‘Ribeyro, una vida’, es el libro que pronto publicará Jorge Coaguila, biógrafo de Julio Ramón Ribeyro. En estos párrafos, el periodista narra los encuentros y relaciones que tuvo el cuentista con personajes de la política como Juan Velasco Alvarado, Víctor Raúl Haya de la Torre y Alan García.
La obra será publicada por Revuelta Editores con fecha por confirmarse.
Cargador de bultos en París
En 1956, Ribeyro se aloja en un quinto piso de rue Dauphine. Es la décima vez que pisa la ciudad. Sin dinero, debe aceptar trabajar en una estación de tren como cargador de bultos. Esta experiencia sería llevada al cuento «La estación del diablo amarillo» (1994).
Días después, en octubre, refiere que se siente fatigado por dos jornadas de trabajo en la Gare de Payol. Ocho horas diarias llevando bultos de un lugar a otro en una extraña carretilla que los franceses llaman diable. «Si no fuera por el buen humor de mis camaradas no soportaría este trabajo. Ayer salí de la Gare con dos horas de anticipación, pues estaba a punto de desplomarme de cansancio. Le decía a Eduardo Gutiérrez que lo que más me molesta en este trabajo no es solo el esfuerzo muscular que exige sino la calificación social y moral que implica. Haber estudiado doce años de colegio, siete de universidad en Lima, uno en La Sorbona, uno en Múnich, 21 años de lecturas para terminar haciendo el trabajo de un cargador analfabeto», confiesa.
Días después cuenta que Paco Pinilla llegó a París de Berna, Suiza, y que con el dinero que este le prestó pagó el hotel en que se alojaba, del que estaba a punto de que le echen.
Más adelante cuenta que descargó, con tres personas, un vagón con 20 toneladas de carbón en polvo. «Trabajo de caballo», se queja. A las cuatro horas estaba exhausto. Cuando terminaron, se encontraba «insensibilizado». Por la noche, vomitó la cena y no pudo dormir.
En noviembre tuvo que vender algunos libros «valiosos», entre ellos La chartreuse de Parme, de Stendhal. Sufre entonces de insomnio. Se muda al hotel Modern, ubicado en rue des Écoles, siempre en el Barrio Latino. Días más tarde le angustia verse obligado a vender su centenar de libros.
El fundador del APRA (1956)
El 28 de julio de 1956, Manuel A. Odría dejó la Presidencia del Perú. Lo sucedió Manuel Prado Ugarteche, quien ya había gobernado el país (1939-1945, gobierno en que persiguió a los apristas). Esta segunda victoria la obtuvo con el respaldo del APRA, prohibido de participar por ser un «partido de carácter internacional», según la Constitución Política de 1933 y que contaba por estimaciones con un tercio del electorado.
Prado Ugarteche había prometido, apenas asumiera el poder, levantar la proscripción a los apristas. Así, derogó la Ley de Seguridad Interior e inició con ellos la etapa conocida como «Convivencia» (1956-1962).
Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), fundador del APRA, no sé sabe por qué, tardó en volver al país. Al fin, regresó de Europa el 27 de julio de 1957. Había estado en prisión por ideas políticas durante los gobiernos de Augusto B. Leguía (1923), Luis M. Sánchez Cerro (1932-1933) y Óscar R. Benavides (1933). También había sido deportado (1923-1931). En las elecciones a la Presidencia de 1931, había quedado segundo, con mucha polémica. Además, había pasado a la clandestinidad de 1933 a 1945. Asimismo, estuvo asilado en la Embajada de Colombia en Lima de enero de 1949 a abril de 1954.
Cuando Ribeyro lo vio en París, el trujillano era un personaje muy significativo con aura de leyenda. En su diario, el cuentista anota, noviembre de 1956: «Reunión con Haya de la Torre en un bar de Saint-Germain. Habló, gesticuló, representó desde la medianoche hasta las seis de la mañana. Impresión confusa. Por momentos me decía que durante muchos años aquel hombre había sido el más importante del Perú. En la mesa, frente a un vaso de vino tinto, es un hombre ameno, risueño, en apariencia inofensivo, inteligente, culto, improvisador, lleno de anécdotas. Dos o tres rasgos subyugantes. Una gran experiencia de los hombres, de los países, de las culturas. Tono intermedio entre el profesor y el commis voyageur [‘agente viajero’]».
