La trampa educativa: los retos en la educación inicial
Pocos temas generan tanto consenso como que la educación es un factor clave en el desarrollo del individuo y de la sociedad: permite incrementar la productividad, acceder a mejores niveles de empleo, fomentar la movilidad social y, en general, gozar de mayores niveles de bienestar.
Si bien en el Perú hay todavía mucho por avanzar, hay aspectos importantes que resaltar, como el aumento tanto del gasto en el sector como en la cobertura del servicio educativo. Así, el presupuesto se incrementó en más de 60% en el periodo 2005-2012, y la asistencia a Educación Inicial (EI) pasó de 59% en el 2005 a 75% en el 2012.
No obstante, estos mayores gastos y cobertura no han ido de la mano con el mejoramiento del rendimiento escolar. No solo tenemos los peores puestos en la prueba PISA en las tres áreas evaluadas (matemáticas, ciencias y redacción), sino que según la Evaluación Censal de Estudiantes (ECE) del 2012, aplicada por el Minedu, solo el 14% y 29% de todos los niños de segundo de primaria alcanzó el nivel correspondiente al deseable en las áreas Lógico matemática (LM) y Comprensión lectora (CL). Y, peor aún: estos alarmantes resultados prácticamente no se han movido en los últimos años.
En “La trampa educativa en el Perú: cuando la educación llega a muchos pero sirve a pocos”, estudio que realicé con la también economista Arlette Beltrán, identificamos los determinantes del rendimiento escolar y observamos el importante impacto de la asistencia a EI en el futuro desempeño escolar: si un niño asiste a EI, sus rendimientos en CL y LM aumentan en 34% y 133%, respectivamente. No obstante, estos promedios nacionales esconden las grandes disparidades y el impacto heterogéneo que, según grupos socioeconómicos, existe en el país: cuando el alumno vive en la Selva, tiene como lengua materna una distinta del castellano o reside en un distrito pobre, el impacto de la asistencia a EI en su rendimiento escolar prácticamente desaparece.
En consecuencia, mayor cobertura no garantiza un impacto positivo en el posterior rendimiento del niño en la escuela. Depende de la calidad con la que se ofrece la educación, y esta pasa también por tomar en cuenta las distintas realidades locales en su modelo de gestión y metodología de enseñanza. Un único currículo nacional no permite calzar las diferencias en la enseñanza que deben existir en la Selva, en comunidades indígenas o en distintos lugares de la Costa.
Igualmente, se debe mejorar las capacidades gerenciales de los directores y las autoridades académicas de las instituciones educativas, para que manejen eficientemente los recursos que reciben. Para ello, se debe gestionar la educación por resultados. Solo así se generarán los incentivos necesarios para que las autoridades educativas se encaminen a lograr que nuestros niños entiendan lo que leen y sepan sumar. Ello implica acciones concretas como la evaluación universal a los maestros y reacción rápida sobre los que no rinden; el empoderamiento de directores, que contarían con discrecionalidad para dirigir parte de su presupuesto; la rendición de cuentas a padres de familia, entre otras medidas.
Solo de esta manera la educación tendrá el impacto esperado en el desarrollo de las capacidades del niño y sus posibilidades futuras de generación de ingresos. Solo así podremos hablar de inclusión. Solo así tendremos un país que seguirá creciendo. Y solo así nuestros niños y jóvenes podrán graduarse de las escuelas teniendo la perspectiva de un porvenir promisorio.