Las lecciones aprendidas del caso Odebrecht
El caso que involucra a la constructora Odebrecht debe de dejarnos más lecciones que responsabilidades de terceros. Mi tesis, en cuanto al fenómeno de la corrupción, es más “pro”: lecciones aprendidas y oportunidades de mejora. En todo caso, si se trata de endilgar responsabilidades, es bueno mirarse al espejo; especialmente en un caso que siempre fue evidente y visible para casi todos.
La atribución de las responsabilidades es un asunto básicamente re-constructivo que debe ser dejado -con mucha seriedad y sin presiones distorsivas– al sistema de administración de justicia. Desde luego, eso no supone renunciar a vigilar y fiscalizar la labor del sistema.
Rescato como primera lección –desde el Estado– la debilidad de controles en la fase formativa de los concursos públicos. Sin entrar a detalles por el momento, es vital poner luces reflectoras a la etapa en la cual se configuran la necesidad del requerimiento público y las reglas de juego, ello con la finalidad de evitar dos cosas presentes en este caso: 1) que se “inflen” los valores (sobrevaluación) y 2) que se trate de un concurso cosmético en el que se dirigió todo para que gane un postor.
Cuando me refiero a poner luces reflectoras uso la estrategia empleada para el caso de inseguridad ciudadana con los espacios ganados. Si ganamos espacios a la delincuencia, como por ejemplo los parques públicos poniéndoles alumbrado público, es muy difícil que los delincuentes los recuperen pronto. Luego, si se ponen controles –por ejemplo, un veedor o un interventor independiente– se hace más difícil (no imposible) el acuerdo entre un funcionario público y un postor privado.
La segunda lección, ya desde el ámbito privado, es el contundente – y triste – club del 110%. Es ya una práctica consumada la existencia de un tarifario para obtener un éxito en un concurso público (ojo: sin generalizar). No hay que horrorizarse ni negar lo evidente; es una lección aprendida y por lo tanto una oportunidad de mejora.
¿Qué hacer desde el sector privado? Muy simple: dejar de pagar el consabido 10%. Es cierto que decirlo resulta muy fácil porque se pierden negocios y, desde luego, no es lo mismo perder un negocio para una empresa grande que para otra cuya continuidad depende de ese negocio, valgan las redundancias.
Entonces la acción debe provenir del acuerdo gremial. Me refiero a una suerte de “cartel positivo” que suponga un acuerdo de no pagar. Un acuerdo que cada vez se haga más extenso y que invite a la integración.
¿Muy ingenuo? Posiblemente, pero si el tango se baila de dos como en la corrupción, basta que uno se retire de la pista para que se acabe la fiesta. Toca ver quién lo hace primero.
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