Según Ribeyro, Haya se mostró un poco reticente acerca de sus proyectos políticos. Le pareció que no le interesaba jugar un papel activo dentro del APRA. Su deseo era ir a Lima para el Congreso Aprista de febrero y regresar a Europa después de organizar a sus prosélitos. «Aquí vive bien, sin mayores responsabilidades, viajando de un país a otro, rodeado de amigos importantes, como todos los políticos sudamericanos en disponibilidad —agrega Ribeyro—. Admira la democracia norteamericana y la disciplina alemana. Cierta presunción aristocrática y un racismo subconsciente. En general, parece políticamente liquidado».
El 14 de diciembre de 1956, en su diario, Ribeyro refiere que después de un tormentoso incidente con Haya de la Torre, cuatro días antes, ha vuelto a verlo, esta vez en la Casa de Cuba, donde ofreció una conferencia. «Mi opinión sobre él se ha modificado en parte. Al comenzar su charla estuvo un poco vacilante, como si tratara de observar con qué clase de auditorio tenía que vérselas. Pronto descubrió que la mayoría de sus oyentes lo escuchaban extasiados, en otros se presentía cierta hostilidad, había finalmente una fracción de izquierda a la cual sería necesario conquistar. Estuvo elocuente, seguro, por momentos apasionado. A las preguntas difíciles respondió con habilísimas evasivas, a las objeciones incontestables con algún juego de palabras. Se mostró además progresista, hizo una ingeniosa crítica del imperialismo yanqui, dejando entrever al mismo tiempo la necesidad de su existencia».
Agente del comunismo
Casi una década después, en 1965, Ribeyro apoyó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), dirigido por Luis de la Puente Uceda, expulsado del APRA en 1959 por oponerse a la Convivencia con el presidente Prado Ugarteche. Así nació el APRA Rebelde, que se convertiría en un grupo guerrillero.
En 1991, le pregunté a Ribeyro acerca de su vinculación con la izquierda. Esto me respondió:
—No soy izquierdista, aunque he tenido actitudes y acciones izquierdistas. Por ejemplo, apoyé a la guerrilla del 64 [Ejército de Liberación Nacional, ELN], de Juan Pablo Chang, Héctor Béjar, Javier Heraud, o a la guerrilla del 65 [MIR], de Luis de la Puente, Guillermo Lobatón, Paul Escobar y otros. Me acuerdo que, en París, Guillermo Lobatón dijo que había llegado el momento de la decisión: que quiénes iban a la lucha. Todos levantaron la mano, menos yo. Pero qué iba a hacer; yo no tengo espíritu de soldado. No obstante, Guillermo Lobatón, que además fue mi compañero en la universidad, me dijo: «No te critico; podrás servir aquí». Eran más o menos treinta los que levantaron la mano, pero era por pura figuración, ya que al final solo fueron cinco; los cinco que murieron. Los otros levantaron la mano solo para hacerse los machos.
El respaldo de Ribeyro al MIR figuró en un manifiesto que firmó con otros compatriotas, entre ellos Mario Vargas Llosa. Meses después, en enero de 1966, en París, este escritor le entregó un recorte de La Tribuna, órgano oficial del APRA. Fundado por Manuel Seoane y Luis Alberto Sánchez por encargo del líder del partido, este periódico circulaba con tropiezos desde mayo de 1931.
