La vida de Jagna
Basada en Los campesinos -una de las novelas más influyentes de la literatura polaca, cuyo autor, Władysław Reymont, ganó el Premio Nobel en 1924-, La vida de Jagna expone un contexto de opresión y juzgamiento para la mujer de fines del siglo XIX e inicios del XX que, 100 años más tarde, proyecta una poderosa vigencia, especialmente para las sociedades rurales de cualquier rincón del mundo.
Sin embargo, lo más llamativo de la película en cuestión no es el planteamiento del tema ni su desarrollo dramático, sino la combinación de técnicas cinematográficas y de pintura que se emplea en las casi dos horas que dura esta propuesta. Sin caer en mayores detalles técnicos, el primer paso que se llevó a cabo fue el rodaje completo frente a pantallas verdes. Culminada la filmación, todo el metraje fue trasladado hacia un trabajo de pintura al óleo. Cuadro por cuadro. El resultado: casi 40 mil pinturas elaboradas a mano que luego fueron puestas en movimiento. Más de 100 animadores de diferentes países intervinieron en esta monumental obra. ¿Alguna otra película se ha trabajado de la misma forma? Sí, la galardonada Loving Vincent. Ambas entregas fueron dirigidas por el británico Hugh Welchman y la polaca Dorota Kobiela.
A nivel visual, La vida de Jagna tiene una raíz esteticista que pone de rodillas a cualquier espectador. No obstante, también tiene otros valores de orden cinematográfico. Entre ellos, la fuerza cinética y la ascendente tensión dramática de su historia. Estamos a inicios del siglo XX y Jagna es una muchacha que causa envidia entre las mujeres de su pueblo por su belleza. Los chismes están orientados hacia la supuesta promiscuidad sexual que practica la joven. Boryna, un viejo déspota poseedor de amplias y fértiles tierras, posa los ojos en Jagna con el objetivo de desposarla sin sospechar que la doncella mantiene un romance con su hijo mayor, Antek -casado, vehemente y de comportamiento volátil-. La intensidad del tóxico triángulo amoroso se acentúa cuando las subtramas ayudan a diseñar el tiránico contexto que debe soportar Jagna. Entonces, el machismo y la cosificación de la mujer se muestran como lastres sociales normalizados que dejan flotando una interrogante: ¿cuánto puede decidir una mujer sobre su propia vida?
Por otro lado, Welchman y Kobiela dejan sobre la mesa una discusión que en cualquier época podría alimentar el fuego de las relaciones amorosas: el adulterio. Jagna se enamora de un hombre casado y con hijos que, técnicamente, después llega a ser su hijastro y por el que está dispuesta a arriesgarlo todo, incluso su nueva y prominente situación económica. De esta forma, la pasión se desborda y se convierte en el motivo que desquicia a los personajes centrales. Los directores no muestran a Jagna como un ser libertino, sino como alguien que sigue sus instintos, pero que al estar en un pueblo cargado de prejuicios siempre saldrá mal parada, sea cual sea la decisión que adopte. En la misma dirección, el doble rasero será la constante de los habitantes de esta comarca mezquina.
La vida de Jagna también explora otros temas como las tradiciones cotidianas y festivas de la vida rural, las tensiones entre pueblos vecinos divididos por el nacionalismo, las brechas generacionales motivadas por el advenimiento de la modernidad y la ambición por la tierra cuando los matrimonios son excusas para generar riqueza.
El primer largometraje animado de Hugh Welchman y Dorota Kobiela no fue un chispazo de talento. Loving Vincent abrió un nuevo sendero en el cine de animación con vocación pictórica. Por su lado, La vida de Jagna es poesía para los ojos y un llamado de atención para la conciencia de aquellas sociedades que siguen viendo a las mujeres como marionetas.