Los TLC, la industrialización y la inclusión social
Mientras
la descentralización política prometió a los peruanos desde el año 2002 un
Estado más cercano,
eficiente, transparente y conocedor de su realidad, los TLC fueron presentados
desde el año 2006 como
un instrumento de descentralización económica, de promoción de la generación
de valor agregado y
empleo formal, así como de mejora de bienestar. La población todavía sigue
esperando que estas
promesas se cumplan.
ha firmado Tratados de Libre Comercio con 14 economías o bloques comerciales (incluyendo dos
Acuerdos de Complementación Económica), ganando acceso a los mercados de 46 países con cerca de
2,800 millones de consumidores en 3
continentes. La apertura comercial es beneficiosa porque los
aranceles han fracasado como impuesto y como mecanismo de protección pero
también porque son una oportunidad tanto para los consumidores como para los
productores peruanos. Los primeros tienen acceso a una oferta más diversa de
bienes presumiblemente de mejor calidad; y, los segundos, tienen acceso a
mercados más amplios y con consumidores con mayor ingreso.
Sin
embargo, de la misma manera como la descentralización del país no se
consigue con una ley, los TLC
tampoco son capaces de transformar la estructura económica del país, si es que
no son acompañados de acciones que reformen el aparato productivo, tal como señala el reciente estudio de Proexpansión, “Industrialización, ¡ahora!”. Y, así como
es importante que se sigan firmando TLC, también es importante que se tomen acciones que permitan que
estos cumplan sus promesas con la población.
En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, si bien los consumidores se han beneficiado con un acceso mayor a una oferta más diversificada, el deterioro creciente de la balanza comercial muestra que para los productores peruanos los beneficios todavía son más una aspiración que una realidad. Y todo ello, a pesar de que Estados Unidos, a pesar de la crisis económica por la que atraviesa, sigue comprándole más al mundo que vendiéndole (es decir, teniendo una balanza comercial negativa). De hecho, en el año 2012, según cifras de las Naciones Unidas, Estados Unidos le compró más de lo que le vendió a 39 de sus 50 principales socios comerciales. Solo con 11 de sus 50 principales socios comerciales, entre ellos Perú, tuvo superávit comercial.
¿Por qué ocurre esto? Porque Perú sigue produciendo lo que puede y no lo que quiere o lo que necesitan los consumidores del mundo, tal como lo hace una economía moderna.
La oferta productiva del Perú, descrita como la mezcla de productos que el país tiene que ofrecer al mundo, ha cambiado muy poco entre 1995 y 2012 y no es compatible con la de economías prósperas. A continuación, algunos indicadores para reflexionar:
- Más de la mitad del total de las exportaciones de Perú está compuesta por productos agrícolas o minerales sin procesar. En economías modernas, esta cifra apenas supera el 6%; y, en economías de bajos ingresos, esta cifra no es mayor del 20%.
- Diez empresas mineras todavía siguen concentrando más de 40% del total de las exportaciones. Y, en general, la participación de los productos minerales o los minerales en bruto y vidrio sobre el total de exportaciones se ha duplicado entre 1995 y 2012, de algo más de 30% a más del 60%.
- Según un estudio del BCRP de 2010, la productividad de la economía peruana solo consiguió recuperar en el año 2007 los niveles del año 1960. Se estima que para este año hayamos alcanzado los niveles de 1970.
Según el índice de complejidad económica construido por Ricardo Hausmann et al (2011) y que sintetiza el grado de diversificación y sofisticación promedio del aparato productivo de cada país a partir del análisis de su oferta exportable, Perú todavía está lejos de ser una economía próspera y moderna pues ocupa el lugar 89 entre 128 países. Para países de ingresos similares, Perú se ubica por debajo de la media y, entre los 21 países de América Latina, ocupa el lugar 17. Este indicador refleja las características del aparato productivo nacional, da señales claras sobre el proceso de crecimiento en curso y sobre los riesgos que existen respecto de su sostenibilidad en el largo plazo.
La lógica es simple: un país que exporta, por ejemplo, predominantemente petróleo crudo, algodón sin peinar, minerales en bruto o semillas de sésamo mostrará un indicador de complejidad económica muy bajo. En contraste, un país que exporta productos como maquinaria para la industria, lubricantes, instrumental quirúrgico o de rayos-X o medicinas contra el cáncer exhibirá un indicador de complejidad económica muy alto.
Vivir en un país como este es bueno para los ciudadanos y sus familias porque, tal como se muestra en el siguiente gráfico, existe una relación directa muy fuerte entre el índice de complejidad económica y el ingreso por habitante. Es decir, si consiguiéramos producir y exportar más valor, nuestras regiones serían más prósperas y el objetivo de la inclusión social se habría concretado pues todos los peruanos podrían beneficiarse de la economía de mercado y de la globalización.
Para poder conseguir esto, es indispensable abandonar la discusión sobre si Perú exporta solo piedras o no y aceptar, más allá de esto, que Perú todavía exporta muy poco valor agregado.
Incluso en las exportaciones no tradicionales, que han crecido notablemente entre 2002 y 2012 y hoy suman 11 veces el valor de hace 20 años, el valor agregado exportado es limitado pues, por ejemplo, casi 6 de cada 10 dólares exportados en productos agropecuarios consiste en frutos y/o hortalizas frescas o sin procesar.
