Sin educación de calidad tampoco hay inclusión
La calidad de la educación en el Perú es probablemente uno de los temas más importantes de la agenda por la inclusión social. Hoy, la situación es precaria.
Los alumnos peruanos en promedio se encuentran a la cola en términos de
conocimientos y compresión frente a sus pares a nivel mundial. En el
2001, cuando se aplicó la prueba PISA (Programme for International
Student Assessment), de 45 países participantes, Perú terminó en el
último puesto tanto en lectura, matemáticas y ciencias. Ocho años
después en la prueba del 2009 realizada por PISA, Perú se ubicó en el
puesto 62 en lectura, 60 en matemática y 63 en ciencias de 65 países
participantes. Así, se ubicó en el puesto 63 de 65 en total. Los dos
países que Perú superó fueron Azerbaiján y Kyrgyzstan, países que no
participaron en el 2001. Es decir, Perú no ganó terreno frente a ninguno
de los mismos países con los que se midió anteriormente en el año 2001.
Los profesores no están adecuadamente capacitados para enfrentar esta
realidad. De los 150 mil profesores que rindieron las evaluaciones
organizadas por el Ministerio de Educación, solo 36% obtuvo una nota
mayor a 11 y solo el 10.5% superó la nota de 14, porcentaje mínimo
fijado para aprobar las evaluaciones. Algunos expertos atribuyen estos
resultados a los bajos incentivos (o salarios) que tienen los maestros
para superarse. La realidad es que los salarios son bastante bajos. Hoy
en día, cubren con las justas la canasta familiar para un hogar de
cuatro miembros. Sin embargo, se han incrementado en 70% entre 2001 y
2010. Mejoras han habido (el promedio actual es de S/.1,087.3), aunque
no suficientes. Lo que no ha mejorado ha sido la calidad de los docentes
y lo que han aumentando son las protestas. ¿Por qué?
La infraestructura es todavía deficiente, al menos en los colegios
públicos. A nivel nacional, solo el 34.8% de los locales cuenta con agua
potable, servicios higiénicos y alumbrado. Este porcentaje es mucho
menor en las zonas rurales donde solo un 15.4% tienen estas facilidades,
y puede llegar hasta 6% en algunos departamentos.
La educación, por lo tanto, se ha convertido en uno de los mercados más
“exclusivos” (es decir, no inclusivos) del Perú. Nadie puede estar en
contra de la discriminación por precios y la exclusividad de los bienes y
servicios. Sin embargo, la educación no es un automóvil, una chaqueta
de cuero o una cartera. La educación es el ticket de entrada para el
mercado, para la globalización y el progreso. Un país inclusivo, moderno
y próspero es uno donde la mayoría de la población tiene acceso a este
servicio con altos estándares de calidad y a un costo razonable.
¿Quién tiene acceso a servicios de educación de calidad en el Perú? Unos
cuantos. En el año 2011, la mensualidad promedio de los 10 mejores
colegios del país era de S/.2, 000 y la cuota de ingreso promedio era
superior a los S/.16, 000. El 80% de trabajadores formales – sí,
formales – del país tiene ingresos brutos mensuales inferiores a S/.2,
000. Si hablamos de los 100 mejores colegios, la cifra promedio de
mensualidad se reduce a S/.900 y la cuota de ingreso a S/.5, 000. Saque
su cuenta.
¿Quiénes ganan con la situación así como está? Unos pocos. Los que
construyen colegios que se caen a pedazos, los políticos que obtienen
acciones a cambio de favores que conducen a la obtención de licencias de
funcionamiento o grandes extensiones de terrenos para colegios y
universidades, las entidades educativas que ofrecen servicios de pésima
calidad a ilusionados estudiantes hijos de esforzados padres cuyo único
sueño es progresar en la vida y toda la gran cadena de intermediarios
que obligan a los estudiantes o alumnos a comprar productos o servicios
de dudosa calidad y con sobreprecio. Por supuesto, también gana la
categoría de profesionales que les gusta cobrar sin trabajar y recibir
privilegios sin esforzarse: en mi opinión, solo una minoría al interior
del magisterio nacional.
