Piensa durante unos minutos y analiza si sabes qué quieres conseguir con tu trabajo; cuánto crees que necesitas para vivir dignamente; si en algún momento de tu carrera has reflexionado antes de actuar; si estás dejando que te exploten y no has conseguido aún tomar las riendas de tu propia carrera profesional.
Comprueba si estás sometido a ritmos de trabajo vertiginosos con plazos muy ajustados para todo; y analiza también si te estás acostumbrando a flujos impredecibles de actividad, manteniendo jornadas de entre 70 y 120 horas semanales; si está obligado a viajar constantemente por cuestiones profesionales o a acudir con frecuencia a eventos relacionados con tu trabajo más allá de las horas de oficina.
Si todo eso (o gran parte) se cumple, eres un workaholic, y perteneces a la especie de los trabajadores extremos, para quienes el trabajo es una prioridad frente a las relaciones sociales o la propia salud.
La cuestión es que ser un profesional de alto rendimiento no implica ser un workaholic. Convertir la necesaria abnegación en una gestión ruinosa del tiempo lleva inevitablemente a la ineficacia, a la depresión y al estrés.
Cada vez más expertos aceptan que planificar y encontrar tiempo suficiente para algunas distracciones y desconexiones es posible y hasta conveniente, porque ser productivo no significa estar sentado muchas horas en tu sitio y la eficiencia no tiene que ver ni se mide ya por el simple hecho de estar.
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En todo caso, hay quien piensa que incluso pueden justificarse los argumentos que mueven a los workaholic:La Escuela de Negocios de Rouen (Francia) concluye que existe una cierta adicción al trabajo que, lejos de ser perniciosa, es constructiva. La investigación sugiere que los workaholic "simplemente creen en un equilibrio diferente y se mueven en parámetros distintos a los del resto de profesionales en lo que se refiere a la conciliación".
Realidades ya consolidadas como el hecho de no tener que estar en la oficina para desarrollar nuestra actividad profesional no impiden que sigamos dedicando aún más tiempo a nuestro trabajo. Parece que la tecnología es uno de los factores que favorece la dedicación las 24 horas al día . Y esta es una exigencia que un número creciente de organizaciones considera como algo normal u obligatorio.
En mercados como el estadounidense, sólo un 42% de los profesionales trabaja 40 horas a la semana. Lo que ocurre realmente es que desaparece la jornada de trabajo de 9 de la mañana a cinco de la tarde, e incluso la necesidad de trabajar en la oficina. Sin embargo, las fronteras físico-temporales de la propia actividad profesional cambian, y todo esto depende de cada persona y de cada momento.
Parece evidente que la disponibilidad de 24 horas y la injerencia de las compañías en nuestra esfera privada va en aumento. Y atender a estas demandas es una decisión personal difícil de gestionar. En este sentido, resulta clave dejar a un lado los presupuestos tradicionales de conciliación habituales en muchas empresas. Estas nuevas exigencias de tiempo y dedicación obligan a una gestión específica basada en que los presupuestos tradicionales sobre la conciliación de la vida laboral y la personal están pasados de moda. El equilibrio entre ambas facetas se basa hoy en la integración.
Muchos piensan que las ocupaciones que producen más satisfacción son las que implican un mayor grado de realización personal, y se basan por tanto en las actividades que aportan un alto valor. Aquí el dinero no tiene mucho que ver con la satisfacción en el trabajo.
Para otros, la satisfacción laboral no tiene que ver con trabajar más duro, sino con desarrollar la actividad que suponga más retos para cada uno. Rosabeth Moss Kanter explica en Harvard Business Review que "los más felices en el trabajo pueden ser aquellos que se dedican a lidiar con los problemas más complicados".
Ser más feliz cuando se está ocupadoUn estudio de los departamentos de Economía de las universidades de Pittsburgh, Columbia y Florida, presentado recientemente en la London Business School, sostiene que una dosis extra de trabajo es lo que los empleados necesitan para evitar una procrastinación negativa.
Según la investigación, "aquellos empleados que no han sido capaces de cumplir los plazos requeridos para realizar una tarea determinada y que no están muy ocupados, tardan una media de 37 días adicionales en completar ese trabajo. Pero aquellos que sí tienen altos niveles de actividad emplean 25 días en la misma tarea".
Incumplir los plazos puede resultar muy desmoralizador y provoca un sentimiento de culpabilidad o incluso de enfado por no llegar al objetivo fijado.
Los altos niveles de actividad mitigan esa frustración, pero el estudio advierte que la línea entre sentirse "ocupado" y "abrumado" es muy fina. Hay que tomar precauciones para que una carga excesiva de trabajo no llegue a paralizar a los empleados.
En todo caso, el estudio choca con lo que se conoce como '"cultura":https://blogs.gestion.pe/menulegal/2016/01/la-cultura-claxon-y-cohetones.html del alto rendimiento aparente', una sensación de actividad que lleva a ir corriendo a todas partes, a llegar tarde, a una apariencia permanente de que se está desbordado y de que se trabaja mucho.
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