El escritor español Javier Cercas se conecta vía Zoom desde Barcelona para conversar con Gestión sobre la publicación de su más reciente novela, la última entrega de la trilogía de Tierra Alta, “El castillo de Barbazul”.
Acaba de publicarse, pero los lectores ya se preguntan si habrá una cuarta parte. ¿Los complacerá?
Si te digo la verdad, planeé una tetralogía. Ese era mi proyecto. Pero cuando terminé este libro, que tiene un final abierto, no me pareció tan mal que quedara así. Pero ahora tengo muchas dudas, lo cual es bueno para un escritor. Las novelas son como las guerras, ahora que están tan de moda. Se sabe cómo empiezan, pero no se sabe cómo acaban. Cervantes no sabía que iba a escribir una segunda parte de “El Quijote”, que por cierto, fue mucho mejor que la primera. Así que, mi respuesta es que no hay respuesta. Mucha gente me pide una cuarta parte.
¿Cuándo dice mucha gente se refiere a lectores o también a la editorial?
Me refiero a lectores. La editorial hará lo que yo diga. Pero ya lo veremos. Me importa relativamente lo que diga la editorial. Me importan los lectores. Pero por otra parte creo que está bien así como está. Si escribo una cuarta parte, también estará bien. Yo había planeado una cuarta parte porque quería cerrarlo, pero no pasa nada por dejar un final abierto. Ya lo veremos. Es algo para lo que no tengo respuesta ahora mismo.
Antes de emprender esta trilogía, usted escribía novela histórica y autoficción. ¿Qué lo motivó a cambiar?
Sentí que necesitaba reinventarme como escritor. Sentí que si continuaba por la misma vía, la de la autoficción, corría el peor de los peligros que puede correr un escritor, que es el repetirse y volverse un imitador de sí mismo. Necesitaba renovarme. Eso era un riesgo, sí. Pero un escritor que no corre riesgos no es un escritor, es un escribano.
¿No le preocupó perder los lectores que había ganado?
No, nunca. Lo único que me preocupa es satisfacer al único lector que conozco de verdad, que soy yo mismo. Luego, si eso que escribo satisface a otros lectores, me hace muy feliz, obviamente, pero ese nunca es el propósito primordial. El objetivo es escribir el mejor libro posible. Todo lo demás me trae completamente sin cuidado. Yo no tenía lectores hasta que tenía 40 años, excepto mi madre y algunas de mis hermanas, no todas.
¿No teme que, al igual que otros escritores, su obra literaria sea juzgada por sus opiniones políticas?
Un escritor se arriesga a eso. ¿Eso quiere decir que no debe correr ese riesgo? En mi opinión, no. Como escritor tengo la obligación de dar esa opinión porque además de ser un escritor, soy un ciudadano como cualquier otro. Es verdad que eso perjudica a los escritores.
Como Mario Vargas Llosa...
Sí, Mario Vargas Llosa (MVLL) pasa a ser juzgado por lo que opina sobre Brasil o Argentina cuando lo mejor que tiene que decir acerca del ser humano no lo dice con sus opiniones políticas sino con sus libros, donde está el verdadero MVLL. Lo mismo me ocurre. Y aunque no fuera un escritor, tampoco me callaría, pero siendo escritor, todavía menos. Pierdo lectores, pues sí, pero no me voy a callar.
Mario Vargas Llosa ha perdido muchos lectores en el último año por la situación política en el Perú...
No solo en el último año, sino en las últimas décadas dirías. Pero dentro de 50 o 100 años nadie se acordará de las opiniones políticas de Vargas Llosa y seguiremos leyendo “Conversación en la Catedral” y “La guerra del fin del mundo”. Eso demuestra que eso es lo importante. Los seremos humanos tenemos que aprender a vivir con las contradicciones. Forman parte de lo que somos.
Hablando de otro Mario, esta vez uno de sus personajes, en “El inquilino”, este decía que no tenía ningún vínculo con su país, con su patria. Yo quería preguntarle. ¿Qué es la patria para usted?
