no es liberal defender la supremacía del Estado en la economía pero tampoco es liberal defender la supremacía del Mercado en la economía. En el siglo XVIII, cuando se construyeron los pilares ideológicos del liberalismo, el Estado y el Mercado modernos eran concebidos como rivales que dependían entre ellos, cuya existencia aseguraba un balance de poderes adecuado en la sociedad. Perú necesita un Estado que se modernice al igual que un Mercado que funcione mejor. Los interesados en anestesiar e inutilizar al Estado suelen ser los mercantilistas, no los liberales. Cuidado.
Segundo, el liberalismo no es inclusivo per se pero puede serlo. Un liberalismo sin una democracia que funcione de verdad solo beneficia a unos pocos. Como bien señala Fawcett, mientras el liberalismo puede entenderse como “la fiesta del progreso”, la democracia opera como “la lista de invitados”. Si las instituciones democráticas son capturadas por los intereses de minorías a través del financiamiento electoral poco transparente o los intercambios de favores bajo la mesa entre empresarios y políticos, las reformas liberales pueden generar exclusión social.
Tercero, el liberalismo no atraviesa por un buen momento—principalmente por haber vivido un período de fiesta post-caída del muro de Berlín que le hizo cometer excesos y fallas enormes—y esa es una excelente oportunidad para enmendar el rumbo. Quizás el mejor ejemplo para ilustrar cómo este proceso ya se inició en el resto del mundo es el cambio de postura de Richard Posner, profesor de derecho y juez norteamericano, cuya posición que era reconocida como marcadamente liberal se ha moderado dramáticamente en las últimas décadas. En su obra “Economía de la Justicia” (Economics of Justice, 1981), Posner defendía la idea de que incluso los fallos judiciales debían ser “económicamente eficientes”, bajo la presunción simplificada de que el mercado era bueno no solo como plataforma para facilitar el intercambio sino también como mecanismo para producir resultados sociales y hasta moralmente aceptables en la sociedad. Para el 2010, ya había cambiado de opinión, tal como lo muestra su obra “La Falla del Capitalismo” (A Failure of Capitalism, 2010) donde insistía en que la desregulación excesiva, la estrechez del razonamiento de mercado y la fe ciega en el poder de autocorrección de los mercados se había extendido peligrosa y excesivamente. En ese sentido, los peruanos no deberíamos tenerle miedo a aceptar que hay aspectos de las reformas de los últimos 30 años que no han funcionado y no deberíamos dudar en corregirlos.
Cuarto, los conflictos—no solo sociales sino también los de intereses—son un elemento inevitable del capitalismo moderno y no debemos temerles. La mejor manera de sacar lo mejor de ellos es (i) crear y defender instituciones que impidan la dominación de alguna forma de poder o interés sobre los ciudadanos; e (ii) introducir mecanismos de negociación, persuasión y compromiso entre ciudadanos. Las iniciativas como la ley de fusiones o el debate sobre la concentración de medios deben analizarse a la luz de la gran necesidad que tiene una sociedad moderna de contar con mecanismos que impidan la concentración de poder económico o ideológico para defender la vigencia de los principios del liberalismo.
Quinto, no debemos dejarnos engañar con el cuento de que debemos elegir entre “progreso” y “respeto”. Una de las grandes promesas del liberalismo para la gente es la libertad para elegir en qué creer y qué tipo de vida vivir. Lamentablemente, en Perú, con el argumento de la búsqueda de progreso, muchas veces se deja de lado el sentir de grandes grupos de la población. Una prueba de ello es el reciente ablandamiento de las restricciones ambientales que acaba de proponer el Gobierno como parte de su plan de reactivación económica y las insistentes propuestas por que se simplifiquen las licencias de construcción y se relajen las restricciones para la colocación de antenas móviles a cualquier costo. En Perú, los ciudadanos debemos acoger el progreso con alegría y esperanza siempre que este sea forjado con respeto por los derechos de todos.
Sexto, debemos siempre estar vigilantes al surgimiento de cualquier forma de autoritarismo y listos para enfrentarla. Aunque no lo parezca, una amenaza reciente a los principios del liberalismo es el cuento de que el país necesita una clase de “tecnócratas” o “lideres de opinión” que manejen al país o que le “enseñen” a la población lo que es mejor para ellos. La “tecnocracia”, en mi opinión, tiene la forma, los gestos y los movimientos del autoritarismo y por eso los ciudadanos debemos permanecer vigilantes.
Las soluciones a los problemas nacionales y la generación de políticas inclusivas son más simples de lo que parecen. Y el liberalismo bien entendido puede jugar un rol crucial en hacerlas realidad. La buena noticia es que no hay que ser un iluminado para ser liberal. Todos podemos serlo. Solo hay que querer serlo de verdad y para ello hay que, como recomienda Fawcett, ser tolerante al conflicto, ser rebelde ante el poder, tener fe en el progreso y, por sobre todo, respetar a todas las personas por igual.