Inclusión social: olvídense del slogan, concéntrense en la acción
La inclusión social fue el tema de la última elección que erigió a Ollanta Humala como presidente. También fue la promesa incumplida de los gobiernos de García y Toledo, que redujeron la pobreza pero avanzaron poco en esta materia.
¿Por qué se sigue hablando del tema? Porque el milagro del crecimiento peruano no ha producido beneficios para todos. Lo que ha producido es prosperidad para unos cuantos y pobres condiciones laborales o grandes dificultades para hacer negocios para la mayoría. Los esfuerzos del Gobierno al respecto todavía llegan tarde, mal y a veces nunca.
Según Jaime Saavedra del Banco Mundial, en el Perú, a pesar de que el precio de las casas de playa se incrementa 20% anualmente, el crecimiento sigue siendo de los más altos de América Latina y la deuda externa es del 22% del PBI, nacer a 26 kilómetros de distancia (entre Ventanilla y San Isidro) puede hacer la diferencia entre tener o no los micronutrientes, calorías y el entorno para que un niño crezca y progrese. No hay ni qué hablar de las diferencias entre cualquier lugar de Lima y alguna zona rural en Apurímac, Huancavelica, Puno o Loreto.
¿Por qué es más fácil reducir la pobreza con crecimiento económico que eliminar la exclusión social? Saavedra afirma que, aparentemente, los peruanos (o la minoría que toma decisiones y forma opinión) nos hemos acostumbrado a estas diferencias y nos importa más si los clubes de fútbol quiebran o no, si son capaces o no de organizar un campeonato profesional como Dios manda, si la Bolsa subió o si el dólar bajó.
Yo me rehuso a creer esto, aunque francamente a Saavedra no le falta evidencia para sustentar su afirmación. Pienso más bien que hemos perdido el foco hablando demasiado del problema y muy poco o nada de las soluciones. Y también pienso que muchos nos hemos perdido en debates estériles que pretenden trazar la línea entre el bien y el mal en temas tan diversos como la desigualdad de ingresos, las medidas de protección comercial, la banca de fomento, los derechos laborales, la existencia de empresas públicas, los subsidios, las transferencias directas, entre otros.
Pienso también que Bagua, Tambogrande, Conga o el resurgimiento de Sendero y la olla a presión de conflictos sociales que hoy tiene jaqueado al Gobierno ya está comenzando a dejar una lección clara: pensar que la ‘mano invisible’ resolverá todo puede sonar muy razonable y astuto pero ignorar que para un gran segmento de la población la mano del mercado es invisible (no porque actúe sin ser vista sino porque no existe o porque sus reglas fundamentales no se aplican para ellos), es irresponsable. Y ahí yace la gran oportunidad del momento actual.
La inclusión social sí se puede alcanzar: si hacemos más de lo que hacemos bien y menos de lo que hacemos mal, y si comenzamos a hacer aquello que todavía no hacemos.
¿Qué deberíamos hacer más?
- Dejar la inclusión social en manos de profesionales y no de políticos. Si bien es cierto la inclusión no se consigue creando un ministerio, el equipo que ha empezado a formar el Ministerio de Inclusión Social (MIDIS) es un mensaje de esperanza respecto de la profesionalización de la gestión de la inclusión social desde el sector público.
- El Gobierno debería consolidar el acierto de la creación del MIDIS otorgándole más capacidades de ejecución de gasto y de liderazgo intersectorial. ¡La inclusión social no requiere acciones sectoriales, sino transversales! Hasta el momento, el MIDIS es predominantemente un ministerio que planea y monitorea, pero que no ejecuta. Y eso es como tener un automóvil con frenos, pero sin acelerador.
¿Qué deberíamos hacer menos?
- Primero, dejar de pensar que la inclusión social requiere un slogan (¿”TLC interno”?). No necesita slogans, ni un pleito por su autoría.
- Segundo, dejar de lanzar programas sociales que, a pesar de tener nombres atractivos, carecen de la capacidad de operarse a escala de manera eficiente y sostenible.
- Tercero, dejar de pensar, por muy buen equipo con el que se cuente (¡atención MIDIS!), que el Estado puede generar algún impacto significativo con sus acciones aisladas y con el repertorio de siempre. Cuarenta años es el tiempo que el Estado tardaría al ritmo actual para resolver el déficit de vivienda en los segmentos donde no llega el sector privado, a pesar de haber iniciado acciones hace un par de décadas.
¿Qué deberíamos comenzar a hacer?
- Primero, reconocer que si seguimos haciendo lo mismo no podemos esperar resultados diferentes.
- Segundo, trazar e involucrar al sector privado en objetivos ambiciosos y que hoy podrían parecer imposibles como, por ejemplo, que el estándar de la educación de los colegios de élite de Lima llegue a los colegios en todo el Perú y que lo mismo ocurra con los servicios de salud; que en una década se haya reducido a la mitad el déficit de vivienda cuantitativo y cualitativo; que en una década tengamos a la primera generación de niños menores de 6 años sin caries, entre otros.
- Tercero, desafiar al status-quo, empezando por casa: invirtiendo en construir equipos pequeños multidisciplinarios y donde no haya espacio, sino para los mejores técnicos y gerentes con sensibilidad política. ¿Cuántos programadores de software, matemáticos, ingenieros, diseñadores, médicos o cuántos gerentes con experiencia en el sector privado trabajan en el MIDIS? Tener equipos predeciblemente similares es equivalente a leer diarios o libros de la misma tendencia política: será muy difícil encontrar ideas innovadoras.
- Cuarto, construir seriamente, sobre la base de la gran cantidad de información que ya existe en las distintas dependencias públicas, una base de información respecto de los excluidos del país para que las soluciones inclusivas dejen de iniciarse desde un escritorio o desde la oscuridad de simples conjeturas.
- Quinto, abrazar a la tecnología para el desarrollo de prácticamente cualquier acción que se realice: para medir, para planear, para ejecutar y para conectar unas acciones con otras.
El gobierno ha asumido correctamente el liderazgo en la tarea de forjar la inclusión social, pero hay mucho que cada uno de nosotros puede hacer. La inclusión social no se conseguirá y seguirá produciendo Baguas, Tambograndes, Congas, Paitas y alentando el retorno de la subversión hasta que los peruanos no comencemos a vernos y tratarnos como seres “iguales”, y cuando dejemos de aprovechar nuestra posición de ventaja para exprimir al menos favorecido o para chantajear al Gobierno desde las calles para defender intereses comerciales. La gran empresa tiene todavía mucho que reflexionar al respecto.
Sí se puede. En este blog plantearemos algunas ideas y propuestas para promover la inclusión social.
["La economía de la inclusión" se publicará cada dos lunes.]