A Juan Antonio le escribe: «Se trata de un artículo firmado por un tal Salomón Mendoza —seudónimo de Haya de la Torre—, en el cual hay un ataque grotesco e infame contra mí. Es en realidad una mala novela de espionaje. Empieza por calificarme de ‘agente del comunismo internacional’. Me considera como el organizador de una célula de conspiradores encargada de prestar ayuda a las guerrillas peruanas. Sus calumnias alcanzan el delirio cuando sostiene que mi viaje a Berlín en 1965, con motivo del Congreso por la Libertad de la Cultura, tenía por objeto pasar a Berlín Oriental para recoger instrucciones y dinero de los comunistas con el objeto de entregárselos a Walter Peñaloza —a quien no conozco— para que este enviara esos efectos al Perú».
El recorte sostiene que Ribeyro se entrevistó en Colonia, Alemania, con Peñaloza («en mi vida he estado en Colonia», dirá el cuentista), que se escapó del coloquio (encuentro al que asistieron también el peruano Ciro Alegría, el argentino Jorge Luis Borges, el paraguayo Augusto Roa Bastos, el brasileño João Guimarães Rosa, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias), que las autoridades alemanas quedaron sorprendidas con su actitud. Le aconseja a su hermano: «Deberías buscar el artículo y leerlo porque es regocijante y, en el fondo, ingenuo. Como si una organización revolucionaria del tipo MIR tuviera necesidad de recurrir a personas no afiliadas, más bien sospechosas de tibieza como yo, para este tipo de trabajos».
Para Ribeyro, si hubo distribución de dinero e instrucciones, como sostiene La Tribuna, se debe haber efectuado por canales tan clandestinos y seguros que una persona como él estaba fuera de circuito. Al final Salomón Mendoza (¿Haya de la Torre?) implica en esta operación de guerrillas a Francisco Miró Quesada Cantuarias, César Miró, Nicolás Lindley, Óscar Trelles, etcétera, «de quienes te puedo garantizar que serán antiapristas, pero tan interesados de que las cosas en el Perú no cambien, al menos en forma violenta, como el propio Haya», según el cuentista.
Después de reflexionar un poco, decidió no responder o aclarar a estas acusaciones. «Ni siquiera pensar en un juicio por calumnia o difamación, pues no hay que olvidar que los apristas tienen en estos momentos la sartén cogida por la mitad del mango y son capaces de inventarme falsas cartas, testigos, sabe Dios qué cosa, para confirmar sus decires. De la justicia desconfío, y con mayor razón en el Perú», concluye Ribeyro.
Lío de maricas
El tema no quedó ahí. Semanas después, en febrero, Ribeyro le pide a Juan Antonio que averigüe con el regidor aprista Javier Valle Riestra quién es exactamente Salomón Mendoza, el autor del artículo y, si es posible, de dónde tomó las informaciones falsas y ciertas que contiene su «engendro».
Sospecha que el informante de Haya pueda ser un peruano que trabaja con él en la agencia de noticias France-Presse, Carlos Espinosa Valdivia, «aprista fanático, un insano, con el que no cruzo palabra hace seis meses, pero antes de desenmascararlo quiero estar seguro. Este Espinosa es muy amigo de Haya, se cartea con él. Cada vez que el jefe máximo viene a París, Espinosa va a buscarlo y se pasan las noches conversando en los cafés de Saint-Germain. Al día siguiente llega entonces a la agencia iluminado, como un apóstol que ha visto al Mesías. No hace más que hablar de Haya.
Recuerda haber visto a Haya de la Torre dos veces en Berlín, en 1965. En la primera, lo encontró en una calle principal, solo, aburrido en una esquina. Ribeyro estaba con su amigo Wolgang A. Luchting, a quien le dijo: «Te voy a presentar a uno de los hombres que han tenido más influencia en el Perú de los últimos treinta años». Se lo presentó y se despidieron. Eso fue todo.
En la segunda lo vio en el salón principal del hotel donde Ribeyro estaba alojado: «Se paseaba como un oso, gesticulando, hablando de una conferencia que iba a dar. Lo saludé y me fui». Ahora bien, se pregunta, ¿cómo sabe que Ribeyro regresó a París por tren y no por avión? ¿Cómo sabe que pasó a Berlín Oriental? («Pasé para recoger una visa de tránsito por Alemania Oriental, ya que tenía que atravesar este país en tren, y me llevó al otro lado de la Cortina de Hierro el señor Manchego, funcionario de la embajada peruana», cuenta Ribeyro).
