NECESITAMOS UN MANUAL DE INSTRUCCIONES
La situación de emergencia nacional nos hace pensar en el rol que, como personas, nos toca en la relación con el Estado en el contexto de nuestras vidas. Y trágicamente pareciera que, como dice el título, necesitamos un manual de instrucciones para vivir.
Para los amantes de buscar culpables les digo, primero, que dejen de buscarlos, pues aquí se trata de encontrar responsabilidades (que es un concepto íntimamente ligado al de la libertad); segundo que, en ese sentido, se miren al espejo; y, tercero, que, si existen responsabilidades, estas claramente son “compartidas”.
Veamos.
Empecemos con el Estado que, mal que bien y muy a mi pesar, tiene un rol en nuestras vidas más por la coerción que por la legitimidad. Los Estados de esta parte del mundo son, una gran mayoría, de corte paternalista porque nos tratan como menores de edad (peor, incluso). El Perú es un líder en esa materia.
Luego de un enrevesado flujo de normas emitidas en el período de pandemia -30 normas diarias en promedio durante los primeros 108 días de emergencia- pasamos a la búsqueda del sentido de responsabilidad y se produjo un fracaso estrepitoso, producto de una mala estrategia (si es que hubo estrategia), de un mal diseño normativo y, claro nuestra propia irresponsabilidad. Todo ello generó la situación en la que estamos.
En esta segunda etapa el Estado insiste normas redundantes. Por ejemplo, aquella que prohíbe las reuniones familiares que, a estas alturas, resultaba una obviedad. No obstante, este tipo de normas abre las puertas de par en par al abuso y a la corrupción; este fenómeno no es infrecuente en nuestra vida reciente. Cabe solo imaginar todas las intervenciones que seguirán (fundadas o no). Para muestra un ejemplo de la realidad que aconteció durante la primera etapa de emergencia nacional: dos personas que viven juntas ponen música a alto volumen y celebran en su propia casa. Más allá de lo cuestionable de poner música a alto volumen, ese hecho de por sí no contraviene el sentido de la norma (que uno reciba visitas “desde fuera”). Pues bien, resulta que, la policía se presentó en ese domicilio y luego de una conversación “persuasiva” les propuso a las personas un acuerdo: si pagan no las llevo detenidas.
Además, de normas redundantes tenemos las no “fiscalizables”, es decir aquellas que presentan una dificultad, sino imposibilidad de control. Pregunto ¿cómo harán para verificar a aquellos que tienen que salir por n motivos de su casa debido a una situación inesperada? ¿cómo haremos para controlar la “distancia social obligatoria” en las filas? En fin. No queda otra más que confiar.
Y allí viene el otro filón de la responsabilidad, la nuestra. Hemos cedido plenamente nuestra libertad al Estado y con ella también todo sentido de responsabilidad. La “autoridad” ha generado una población de menores de edad que deja sus destinos en manos del “papá” (no mamá) que siempre se hará cargo de todo (para bien o para mal). Si bien es cierto existen condiciones en que la ayuda para lograr un mínimo de igualdad de oportunidades debe ser generada por otro (el Estado u otro cualquiera), distinto es sentarse a esperar y depender de ello plenamente. Nos hemos acostumbrado a la mediocridad en muchos casos.
Como la “gente” no entiende entonces para eso crea de la norma en el Perú. Para arrear al rebaño evitando que este se descarrile. Si hemos apelado a la responsabilidad de cuidarnos cada uno y ser autónomos, hemos fracasado miserablemente. Luego no nos quejemos luego si nos dan un (mal) manual de instrucciones para vivir.
Lima, 16 de agosto de 2020
Eduardo Herrera Velarde.