Antes que como cineasta o productor, Tito Catacora se presenta como un hombre aimara. El recuerdo de su padre celebrando en cada carnaval el ritual del “uywa ch´uwa” fue el germen de “Pakucha”, documental que sería el mejor de su categoría en la última edición del Festival de Cine de Lima.
Pakucha: costumbre y mística andina
El largometraje orbita sobre la costumbre ancestral de evocar el espíritu de la alpaca (la “pakucha”) y la cosmovisión andina. “Inicié como productor y tengo claro el tipo de proyectos que realizo”, sostiene Catacora. “Sé que las películas en lenguas originarias no tienen mucho espacio en las salas de cine. Por eso mi prioridad es exponer en festivales. Hasta el momento hemos ingresado a ocho en países como China, Canadá o India”.
El director reconoce que, sin concursos públicos, proyectos como el suyo no hubiesen podido desarrollarse, pero también señala que hay mucho por hacer respecto a espacios culturales. “Necesitamos una cinemateca nacional que esté abierta al público y proyecte filmes peruanos”, añade.
El camino para dirigir el cine de mi pueblo
Uno de los protagonistas de la competencia fue “Willaq Pirqa: el cine de mi pueblo”, que recibió los US$ 2,500 del Premio del Público, el reconocimiento a la Mejor Película de la sección Hecho en el Perú y el galardón a la Mejor Película. “Nunca pensé que una película en quechua pudiese tener esta acogida y mucho menos ganar el festival”, confiesa el director César Galindo. Este narra la llegada de un cine itinerante al Cusco y lo que ello desencadena en un niño y su comunidad.
Para el cineasta, las salas de cine tienen sus criterios bien determinados, pero la aguja puede moverse si los proyectos independientes consiguen mayor visibilidad para encontrar a su público.
“Mi película es una metáfora de cómo veo el cine de mi pueblo, es mi aporte al idioma de mis ancestros, es exigir nuestro derecho a existir como cultura y celebrar que tenemos la capacidad de ser los narradores de nuestras historias”, sostiene Galindo.
De heroínas, cultos y milagros
El corto “Heroínas” juega con los límites de la realidad y la ficción al homenajear a Tomasa Ttito Condemayta, una de las olvidadas precursoras de la Independencia, a la vez que presenta la historia de un culto ficticio que adora el presunto cráneo de la mujer.
Para la directora Marina Herrera, hija de madre catalana y padre puneño, hay muchos países en Latinoamérica que nos llevan una gran ventaja en cuanto a su industria cinematográfica. “Argentina o Colombia tienen una ley de cine y necesitamos eso para impulsar la presencia de películas locales en las salas y retribuir lo que el Estado invierte en la producción de estos filmes, así como una escuela pública de cine”, declara.
A diferencia de las películas y los documentales, el circuito comercial de un corto tiene lugar en festivales y plataformas de streaming, pero no tiene llegada a cines. “Heroínas está pasando por festivales hace seis meses y quisiera que después de un año la pueda ver cualquiera por Internet”, añade.