¿Cómo Haya sabe además que dejó el coloquio dos días antes de que terminara? («Ya que en la agencia solo me dieron una semana de permiso y tenía que estar allí en un día señalado»). Puede que haya sido un funcionario de la Cancillería alemana, especialista en América Latina, enviado para olfatear lo que pasaba en el coloquio. Ribeyro recuerda: «Como mis intervenciones fueron, si tú quieres, ‘en el sentido de la revolución’, este señor se me acercó un día y me invitó a una feria».
Añade que meses después del encuentro de escritores llegó a París el filósofo Paco Miró Quesada Cantuarias, que había sido ministro de Educación (1963-1964) de Fernando Belaunde Terry (1963-1966). «Una noche fui con él y con César Miró a un café de Saint-Germain y a los pocos segundos, por coincidencia seguramente, Haya de la Torre, que estaba en París, entró al mismo café y se sentó en la mesa vecina. En el momento de salir, como teníamos que salir delante de él, yo me acerqué a saludarlo, y tanto Paco como César lo saludaron también. Es decir, que me vio con los Miró Quesada, con los que mantengo relaciones de amistad, pero nada más. Pero ahí no termina la cosa», cuenta Ribeyro.
Esa misma noche, un grupo de desconocidos golpearon a Haya de la Torre. «Nunca he sabido quiénes fueron, por más que traté de informarme. Unos dicen que fueron unos estudiantes de izquierda. Esto me parece improbable, pues tengo enlaces con ellos y me habría enterado. Otros dicen que fue un lío de maricas, pues los cafés que frecuenta Haya son de esa calaña. Sea como fuere, Haya puede haber establecido una relación entre su encuentro con dos Miró Quesada y la tanda que le dieron esa noche», piensa Ribeyro.
Sin embargo, hay un detalle que desconcierta al cuentista: un año antes —después de este encuentro—, Ribeyro entró a un restaurante con su entonces novia Alida y se encontró con Haya y Carlos Tossi, amigo del escritor. «Un zambo cínico e ingenioso, simpático como todos los sinvergüenzas. [El periodista] Tossi hizo delante de mí un elogio de mi obra como escritor. Haya no dijo nada. A los diez minutos Alida y yo nos fuimos. ¿Por qué en ese momento no me hizo ningún reproche? En fin, esto se alarga demasiado. Solo quiero hacer un pequeño resumen: Haya me conoce poco, de saludos, de cambios de fórmulas de cortesía. Haya me ha visto con los Miró Quesada. Haya ha leído mi firma en comunicados a favor de guerrillas. Alguien le ha informado, exagerando, que soy un peligroso rojo (mintiendo más bien, pues no soy rojo ni peligroso) y entonces, atando pedazos de recuerdos y estimulado por chismes, ha inventado la prodigiosa historia de La Tribuna. Lo que interesa saber es si Haya es el autor del artículo y quién, su estimulador en París. Trata de averiguar ambas cosas», pide Ribeyro a Juan Antonio. Del tema no se supo más.
Intelectual del general Velasco
En marzo de 1968, Ribeyro recibió un recorte periodístico enviado por Juan Antonio. Ahí se observa que en la Casa del Pueblo, sede del APRA, se representó una pieza suya en un acto. «Paradojas del Perú: Haya de la Torre me insultó en su periódico, me tachó de ‘astuto comunista’, como recordarás, y pidió poco menos que sea declarado traidor a la patria después de haber inventado sobre mí una mala novela de espionaje, llena de detalles cinematográficos pasados de moda. Pero dos años después, en la casa de su partido, se pone una obra mía, que seguramente vio y aplaudió», le dice a su hermano mayor.
