Las "barras bravas" ideológicas y las familias peruanas
La pugna ideológica respecto del rol del Estado en la economía de mercado alcanzó – durante la última discusión sobre la eventual participación de Petroperú en la compra de activos de REPSOL – niveles similares a los de una pelea callejera de “barras bravas”.
Al igual que en el caso del fútbol, en el que es es difícil entender cómo la rivalidad en un deporte sinónimo de salud, trabajo en equipo y sana competencia puede engendrar confrontaciones tan violentas, las discusiones sobre la economía de mercado en el Perú pueden – inexplicablemente – alcanzarlas o incluso superarlas en efervescencia y violencia.
Para las “barras bravas” del fútbol, cada partido es una “guerra” y el contrincante es “el enemigo”. Solo importa ganar: por “la razón” o por “la fuerza”. Para las “barras bravas”, cada infracción de su equipo se justifica porque “así es el fútbol”. Por el contrario, si las malas prácticas provienen del equipo contrario, se trata de faltas que merecen ser sancionadas con rigor. Para las “barras bravas”, más importante que el fútbol son las peleas callejeras y la sangre del contrincante que se derrame en ellas.
Con las “barras bravas” ideológicas, ocurre exactamente lo mismo. Mientras una facción radical desea tener entre sus manos la bandera del Estado “Ineficiente” para romperla, pisotearla y, así maltratada, exhibirla como trofeo; para la otra, es cuestión de vida o muerte hacer lo mismo con la del “Mercantilismo” Empresarial. Poco o nada les importa la economía de mercado y los millones de peruanos que dependen de ella: las amas de casa, los bodegueros, los vendedores, los choferes y taxistas, los albañiles, los agricultores, los pescadores, los guardias de seguridad, los guías turísticos, los cocineros, los carpinteros, los mecánicos, los profesores, las enfermeras, entre otros.
Para las familias peruanas, no importa quién gane los partidos ideológicos. No les importa el color del gato sino que cace ratones. Las familias peruanas no quieren un retorno al despilfarro de los fondos del Tesoro, al aislamiento o a la escasez de bienes en los mercados y a la inflación. Eso está claro. Sin embargo, las familias peruanas tampoco quieren seguir siendo burladas por negocios privados que las exprimen cargándoles el costo de su ineficiencia por productos y servicios de dudosa calidad. Las familias piden a gritos ser incluidas en la economía de mercado – no de manera marginal sino de manera plena y justa.
A diferencia de lo que piensan las “barras bravas”, no todos están dispuestos a dar la vida por uno ú otro bando. A las familias peruanas no les importa, por ejemplo, si el proveedor de un producto o servicio es público o privado. Lo que verdaderamente les importa es cómo acceder en condiciones justas al crédito, a servicios de salud y educación de calidad, a transporte rápido y seguro, a vivienda digna y a seguridad para sus hijos y sus negocios. Al mundo tampoco le importa, digan lo que le digan, amigo lector. Por eso una empresa estatal chilena de telecomunicaciones puede comprar una operación en Perú sin generar alarma; o una empresa con capital estatal noruego puede intentar comprar un negocio privado de pesca en Perú sin que eso sea percibido como el retorno a un modelo estatista.
El futuro del Perú depende de que todos entendamos que, así como en el fútbol no se puede entrar en las grandes ligas con un solo equipo destacado o solo con algunos jugadores talentosos, en la economía de mercado no se puede aspirar a alcanzar estándares del primer mundo sin un Estado fuerte; sin un empresariado moderno y responsable; y sin una población incluida, no marginal sino plenamente. ¿Cómo hacerlo?
El primer paso es evitar a toda costa que discusiones relevantes para el país sobre cómo fortalecer al empresariado y al Estado o sobre cómo forjar más inclusión social en zonas alejadas del país se polaricen y terminen perpetuando el status-quo, tal como acaba de ocurrir en el caso de Repsol.
A continuación algunas acciones concretas por las que podemos empezar:
- Digámosle sí a las coincidencias; y luego, discutamos las diferencias. Así, podremos crear una sensación de que estamos buscando el mismo objetivo y concentrarnos en discutir cómo conseguirlo. Por ejemplo, si pensamos que existe un margen para que bajen las tasas de interés y nos ponemos de acuerdo en que es deseable que las familias peruanas tengan acceso al crédito en condiciones razonables, ya habremos evitado una primera confrontación y tendremos la gran oportunidad de iniciar una discusión sobre si en verdad existe margen para menores tasas de interés y, de ser el caso, para explorar posibilidades para concretarlo.
