El homo economicus, el homo reciprocans y la inclusión social
El homo economicus es un consumidor perfectamente racional que, en un mundo de información perfecta, es capaz de determinar con precisión qué es lo mejor para él y para sus familias. En búsqueda de su propio interés, es capaz de decidir mejor que nadie qué comprar, qué vender, a quién y a qué precio. Este consumidor no requiere tener ningún sentimiento de amor, afecto, deber, honor, gratitud, fidelidad o justicia, a menos, claro, que esto le convenga.
La existencia del homo economicus es la piedra angular de la economía moderna que hoy conocemos y sus antecedentes teóricos se remontan a Adam Smith y David Ricardo. En su libro “La Riqueza de la Naciones” (1776), Adam Smith, señalaba que lo mejor que un carnicero, cervecero o panadero podrían hacer por la sociedad no era ser generoso o altruista sino buscar su propio interés.
En un mundo con instituciones débiles, sin reglas o con reglas flexibles para los poderosos pero implacables con los que menos tienen, el comportamiento del homo economicus genera caos, inseguridad, fraude, abuso, corrupción y, por supuesto, conflicto.
En el ejemplo de Smith, el carnicero, cervecero o panadero podrían convertirse en víctimas de violentos asaltos a manos de homo economicus hambrientos o sedientos, en ausencia de un respeto espontáneo por la propiedad privada o de instituciones que la hagan respetar. ¿Por qué sería necesario respetar la propiedad privada?
Los problemas de congestión e inseguridad en el tránsito vehicular en Perú son un ejemplo contemporáneo de cuál es el resultado de millones de homo economicus circulando sobre una infraestructura pobre y regulados por un marco legal débil. ¿Por qué respetar un semáforo en rojo o un crucero peatonal; o por qué dejar de bloquear una intersección si estamos apurados, la capacidad de fiscalización de la policía es muy limitada y si el resto de choferes no está dispuesto a cedernos el paso cuando lo requerimos?
¿Por qué debe importarnos la inclusión social si cada uno de nosotros tiene sus propios sueños, obligaciones y contratiempos con los cuales lidiar?
Antes de publicar “La Riqueza de las Naciones”, Smith ya había reconocido, en su libro “La Teoría de los Sentimientos Morales (1759)” que la realidad era mucho más compleja que la que encerraba el concepto de homo economicus. De hecho, Smith fue el primero en reconocer que el buen funcionamiento de las organizaciones y los mercados requería de un mínimo de confianza, honestidad, cumplimiento de la palabra empeñada, justicia y cooperación, aspectos que solo pueden ser recíprocos.
Si este tipo de sentimientos no guía el actuar de los ciudadanos en el mercado, los contribuyentes no percibirán ninguna obligación moral para pagar sus impuestos o cumplir con los derechos de sus trabajadores si es que son empleadores, especialmente si la autoridad se les aproxima con arrogancia y desconfianza y si el Estado no es capaz de ofrecerles seguridades mínimas para sus familias y sus negocios. Y la informalidad persistirá.
Si este tipo de sentimientos no predomina en el ejercicio de la función pública, las autoridades pueden terminar defendiendo intereses particulares en lugar de defender los intereses de los peruanos, otorgando favores o regalos a cambio de un pago o privilegio futuro cuando termine su gestión. Así, la democracia puede ser fácilmente capturada por pequeñas cúpulas y el Estado termina siendo debilitado y reducido a una caricatura. Y así las instituciones languidecen y la corrupción campea.
Si este tipo de sentimientos no predomina en el manejo empresarial en el país, la conciencia de los empresarios estará siempre tranquila porque ellos “no le ponen una pistola en la cabeza a nadie” para que contrate un pequeño crédito a una tasa de 100% anual, para que alimente con comida chatarra a sus niños o para que compre – con los ahorros de su vida- un vehículo que es considerado basura en los países del primer mundo. Y si esto es así, las empresas se defenderán siempre a “periodicazo limpio” de cualquier intento por limitar sus malas prácticas y la exclusión social no podrá ser derrotada.
El reciente aumento de impuestos a las cervezas que, lejos de corregir una distorsión, parece buscar sacar del mercado a algunos competidores; o las recientes pugnas alrededor de modificaciones al sistema de comisiones de las AFPs, del reordenamiento pesquero o de la Ley de Alimentación Saludable son ejemplos claros de cómo opera el homo economicus de algunas poderosas empresas en el entorno institucional actual, gestionando sus intereses con escasa transparencia a través de sus canales de televisión, radios y diarios; de sus líderes de opinión “independientes”, sus voceros, sus “portátiles” a sueldo expertas en bloquear vías de tránsito, sus congresistas y sus jueces, entre otros.
La inclusión social no se consigue con dar limosna los domingos en misa si atropellamos el resto de la semana a nuestros semejantes, tampoco con Qali Warmas, o con la entrega de cuyes y alfalfa a una comunidad de cuyo territorio se extraerán millones de toneladas de valioso mineral. La inclusión social se conseguirá cuando todos los ciudadanos seamos un poco más homo reciprocans que homo economicus, es decir, cuando actuemos buscando nuestro propio interés, pero sin perder de vista el interés común y, especialmente, el de los menos favorecidos de nuestro país.
El mercado falla, mucho y casi siempre. Y las intervenciones estatales pueden terminar resultando peor que la enfermedad.
Sin embargo, aunque no tengamos conciencia de ello, cada uno de nosotros tiene el poder de corregir fallas de mercado si contribuimos a la generación colectiva de aquellos valores que la sociedad, las organizaciones y los mercados necesitan para funcionar bien. Podemos empezar sonriendo más, confiando más, siendo honestos, cumpliendo nuestra palabra, teniendo apertura para cooperar y, sobre todo, actuando con justicia en nuestras transacciones, especialmente si tenemos una posición de ventaja. ¿Lo hacemos?