¿Quién autorizó a Carlos Tossi a montar esta obra? ¿Cómo la consiguió si solo había un ejemplar en Lima? Misterio. «Debería protestar por esto, pero no lo hago por dos motivos: primero, que no me han pagado un céntimo, de modo que no podrá decirse que lo he hecho por interés; y luego que era en beneficio de los niños pobres», señala Ribeyro.
Como diplomático del gobierno de su amigo Velasco Alvarado, Ribeyro firmó un segundo manifiesto, «Protesta de los intelectuales», fechado el 10 de febrero de 1975. Ello a raíz de protestas de estudiantes de la Universidad Nacional Federico Villarreal, de enorme mayoría aprista, aglutinada en la Alianza Revolucionaria Estudiantil (ARE).
«Los firmantes, intelectuales comprometidos con la Revolución peruana, se dirigen a la opinión internacional responsable para denunciar» los hechos de violencia y pillaje ocurridos el miércoles 5 de febrero en Lima, «tuvieron un claro propósito subversivo». Lo cierto es que ese día en Lima se produjo una serie de enfrentamientos por la huelga del personal subalterno de la Guardia Civil, iniciada el lunes 3, en reclamo entre otras cosas de aumento de sueldo,
El gobierno militar, con apoyo del Ejército, reprimió a los huelguistas, que tuvieron el respaldo de estudiantes universitarios de la Universidad Villarreal. Hubo de los opositores al régimen de Velasco piquetes armados de latas de gasolina, motociclistas que arrojaban artefactos incendiarios, y grupos equipados para romper puertas de tiendas y centros comerciales e iniciar el saqueo, la destrucción, el vandalismo. Para los firmantes del manifiesto, hubo sincronización de un movimiento que fue conducido por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y realizado por los cuadros de choque del Partido Aprista. Según las cifras oficiales, el saldo fue de 86 fallecidos.
Para los intelectuales velasquistas, estos hechos obligan a pensar que la CIA busca repetir en el Perú la maniobra «desestabilizadora» que instrumentó en Chile, con el golpe de Estado de Augusto Pinochet, en setiembre de 1973, contra el régimen del socialista Salvador Allende.
«Reafirmamos nuestra identificación con un proceso revolucionario nacional que busca la superación del comunismo y del capitalismo en una sociedad autogestionaria de participación plena. Convocamos a la opinión democrática y progresista a sumar su protesta a la nuestra contra la CIA, que, aliada con la contrarrevolución aprista, ha intentado destruir el proceso de cambios más importante y genuino que ha tenido lugar en la historia de nuestro país», señala el manifiesto.
Meses después sería derrocado Velasco Alvarado. Un año antes, 1974, uno de los discípulos de Haya de la Torre, Alan García, llegó a Francia después de graduarse de abogado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1971 y de seguir un doctorado en Derecho de 1972 a 1974 en la Universidad Complutense de Madrid. En la capital francesa estudiaría hasta 1977 un doctorado en Sociología por la Universidad de París. La vida dura de estudiante lo llevó a cantar rancheras y otros géneros en las calles a cambio de algunas monedas para solventar sus gastos. «Guitarreaba ‘El cóndor pasa’ por el barrio de Pigalle vestido con chullo y poncho», dice el novelista Alfredo Bryce.
En una entrevista de 2011, Bryce recordó algo ocurrido con García cierta noche: «Me odió por el resto de mi vida. Estábamos [en París] Julio Ramón Ribeyro y yo en un cafetín de mala muerte una noche tomando copas, y entra [García] a cantar ‘El rey’ [del mexicano José Alfredo Jiménez] y esas imbecilidades que canta. Pero se hace mucho en Europa; los estudiantes hacen un poco de circo y pasan la gorra». Cuando García les pasó la gorra, Ribeyro le dijo que no tenía un cobre y le preguntó a Bryce si tenía monedas. «Como yo tenía, las puse. Y [García] me miró… Se sintió mendigo, cuando no es esa la figura», contó Bryce.
Durante otra entrevista a Bryce, esta de 2019, este declaró algunos detalles más: «No aguantó la mirada de un peruano, le puse unas monedas cuando lo vi con chullo tocando en París. A Ribeyro lo abrazó, pero a mí me odió, me vetó en todos los eventos cuando fue presidente».