- No escuchemos a quienes, en lugar de debatir, atribuyen intencionalidad. Cuando a cada acto del Gobierno o del empresariado se le atribuye una intencionalidad, es muy difícil generar un diálogo constructivo y razonable. Cuando se atribuye intencionalidad a las acciones de quien piensa diferente, se pierde mucho tiempo soñando y conspirando, no se discute lo realmente importante y se termina actuando por miedo o por rabia.
- Digámosle no a las “barras bravas”. Así, podremos evitar que la propaganda ideológica o la defensa de intereses particulares que se puede esconder agazapada detrás de ella contamine un diálogo constructivo. Este aspecto es especialmente crítico y muy difícil de resolver en una sociedad como la peruana en la que la gestión de intereses es tan poco transparente. En el fútbol es relativamente sencillo identificar al que ha perdido toda objetividad por ser miembro de una “barra brava”. Fuera de él, en las pugnas ideológicas, esto es muy difícil porque el “barrista” puede ser un director de un diario “independiente”, un congresista “popular”, un tuitero “amateur”, un consultor “técnico”, un “líder” de opinión, un empresario de “éxito”; o un político “camaleónico”. Sin embargo, hay algunas huellas que estos “barristas” dejan a su paso que pueden ayudar a su identificación: la primera es que sus conclusiones aparecen casi siempre antes que el problema sea discutido; la segunda es que su análisis se disfraza de objetivo pero casi siempre empieza con un adjetivo o etiqueta para calificar a sus oponentes; y la tercera es que cada vez se vuelven más y más extremos y predecibles precisamente porque su razón de ser es hacer propaganda a una idea o a un interés y no buscar soluciones a problemas concretos.
- Busquemos nuestro propio equilibrio. En el medio de tanta pugna ideológica es muy fácil perder la brújula. La prueba ácida para determinar si nos estamos comportando como un miembro de las “barras bravas” es la de la evidencia factual. La mayoría de los “barristas” adopta la careta del científico que solo guia su juicios por lo que digan los hechos. Sin embargo, las “barras bravas” solo valoran la evidencia que coincide con sus creencias y, cuando se topan con alguna que contradiga sus ideas, la categorizan como excepcional o no concluyente. Su último recurso siempre empieza con la frase: “Eso no se aplica al Perú”. Si solo puedes enumerar una lista de razones para justificar una postura, recupera tu equilibrio buscando evidencia que la ponga en duda. Por ejemplo, si pasamos la polémica reciente sobre Repsol por este filtro podremos concluir que la evidencia internacional es mixta; es decir, si bien existen empresas públicas eficientes y rentables que participan en el mercado de distintos bienes y servicios, también abundan en la historia, fracasos del Estado en sus intentos empresariales. Una empresa es rentable y sólida si se maneja bien, independientemente de si el accionista principal es privado o público. Con equilibrio estaremos siempre en condiciones de discutir de manera constructiva posibles soluciones a los problemas del país.
El segundo paso es reconocer que si no se recupera la confianza entre el Estado, la empresa privada y la población, no será posible sostener el crecimiento económico y alcanzar el desarrollo económico inclusivo que tanto ansiamos. Hoy esa confianza se ha roto y es imprescindible restaurar responsablemente y con humildad la reciprocidad en las frágiles relaciones entre las empresas y los consumidores; entre el Estado y las empresas; y entre los ciudadadnos y el Estado.
Y debemos estar listos para hacer concesiones. En mi opinión, esa es la mejor manera de evitar que Perú siga la ruta de Ecuador, Bolivia, Venezuela y Argentina.
Con la última batalla entre las “barras bravas”, no ganó nadie. El resultado ha sido la parálisis. La población sigue esperando que se resuelvan los problemas del combustible caro; de las tasas de interés de usura; de la congestión e inseguridad en el tránsito; de la escasez de áreas verdes impulsada por el boom de la construcción; de la baja calidad de las telecomunicaciones y de los servicios educativos y de salud públicos y privados; entre muchos otros más. Y el totalitarismo de países vecinos, mientras tanto, sigue agazapado alentando la confrontación entre el Estado, la empresas privada y la población. Queriéndolo o no, la CONFIEP, el gobierno y las “barras bravas” le están haciendo el juego con una actitud que genera conflicto antes que diálogo constructivo. Démonos un voto de confianza entre nosotros. Dejémos de decirle a los demás qué pueden hacer o no, o cómo deben hacer su trabajo y, de una vez por todas, pongámonos a pensar qué podemos empezar a hacer, qué debemos dejar de hacer o qué debemos hacer más – juntos.