¿Quién gana más? Los movimientos radicales ganan por partida doble:
primero, porque una juventud poco preparada, desempleada y descontenta
es presa fácil de slogans y discursos a favor de la violencia y la lucha
armada; y, segundo, porque una minoría de maestros cuya carrera solo
tiene futuro en un mundo de sindicatos e intercambio de favores y no de
meritocracia, es el instrumento perfecto para hacer bulla y hacerse
sentir presente.
¿Quiénes pierden? Todos los peruanos de hoy y los de mañana. Sin
profesionales capacitados y sin técnicos hábiles, honestos y esforzados,
no se podrá sostener el crecimiento económico que requiere el país para
entrar en el club del primer mundo. Según la Sociedad Nacional de
Industrias, 8 de cada 10 empresas tienen problemas para conseguir
personal técnico capacitado para sus plantas de producción.
¿Qué se puede hacer?
Primero, motivarnos a la acción. La indignación que tenemos frente a
médicos impostores, a farmacias que venden medicinas “bamba” y a
universidades que otorgan títulos a nombre de la nación al que paga y no
al que sabe debería ser la misma que tenemos frente a los profesores
impostores, a los proveedores corruptos de infraestructura física
(constructores), de servicios educativos deficientes (colegios,
institutos e universidades) o a la industria editorial oligopólica que
se alía con inescrupulosos directores o profesores para acorralar a los
padres de familia para exprimirlos todo lo que se pueda.
Segundo, involucrar al sector privado que esté dispuesto a participar en
el mercado en condiciones razonables y justas, brindando servicios de
calidad a precios asequibles para la mayoría de la población.
Tercero, apostar por la tecnología e innovación para lidiar con la mayor
cantidad de limitaciones que existan en el mercado: generar
competencia.
Por ejemplo,
• ¿Hacen falta maestros? Pues persuadamos a los mejores maestros del
Perú (aquellos de los mejores 10 colegios del país) a filmar cursos
completos y divulguémoslos por todos los medios tecnológicos posibles a
costo cero para los estudiantes de todo el país. Y hagámoslo en español,
quechua y aymara. Y así quizás necesitemos menos maestros y más
asistentes de aula que monitoreen el progreso de los alumnos.
• ¿Hacen falta textos escolares? Pues desarrollemos o compremos los
derechos de textos escolares y produzcámoslos de manera digital para que
puedan ser leídos on line, copiados e impresos sin temor por los
estudiantes. Es mejor que el Estado negocie directamente con la
industria editorial a que cada padre de familia enfrente un atraco a
manos de un maestro o un director que actúe en complicidad con algún mal
vendedor de la industria editorial.
• ¿Hacen falta colegios? Pues hagamos que el colegio se mueva.
Utilicemos ambientes de las municipalidades o los gobiernos regionales.
Tratemos de darle a cada niño, antes de una laptop, una tablet donde
pueda cargar los contenidos que necesite aprender, los ejercicios que
requiera hacer, los juegos que deba practicar para aprender. Movamos los
colegios a donde haya espacio.
• ¿Es muy difícil identificar a los impostores de los proveedores de
servicios de calidad? Hagamos una prueba bi-anual de matemáticas,
comprensión de lectura y razonamiento para todos los colegios públicos y
privados con resultados que sean públicos para que los padres de
familia sepan por qué están pagando. Algo similar para los institutos e
universidades.
• ¿Queremos ser más agresivos? Comencemos con un plan piloto y demos
en concesión a entidades privadas o sin fines de lucro uno o dos
colegios del Estado con potencial.
¿No les gustan las ideas? No importa. Propongan otras. Discutámoslas.
Por supuesto que nada de lo sugerido sustituye a un “colegio” o una
“universidad” de verdad o a la interacción con un profesor de calidad. Y
mucho menos sustituye al ejemplo que tanto niños, adolescentes o
jóvenes deben recibir en el hogar.
Sin embargo, prefiero varias de estas opciones a la que enfrentan muchos
padres de familiar que, con su mejor intención, trabajan y hasta se
endeudan para educar a sus hijos y son timados por entidades educativas
que venden títulos o certificados a cambios de una pésima educación o
entrenamiento.
Lo que necesitamos son niños bien educados, jóvenes listos para
insertarse al mundo laboral y profesionales que en el futuro puedan
crear marcas y productos de alto valor agregado. Con eso aseguraremos
que Sendero no vuelva nunca más.