Tomemos el caso del mango en su forma fresca, el cual ha triplicado el valor de sus exportaciones en los últimos 10 años. Para exportar mango fresco se requiere básicamente producir o acceder al fruto fresco, seleccionarlo y empacarlo. El hecho de que el Perú exporte mangos a 36 países es una excelente noticia para los agricultores que los producen y para el país en general, especialmente porque hace solo pocos años esta era una realidad inalcanzable. Sin embargo, el valor agregado que le añade el país al fruto fresco y, por ende, la capacidad de esta exportación para generar riqueza en el país, es todavía muy baja si se le compara con la alternativa de producir los jugos y néctares hechos a base del mismo mango fresco. Para elaborar néctar de mango es necesario un mayor número de procesos (seleccionar, lavar, pelar, pulpear, homogenizar, pasteurizar, envasar, etiquetar y comercializar), los que no solo exigen un mayor número de personas, sino también habilidades distintas para cumplir las tareas mencionadas. A pesar de la excelente oportunidad que significa tener el recurso a la mano, el valor exportado de los jugos y néctares de mango es de solo 3% del valor exportado de mango fresco. Un caso similar se da con la madera que se extrae de la selva y cuya puesta en valor podría cambiarle la vida a miles de comunidades amazónicas. En el año 2012, se exportó US$ 65 millones en madera aserrada y solo US$ 800 mil de pulpa de celulosa, producto derivado de la madera utilizado en la fabricación de papel. Chile, con extensiones forestales de tan solo un quinto de las que tiene Perú, exportó en el mismo año más de US$ 2,500 millones de pulpa de celulosa.
La minería también tiene espacio para mejorar. Países como Australia, Nueva Zelanda y Canadá – ejemplos que las empresas mineras utilizan para desvirtuar cualquier análisis que muestra una alta concentración de las exportaciones en los productos mineros – exportan 23% en promedio de productos minerales, metales o agrícolas sin procesar. En Perú, esta cifra asciende a 51%. Estar en contra de la actividad minera en un país con tantas brechas por cerrar y necesidades por cubrir es una irresponsabilidad. Sin embargo, la minería peruana todavía está muy lejos de compararse con la australiana, la neozelandesa o la canadiense. Por un lado, en términos de estándares de producción y responsabilidad ambiental y comunitaria. Por otro lado, en términos de generación de valor. Australia, Nueva Zelanda y Canadá también “exportan piedras” pero con valor agregado. A eso es lo que deberíamos apuntar como país.
La gran pregunta es cómo podemos dejar de ser una economía que produce y exporta lo que puede a una que produce y exporta lo que sus emprendedores quieren y lo que los consumidores del mundo necesitan.
Las economías más prósperas han conseguido dominar tres aspectos críticos de la generación de valor agregado. Sus empresas poseen el know-how respecto de los recursos necesarios para producir los bienes y servicios que desean y el know-where respecto de dónde se encuentran. Sus gobiernos, por su parte, han sido capaces de generar las condiciones de infraestructura y otorgar los incentivos económicos para que estas empresas accedan a los recursos que requieren de la manera más eficiente posible, los acumulen de la manera más segura posible, los combinen y transformen en productos de alto valor agregado y los transfieran con la mayor fluidez.
La experiencia exitosa de economías prósperas muestra que el Estado o el sector privado solos, no pueden; se requiere de coordinación y cooperación entre ambos. Por ejemplo, para que una empresa privada sea exitosa internacionalmente vendiendo prendas de vestir debe primero diseñarlas, conseguir el material idóneo para hacerlas (y cortarlo, coserlo y acabarlo), luego crear una marca para que sean distinguidas en el mercado, después comercializarlas y finalmente distribuirlas.
Esta empresa debe identificar, contratar y organizar al personal que realizará estas tareas y también a los proveedores de servicios básicos como agua y desagüe, electricidad, teléfono e internet y algunos más especializados como el transporte de mercadería, los trámites aduaneros, entre otros. Sin embargo, para que la empresa tenga éxito contratando a los individuos con el talento que requiere para su negocio, debe existir transporte público que conecte los hogares de sus empleados con su centro de trabajo; y también deben existir servicios de salud, educación, seguridad y entretenimiento de calidad tanto para los trabajadores como para sus familias.
Es decir, para tener empresas líderes mundiales de confecciones o en cualquier otro sector no hace falta que todos los insumos se produzcan dentro de un solo país sino que sea posible acceder a ellos. Tampoco hace falta que todo el talento humano esté localizado en un mismo lugar (aunque ciertamente hay tareas que solo pueden realizarse estando físicamente presente en el lugar de producción). Lo que sí resulta indispensable es la existencia de un ecosistema capaz de atraer el conocimiento productivo, acumularlo y multiplicarlo a través del trabajo en redes, organizarlo en empresas y combinarlo en productos que se comercialicen en el mundo entero. Esa es la esencia de un proceso de industrialización inclusiva que podría saldar la deuda pendiente de los TLC y el proceso de descentralización con los peruanos y, como resulta claro, requiere de más que incentivos tributarios para concretarse.