Eduardo Ley y la inclusión social
Eduardo Ley fue uno de los economistas más brillantes y además una de las personas más optimistas, generosas, cálidas y con mejor sentido del humor que he conocido. Teníamos la costumbre de desayunar juntos cada vez que viajaba a Washington D.C. y a la distancia solíamos intercambiar correos electrónicos sobre temas de políticas públicas. Pensaba que yo era de los pocos beneficiados con sus notas, que podían incluir información bibliográfica para aclarar una discusión sostenida semanas o meses atrás, recomendaciones de empleo e incluso capturas de pantalla para ponerle datos a una encendida discusión sobre política tributaria. Tras su triste partida el 1 de julio de 2013, me enteré que yo solo era uno de los muchos. Cuánta grandeza y cuánta humildad. Cómo conseguía Eduardo publicar en journals académicos de primer nivel, viajar tanto por el mundo asesorando gobiernos de países en desarrollo, y servir de mentor para tantos profesionales como yo, para mi seguirá siendo un misterio.
Recuerdo muy bien nuestra última conversación. Hablamos del crecimiento económico de Perú y de cómo en las últimas dos décadas nuestro país se había convertido en una de las economías con mayor crecimiento del mundo. En aquella ocasión me hizo dos observaciones sobre las que hace tiempo quería escribir pero que no conseguí hacer antes, en gran parte, por lo difícil que ha sido procesar su partida. Varios meses después lo hago a propósito de tantas críticas al rol del Estado en la economía y tantas muestras de adhesión hacia la postura de que el crecimiento del PBI lo mejora todo, para todos.
La primera observación fue que cuando se habla de crecimiento, es importante distinguir qué es lo que realmente está creciendo en una economía. Me citó el caso de Zambia, país minero como Perú, y que vivía lo que él llamaba “la complacencia del PBI”: situación por la cual un país crece a tasas altas sin preocuparse de que está destruyendo su capital natural. En 2009, Zambia creció más de 6% pero la destrucción de su capital natural fue equivalente al 20% del PBI. ¿Qué significa esto? Significa que importa crecer, sí; pero que también importa cómo se crece. Y si crecemos a costa de depredar los recursos naturales, lo que está ocurriendo es que estamos viviendo una ficción o una fiesta cuya factura será pagada por las generaciones posteriores. Significa que nos estamos comiendo nuestro capital. Pensar únicamente en términos del crecimiento económico, en suma, solo conduce a tomar decisiones de política equivocadas. En el ámbito empresarial juzgar a una economía únicamente en términos del crecimiento económico, como diría Joseph Stiglitz, equivaldría a evaluar a una empresa solo en función a su flujo de caja, ignorando la depreciación de sus activos y otros costos. Tomar en cuenta cuán sostenible es la manera en que se utilizan los recursos naturales en una economía—o medir la evolución de su riqueza (incluyendo la valorización de los recursos naturales)— es especialmente importante para los países de ingresos bajos y medios-bajos porque alrededor del 30% de su riqueza está compuesta por recursos naturales.
La segunda observación fue que países como Perú nunca sabrán cuánto han crecido sus economías—por más que cambien el año base—hasta que sepan con certeza cuán eficiente es el Estado. La razón es muy simple: el cálculo del PBI asume que el Estado realiza sus actividades con la máxima eficiencia posible. Se asume que por cada sol de gasto o inversión públicos, los ciudadanos recibimos ese sol a través de algún bien o servicio provisto por el Estado. O, dicho de otro modo, se asume que los hogares del Perú consumen ú obtienen un beneficio exactamente equivalente a todo lo que el Estado “gasta”. Eduardo le llamaba a esto un “insulto estadístico”. No le faltaba razón. Si el Estado no es 100% eficiente, entonces el PBI está sobreestimado. ¿Cuánto? Todo depende. En 2013, el PBI creció 5%. De esta cifra, 1.5% es atribuible al Estado. Si el gasto público tuviera una eficiencia de 50%, el PBI realmente habría crecido 4.25%, no 5%. A menor eficiencia, menor PBI. Usted puede hacer sus propios cálculos en función de cuánta eficiencia decida atribuirle a un agente que juega y debe jugar un rol crucial en la economía: el Estado. Para medir con mayor precisión el crecimiento del PBI, proponía Eduardo, habría que corregir las cifras de gasto e inversión públicos por su ineficiencia. Es decir, no contar el desperdicio de recursos como valor generado a los ciudadanos. En el ámbito de la inclusión social, esto significa que no hay nada que celebrar cuando las cifras de ejecución de gasto social suben—especialmente cuando lo que más crece es el componente administrativo y de gestión vinculado a los proyectos de este gasto social, o cuando la anemia infantil sube.
La grandeza personal de Eduardo y su fino sentido del humor solo era igualado por su capacidad para rebelarse, ser irreverente, impertinente y hasta irrespetuoso contra todo aquel que quisiera imponer la jerarquía, el poder o la autoridad al conocimiento. Y creo que la mejormanera de honrar su memoria es seguir llamando las cosas por su nombre y diciéndole no al gato por libre. Después de leer este post, espero que sepa responderle a quién le quiera vender la idea de que más crecimiento—incluso si la mayor parte lo explica la extracción minera—es más inclusión, menos desigualdad y bienestar para todos; o a quien le quiera vender el cuento de qué lo mejor que puede hacer el Estado es hacerse a un lado. Yo seguiré deseando volver a escuchar algún día las reacciones que tendría mi muy querido Eduardo ante estos cuentos chinos. Cuánta falta hace y hará Eduardo en un mundo cada vez más lleno de ideología, intereses disfrazados y falta de reciprocidad en las relaciones entre Estado, empresa y ciudadanos.