Garra de hierro
Durante la década de los ochentas los hermanos Von Erich fueron populares como peleadores de lucha libre, pero, a nivel mediático, llegaron a ser muy famosos por la “maldición” que atravesaron a nivel familiar: tres de ellos murieron en el esplendor de su juventud sin gozar de pleno reconocimiento por su labor en el ring. El patriarca, Fritz, dedicó su vida a la férrea preparación física, técnica y alimenticia de sus cuatro hijos. Con un pasado de personaje villano en el mundo del Wrestling, el padre ejerció en la vida real de figura tiránica y protectora que hacía competir a sus hijos entre sí a fin de encontrar a un nuevo campeón. En el fondo, una manera de suplir sus propias frustraciones.
Dirigida y escrita por Sean Durkin, Garra de hierro narra la historia de los Von Erich desde una perspectiva exploratoria e intimista del mundo de la lucha libre donde los rincones más oscuros alojan a la peculiar familia en cuestión. Para poder graficar el caso de los muchachos y su progenitor, Durkin toma como punto de referencia el tipo de relación que tienen los hermanos. A ellos no les importa la competitividad instaurada por Fritz (Holt McCallany) quien reina dividiendo. Ellos se quieren de manera incondicional y creen que su padre y su madre (Maura Tierney) hacen lo mejor por el clan. Sin embargo, entre la amplia cantidad de figuras masculinas es Kevin Von Erich (Zac Efron) quien destaca y ejerce como vehículo narrativo abriendo muchas capas desoladoras y otras pocas de esperanza. Efron, ex figura adolescente de la factoría Disney, pega un importante salto actoral que lo desmarca del rol decorativo que desde hace algunos años lo estigmatiza.
Garra de hierro es un biopic deportivo en clave melodramática donde también se advierte la construcción de una masculinidad tóxica normalizada a través del acto de competir. En esa misma línea, el director apela a los tópicos de una familia de careta tradicionalista (los Von Erich) como representación del conservadurismo estadounidense para ponerlo frente a una sociedad que experimenta profundos cambios políticos y sociales. El experimento concede aciertos a Durkin, sobre todo cuando, por un lado, Kevin despierta al amor y, por otro, cuando es obligado a replegarse en la línea de aspiración para ser campeón. En ambos casos, el contexto sirve de escenario moral que juzga por medio del liberalismo juvenil y el control excesivo de Fritz, respectivamente.
Fuera de los momentos sentidos, Garra de hierro destaca por la concepción de sus escenas de lucha. Es notorio el esforzado trabajo coreográfico, así como la preparación física, que los actores han desarrollado. Junto a Efron -el hijo sobreviviente-, despunta la performance de Jeremy Allen White como Kerry Von Erich. El director saca lo mejor de White en los pasajes más intensos de la película y en ocasiones sirve de contrapunto a Efron. Los diálogos afectivos donde las miradas pueden ser cómplices y las palabras de cariño son secas -recordemos que en este ambiente los hombres no lloran- alcanzan verosimilitud cuando todo parece contaminado por la testosterona. Ser sensible en un mundo rudo es un pecado que nadie perdona, pero no es extraño que tanta frustración contenida termine estallando por medio de reclamos y culpas. Durkin maneja los tiempos como el cronómetro de un explosivo que deja demasiados daños colaterales.
De manera sutil y didáctica, Garra de hierro cuestiona y defiende la espectacularización de las peleas y todo lo relacionado con el Wrestling, siempre desde el desafío que supone entretener a las masas y representar a una parte de la cultura estadounidense, más allá de que la lucha libre no sea de su exclusividad. ¿Deporte o show? Eso es lo que menos preocupa al director. Lo importante es auscultar una realidad que identifica a millones de seguidores y escarbar en las entrañas de un sueño americano deforme donde unos chicos fueron los conejillos de laboratorio de un padre déspota.