En 1985, tras ganar las elecciones presidenciales, García viajó a París y le propuso a Ribeyro encargarse de una nueva cartera, el Ministerio de Cultura, que el cuentista rechazó. A lo que no se opuso, en cambio, fue ser nombrado delegado permanente del país con categoría de embajador ante la Unesco, en 1985, función que cumpliría hasta julio de 1990.
Bryce señala que en 1986, durante el primer gobierno de García (1985-1990), cuando se preparaban las actividades culturales de la Semana de la Integración Cultural Latinoamericana (Sicla), este le dijo al organizador: «Jamás invites a Bryce a nada». A este gran encuentro cultural, de tendencia socialista, asistirían los cantantes cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, los intérpretes argentinos Alberto Cortez, Mercedes Sosa, León Gieco y Fito Páez, el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, el poeta chileno Enrique Lihn, el narrador Julio Ramón Ribeyro. Las actividades se desarrollaron del 6 al 15 de abril en el Teatro Municipal, la Plaza de Acho, el Campo de Deportes de Villa El Salvador, el Campus de la Universidad Nacional de Ingeniería y otras sedes.
El día de la inauguración, el domingo 6, en el Patio de Honor de Palacio de Gobierno, para su sorpresa, en acto público, ante cinco mil personas, fue condecorado con la Orden del Sol, en el grado de Gran Cruz, máximo reconocimiento del Gobierno peruano.
—Acepta, Julio Ramón, el homenaje humilde de tu pueblo y en ti el testimonio a la cultura y a los que hacen espíritu en nombre del Perú —dijo García.
Con cierto nerviosismo, Ribeyro agradeció:
—Es una sorpresa que me reservaba mi amigo el presidente —luego añadió—: Estoy muy impresionado por la organización de este evento [el Sicla].
En 1991, le comenté a Ribeyro: «Cierto sector lo vinculó al aprismo cuando recibió la Orden del Sol».
—Y eso qué, ¿soy aprista? —respondió enfadado.
—No, le digo que las críticas fueron duras.
—Ah, sí, alguien dijo por ahí́ que arrojara la medalla.
El autor maoísta Miguel Gutiérrez, en su libro de ensayos La Generación del 50: un mundo dividido (1988), afirma: «No pasaron tres meses desde que Ribeyro fuera condecorado cuando se produjo el espantoso genocidio del 18 y 19 de junio [de 1986] cometido contra los presos políticos y luchadores sociales de las cárceles de Lurigancho, El Frontón y Santa Bárbara. Más allá del horror que conmocionó la conciencia de todos los hombres de bien del Perú y el mundo, fue como si la Historia le brindase la oportunidad para que Julio Ramón Ribeyro se reivindicara del baldón que degradaba su trayectoria devolviendo la condecoración —y la Historia reciente del Perú ofrece un precedente—, pero Ribeyro no solo no se atrevió a cometer tamaña descortesía, sino que optó por el silencio: ni una declaración, ni un artículo de protesta, ni siquiera unas rayas rojas sobre una pizarra o un muro, acaso porque como escéptico dude que tal genocidio de verdad haya ocurrido y que fuera ordenado directamente por el mismo hombre que le impusiera la insignia [Alan García], que pertenece desde ya —como diría el viejo Engels— al basural de la Historia». Se calcula que la operación represora dejó trescientos muertos. No solo eso. La primera administración aprista (1985-1990) se caracterizó por la mayor crisis económica del país, el aumento de las acciones terroristas de Sendero Luminoso y una corrupción gubernamental extendida.
La historieta de un hombre flaco
Libro. Editorial Panamericana alista la publicación del libro de historietas “Ribeyro, de la realidad a la ficción”. La obra, dirigida a un público adolescente y adulto, retrata la vida del cuentista a través de la pluma de su biógrafo Jorge Coaguila y el ilustrador Víctor Aguilar. Costará S/ 35 y se venderá desde diciembre.