“Si uno es natural y sincero, puede iniciar una revolución sin habérselo propuesto”, decía Christian Dior que, una vez más vuelve a la actualidad con la biografía ilustrada de Megan Hess, en la que aparece como “reservado, poco amigo de la fama, muy supersticioso y un hombre de negocios extraordinario”.
“Christian Dior, la esencia del estilo”, editado por Lunwerg y con los inconfundibles trazos de la ilustradora Megan Hess, descubre a un hombre prodigioso que vivió unas de las épocas más turbulentas de la historia y cambió el curso de la moda para siempre.
Nació en 1905 en Granville (Francia) y creció en Les Rhumbs, una imponente villa en lo alto de un acantilado con vistas al mar y a las islas del Canal, la residencia familiar en la que permanecieron juntos durante la primera guerra mundial.
Fue en esta época cuando el modista tuvo su primer encuentro con una vidente que le dijo: “Te verás sin dinero, pero las mujeres te serán favorables y saldrás adelante, conseguirás grandes beneficios y deberás emprender numerosas travesías”.
Terminada la contienda, la familia Dior se trasladó de nuevo a París. Christian soñaba con ser arquitecto, pero sus padres, Madeleine y Maurice, deseaban que fuera “diplomático”, no les seducía la idea de que emprendiera un rumbo artístico.
Se matriculó en el Instituto de Estudios Políticos de París. “Su paso por las aulas sería breve, le interesaba la música, la literatura, la pintura”. Y así, emprendió su carrera como galerista sin éxitos.
La fortuna de la familia quedó reducida a la nada y los tiempos de guerra, que ya eran difíciles, no harían sino que empeorar. Dior pasó los siguientes años “sumido en la pobreza”, a veces durmiendo en el suelo de la casa de algún amigo. Tuvo que vender los últimos cuadros que le quedaban para mantener a su familia.
Las duras condiciones de vida le pasaron factura. “Dior contrajo tuberculosis y tuvo que dejar París para irse un año a la montaña y recobrar la salud”, un periodo de convalecencia que le permitió zambullirse de lleno en su propia creatividad, “aprendió a dibujar”.
El trabajo de Dior no tardó en llamar la atención del modista suizo Robert Piguet, que le ofreció empleo como patronista en su firma de alta costura en París.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la gente comenzó a reducir gastos, Dior tuvo que dejar su empleo y servir al ejército, “nunca fue enviado al frente, trabajó en una granja”.
El azar siempre acude en ayuda de quienes tienen grandes deseos de hacer algo”, decía el modisto que, gracias a su amigo, Georges Vigouroux, se puso en contacto con un hombre de negocios, Marcel Boussac, que quería impulsar una de las firmas de alta costura de su grupo empresarial.
Sin embargo, Dior propuso al acaudalado empresario que financiara una nueva firma de Alta Costura, que llevaría su nombre. Boussac aceptó la oferta, Dior, ante la incertidumbre, acudió a escuchar los consejos de su tarotista.
Y en ese trayecto, andando por la “Reu du Faubourg Saint-Honoré”, todavía reflexionando acerca de su decisión, tropezó con una pequeña estrella de metal que había en el suelo. El modista la miró, la cogió y se la guardó en el bolsillo, no le dio más vueltas al asunto. Había nacido la Maison Dior.
El diseñador francés revolucionó y redefinió el concepto de feminidad y sencillez a finales de los años cuarenta y durante los cincuenta gracias a sus innovadoras creaciones como el estilo “New Look” o el traje Bar.
“El entusiasmo por la vida es el secreto de toda belleza. No existe belleza sin entusiasmo”, solía decir Dior, modisto predilecto de Elizabeth Taylor, Sofía Loren, Marlene Dietrich, Grace Kelly o Marilyn Monroe.
En 1957, la tarotista de cabecera de Dior le insistía para que no fuera a la Toscana, fue allí donde murió el creador que defendía que “un aspecto etéreo solo se consigue con un proceso de elaboración muy minucioso”.