Tengo una visión de la patria como la que tiene Melchor Marín. La patria no en el sentido moderno, en el sentido político, sino en el sentido antiguo, como lo tenía para Cervantes. Para él, era ese lugar pequeño, abarcable en el que uno tiene sus afectos, sus recuerdos, las personas que le importan. Hay ese pasaje maravilloso de El quijote en el cual Don Quijote y Sancho Panza vuelven a su aldea, al lugar de La Mancha, una especie de aldea, de villorrio y lo ven a lo lejos, y Sancho Panza cae al suelo y dice: “Ah, patria mía, donde me espera mi mujer”, llorando a lágrima viva. Eso es la patria, ese es el sentido que me gusta de la palabra. Voltaire decía lo mismo todavía en el siglo XVIII. La patria no puede ser un lugar muy grande. Tiene que ser un lugar pequeño, donde tú conoces a la gente, un lugar abarcable. En ese sentido, yo no tengo una patria, tengo varias. Recuerdo que Borges firmaba uno de sus textos en Ginebra como “una de mis patrias”. Estaba pensando en el sentido antiguo de la palabra patria. El sentido moderno de la palabra patria ha sido tan tergiversado, tan manipulado, tan usado para cosas perversas, que va a ser muy difícil limpiarlo. Pero la pregunta es si me importa mi país, la respuesta es por supuesto. ¿A ti no? A quién no le importa. Y, por lo tanto, me importa la política, porque política viene de polis que significa ciudad y la ciudad nos pertenece a todos.
¿De qué sirve leer o por qué recurrimos a las buenas historias de la literatura en estos tiempos de, digamos, fake news, de mentiras, de conspiraciones?
La literatura es un placer, como el sexo. Pero también es una forma de conocimiento. Por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo único que se me ocurre es darle el pésame. La literatura es una forma de vivir más compleja, más rica, más intensa. Pero la literatura es una forma de vivir más, de una forma más rica, más intensa. ¿Cómo es posible que en un momento de fake news nos refugiemos en las “mentiras” de la literatura? La ficción no es una mentira, pero se le parece bastante. La palabra mentira significa en latín mentir e inventar. La clave es que a través de esas mentiras llegamos a verdades a las cuales no es posible llegar de otra manera. Llegamos a una verdad que es la verdad de la literatura, que no es la verdad de la historia ni del periodismo. La verdad del periodismo o de la historia es la verdad factual, concreta. La verdad de la literatura es una verdad abstracta, moral, universal. Busca qué nos ocurre a todos los hombres en cualquier circunstancia y a esa verdad se llega a través de las mentiras. A esa verdad de llega como la llama Vargas Llosa con “la verdad de las mentiras”. Esas mentiras nos ayudan a vivir porque entrañan una rebelión contra el poder. Eso es lo que define la literatura, eso define la ficción: una rebelión contra el poder. Entraña una insurreción contra el poder. Madame Bovary y El quijote son ante todo lectores. Y lo que hay en ellos es una insurrección, una rebelión. Se cree que Don quijote o Madame Bovary confunden sus sueños con la realidad, pero es mentira. Lo que quieren es hacer realidad sus sueños, vivir de verdad aquellas vidas que solo habían vivido en las ficciones. Eso significa que en todo lector anida un rebelde, anida un insumiso, anida alguien capaz de decirle no al poder, y lo que quiere todo el poder, incluido el poder democrático, pero sobre todo los poderes autoritarios, es gente que dice sí, gente sumisa, obediente. Desde ese punto de vista, las mentiras de la literatura son absolutamente útiles porque permite crear ciudadanos. No existe la ciudadanía sin gente capaz de decir no cuando todos dicen sí. Por eso el poder teme a la literatura pues el poder quiere ciudadanos obedientes. Por eso estoy en contra de esta superstición de nuestro tiempo que dice que la literatura no es útil. No conozco nada más útil que la literatura, siempre y cuando no se proponga ser útil. Si se lo propone, se convierte en propaganda o en pedagogía y deja de ser literatura.
EN CORTO
Publicación. “El castillo de Barbazul” narra la historia de Melchor Marín y su hija. Ella descubre que su padre le ha ocultado cómo murió su madre, y este hecho la subleva. Poco después, parte de vacaciones a Mallorca, pero no regresa; tampoco contesta las llamadas de Melchor, quien, convencido de que algo malo ha ocurrido, decide plantarse en la isla en su búsqueda.