One Night in Miami
A los 22 años, Cassius Clay, un joven boxeador lenguaraz por el que pocos apostaban, venció a Sonny Liston, campeón mundial de los pesos pesados. “Soy el mejor del mundo”, gritaba desaforado, sobre las cuerdas del cuadrilátero, el nuevo monarca del pugilato a los periodistas y todo aquel que lo había subestimado.
Era la noche del 25 de febrero de 1964 y “el ring estaba abarrotado de figuras pasadas, presentes y futuras”, según David Remnick, director de The New Yorker. Entre el público se encontraban celebridades de diversos ámbitos de la cultura afroamericana.
La política, el deporte y la música se rendían ante Clay, pero tres hombres cercanos al nuevo campeón serían los que celebren de manera especial el título boxístico: Malcolm X, activista y representante de la Nación del Islam; Jim Brown, recordman del fútbol americano y actor advenedizo; y Sam Cooke, exitoso cantante y productor de soul. Los tres, y Clay, horas más tarde del combate, se reunieron en una habitación de hotel de Miami donde el político pasaba aquellos días. Sobre ese encuentro se ha escrito mucho y ficcionado demasiado.
En el 2013, Kemp Powers montó una obra teatral titulada One Night in Miami en la que abordaba los temas de las conversaciones que pudieron tener los cuatro hombres. Para crear los diálogos, alrededor del acontecimiento de la velada -el triunfo de Clay-, Powers centró la atención de su puesta en escena en la lucha por la igualdad que había emprendido el Movimiento de los Derechos Civiles de los años 60s. La obra de teatro tuvo mucho éxito.
Siete años más tarde, Regina King, actriz que ganó un Oscar por su trabajo en If Beale Street Could Talk (Barry Jenkins, 2018), decidió llamar a Powers para que escriba el guion del que sería su primer largometraje como directora, una película homónima a la obra del dramaturgo. El Festival de Venecia marcó el debut del film a mediados del 2020 y su recorrido por diversos encuentros cinematográficos no ha dejado de cosechar elogios. Amazon Prime Video compró los derechos de difusión y desde hace dos semanas se puede ver vía streaming.
En tiempos donde el movimiento Black Lives Matter alcanza altos niveles de aceptación mediática y social, una película como One Night in Miami podría encajar en un inocuo lugar de oportunismo. Sin embargo, la ópera prima de King tiene de todo, menos un discurso político forzado o de falsa reivindicación. Precisamente, la gran fortaleza del film está en construir cuatro personajes complejos, auténticos, que interactúen sin desbordarse, sin atropellarse en favor del protagonismo desigual.
No debemos perder la perspectiva de que One Night in Miami es una versión libérrima de un encuentro real; por ello, y para hacerla creíble, el trabajo de King, siempre de la mano de Powers, consiste en mirar a las cuatro figuras desde su naturaleza real y arrancar jirones de sus personalidades para que los temas debatidos en la habitación de Malcolm X respondan a una dramaturgia coherente.
La propuesta de King se consolida cuando hace de las pequeñas locaciones verdaderos polvorines a punto de estallar, a causa de la dialéctica que profesan los protagonistas y las reacciones de cada uno ante el lugar que la sociedad blanca les ha asignado tácitamente.
Por ejemplo, Cooke (Leslie Odom Jr.) intenta, a toda costa, ganar la preferencia de los sectores más privilegiados del jet set estadounidense porque así podrá demostrar su verdadero valor artístico, a lo que Malcolm X (Kingsley Ben-Adir) ve como una forma de subyugación cuando la verdadera fuerza de reconocimiento, para el activista, debería venir desde los sectores afroamericanos. Cooke espeta a Malcolm X que la conquista de la audiencia blanca es la verdadera vía para ser tomado en cuenta. El político no acepta ese argumento diciéndole que si el cantante quisiera, gracias a su popularidad, podría ser una voz potente de la protesta racial.
Durante esa escena Malcolm X pone una canción de Bob Dylan y tajantemente le pregunta a Cooke: “¿Por qué un blanco tiene que ser la voz de los oprimidos cuando su comunidad no padece el sufrimiento de los negros?” Entonces, todo se convierte en un huracán de reacciones y enfrentamientos. La directora maneja con habilidad los discursos y sus réplicas, pero cuando parece que se asoma el correctismo político introduce recursos que desvían la atención y evitan la solemnidad: cambio de espacios geográficos (de la habitación a la azotea del hotel), intervenciones humorísticas y vanidosas de Clay (Eli Goree) o la seriedad y sutileza de Brown (Aldis Hodge).
El riesgo narrativo que asume King, al partir de una idea que fue concebida desde el terreno teatral, es grande y está sustentado en la complejidad de trasladar diálogos larguísimos hacia el plano audiovisual sin que se sienta un desequilibrio o deuda con las oportunidades que ofrecen los planos, los movimientos de cámara, el ritmo, la fotografía o el montaje. En One Night in Miami existe una armonía de los elementos discursivos que sirve para ahuyentar la posibilidad de estar ante una copia cinematográfica de raíz teatral.
Mención especial merece el casting de la película. Cada uno de los protagonistas muestra una fidelidad absoluta a las cuatro figuras legendarias. El caso de Goree como Clay es el más destacado. El actor despliega una interpretación magnífica donde el conocimiento y dominio del lenguaje verbal y no verbal lo distinguen en una de las mejores actuaciones inspiradas en Clay.
One Night in Miami está muy bien realizada. No se vale de su argumento ni su potencial para ingresar por la puerta del correctismo político. Al contrario, desfila por los caminos del dramatismo sin descuidar la esencia de su propuesta, llamar la atención respecto a un tema que, desde hace 60 años, no ha cambiado mucho, abrazándose a las ventajas narrativas que otorga el cine.