Guerra comercial ad portas
EE.UU. acaba de establecer un arancel del 25% al acero y de 10% al aluminio de Canadá, Europa y México. El argumento es la seguridad nacional. Tanto el bloque europeo como los otros dos países anunciaron la decisión de acudir a la Organización Mundial del Comercio para recurrir la medida. El fallo tardaría entre 1.5 y dos años pero en el camino están preparando sus respuestas. México anunció que colocaría restricciones al acero plano, lámparas y varios alimentos de EE.UU. (piernas y paletas de cerdo, embutidos, preparados alimenticios, manzanas, uvas, arándanos y diversos quesos) por un monto equivalente. Es una buena replica porque devolvería el golpe en
sectores sensibles.
Es indudable que el comercio internacional puede ser importante para el crecimiento económico. No hay que olvidar que la elevación de aranceles y las prácticas restrictivas al comercio fueron un elemento clave para que se desarrollen Alemania, Japón, Corea del Sur y EE.UU, entre otros. China sigue aplicando estas prácticas a la par de una política industrial sectorial. Sin embargo, las condiciones internacionales han cambiado. Las cadenas de valor se globalizaron a través de la relocalización productiva. Asimismo, un mundo multipolar y más balanceado promueve reacciones inmediatas en el resto. Los efectos positivos sobre la producción y empleo en el corto plazo se neutralizan rápidamente con los aumentos de los precios en los productos.
Tampoco en el comercio internacional todo es maravilloso. Si se analizan los Tratados de Libre Comercio (TLC) de Chile y Perú con EE.UU. el gran beneficiado ha sido los EE.UU. Nuestras balanzas comerciales son amplia y crecientemente deficitarias aunque se han abierto algunas nuevas oportunidades para nuevos productos de exportación. Sin embargo, en realidad exportamos más de lo mismo con bajo contenido tecnológico. A la par de estos TLC se apreciaron las monedas nacionales favoreciendo la importación masiva de bienes de consumo que han afectado la producción nacional de productos agrícolas y manufactureros sustitutos, con sus efectos negativos sobre el empleo.
Aparentemente el mejor TLC es el de México con EE.UU. donde efectivamente la balanza comercial es positiva para los mexicanos. También se ha generado alrededor de dos millones de empleos y el contenido tecnológico de las exportaciones es más avanzado: autos y autopartes, productos electrónicos y eléctricos, entre otros. Sin embargo, la industria exportadora es básicamente extranjera con un reducido
componente nacional en sus insumos, con pocos encadenamientos internos y también se ha perdido mucho empleo en el agro y manufactura tradicional. Hay enseñanzas, pero las fórmulas para un comercio internacional provechoso para todas las partes es un tema en agenda.