Sigue el populismo
Leo en las redes que un congresista señala algo así: “Si estás en contra de la ley del retiro del 25% de la AFP, eso no puede ser gratis”. El mensaje es claro: o estás con él o estás contra él. No entiendo. El elemento central de una democracia es la tolerancia y el respeto a ideas diferentes, de lo contrario es autoritarismo. Así de simple. Muchos sostienen que lo hacen porque están con el pueblo, pero, ¿alguien puede definir quiénes pertenecen al pueblo y quiénes no?
Más allá de los pros y contras de la ley aprobada jueves reciente, me preocupa que se trate de dividir a los ciudadanos entre buenos y malos. Esa es la primera señal del populista: no buscar el debate de ideas, sino vender la idea que él o ella está del lado de los buenos y que es el salvador del país. Es un ejemplo claro de la predominancia de la política sobre la economía. Entendamos la lógica.
El populista busca la aprobación de la población través de medidas que no tienen ningún sustento técnico. Muchos critican a los técnicos. Sin embargo, zapatero a tus zapatos. Si no eres capaz de analizar los efectos de mediano y largo plazo de alguna sugerencia, ni tampoco de ver “lo que no se ve”, puedes generar, por muy buenas intenciones que tengas, que el remedio haya sido peor que la enfermedad.
En Perú de 1985-90 o en Venezuela desde 1998, ¿acaso no plantearon en apariencia grandes ideas a inicios de sus gobiernos? ¿Y cómo terminaron? El populista busca lograr el mayor nivel de popularidad y para ello necesita hacerse conocido; los reflectores deben apuntar sobre ellos. No importa lo que pase después, ya buscará a algún culpable.
En economía, muchas de las cosas que suenan bien, no lo son. ¿Quién no necesita dinero hoy? Todos lo necesitamos. Entonces que el banco central emita cerros de billetes y se los entregue a cada ciudadano de puerta en puerta. ¿Y después qué pasa? Pues el país se destruye y los que más pagan son los que supuestamente iban a beneficiarse. Perú ya lo vivió.
La economía no es un acto de fe ni de magia. Hay que manejar varias ideas básicas. En primer lugar, entender que todo tiene un costo. La pregunta ante cualquier medida es, ¿quién paga? ¿Cuándo? ¿Cuánto? En segundo lugar, pensar en alternativas. Sabemos que requerimos dinero. ¿Cómo lo obtenemos y por qué la alternativa elegida es más eficiente y eficaz que las demás? En tercer lugar, como los recursos son escasos, no alcanza para todos, por lo que tenemos que hacer elecciones. Decidir y escoger entre alternativas. Por último nunca decidir sobre la base de odios o antipatías, pues nunca conduce a la mejor opción. Si ya sé la respuesta, entonces acomodaré la información para que me lleve al resultado que esperaba.
Descartemos opciones que tienen efectos nefastos en el mediano plazo. Apuntemos a recomendar medidas serias y no solo aquellas que solo sirven para el aplauso de la tribuna.