Art Basel, la feria de arte más importante del mundo, abrió al público el jueves su edición número 50 con obras de "clásicos" como Miró, Lichtenstein o Warhol, unidas a las de jóvenes promesas en busca de reconocimiento, y un ambiente de optimismo ajeno a crisis y guerras comerciales.
"Esto es una pequeña burbuja, aquí no se habla de crisis en absoluto", comenta Guillermo Romero, de la galería madrileña e ibicenca Parra & Romero, que muestra obras de Alejandro Cesarco e Ian Wallace en el segundo piso del recinto principal, un soberbio edificio de los arquitectos locales Herzog & de Meuron.
Tampoco hay señal alguna del proteccionismo que atemoriza a otros sectores comerciales, desde el tecnológico al industrial: en la Messeplatz de Basilea, centro neurálgico esta semana del coleccionismo de arte, compradores estadounidenses, asiáticos y europeos buscan obras de cualquier procedencia.
Abundan los chinos, los norteamericanos cada vez más jóvenes, y también muchos italianos, que aprovechando la coincidencia con la Bienal de Venecia toman el tren bala entre Milán y Basilea para buscar grandes inversiones.
Durante seis días, los dos primeros exclusivos para coleccionistas, 300 galerías de todo el mundo muestran en la capital suiza del arte más de 4,000 obras, y para muchos galeristas ésta es la gran ocasión del año para hacer negocio.
"Es con diferencia la mejor feria de arte del mundo, el nivel de los coleccionistas que vienen a visitarla es incomparable con ninguna otra, y la calidad de las obras que presentamos es lo que la distingue", subraya Isabel Mignoni, de la galería madrileña Elvira González, que acude desde hace más de 20 años a Basilea.
La galería pone a la venta trabajos de Antoni Tàpies, Eduardo Chillida o Miquel Barceló, además de uno de los muchos y cotizados móviles de Alexander Calder que pueden verse en Art Basel, y se codea en el primer piso, el reservado al arte contemporáneo más consolidado, con elitistas galerías de Nueva York, París o Londres.
La pieza más fotografiada y quizá más controvertida, cerca de allí, es un "Sagrado Corazón", de Jeff Koons, quien recientemente consiguió con otra de sus características esculturas de acero inoxidable, "Conejo", batir el récord a la obra más cara de un artista vivo, venida en US$ 91 millones.
Un guardia de seguridad vigila el gran corazón rosa metálico, mientras los coleccionistas, vestidos con sus mejores galas o a veces con las más extravagantes, sopesan la posibilidad de pagar los US$ 15 millones que podría costar (aunque los galeristas son reservados a la hora de desvelar precios).
El millonario Steve Cohen, quien según la prensa especializada fue el secreto comprador del "Conejo" de Koons, ha sido uno de los asistentes a la primera jornada para coleccionistas de Art Basel, y con él otros famosos compradores en el mundo del arte, como el mexicano Eugenio López Alonso.
En el segundo piso de la feria, más dirigido a artistas jóvenes, hay una amplia representación latinoamericana que incluye a las mexicanas OMR y Kurimanzutto, la argentina Barro o la colombiana Casas Riegner.
"Para una galería latinoamericana es difícil estar aquí, porque las plazas son pocas y es una feria principalmente europea, así que nos sentimos muy orgullosos de haber llegado", admite Paula Bossa, de Casas Riegner.
La galería bogotana ofrece una pequeña selección que incluye veteranos artistas del país, desde Beatriz González a Antonio Caro, padre del arte conceptual en Colombia, pero también jóvenes como Mateo López o Bernardo Ortiz.
La argentina Barro, procedente del humilde barrio de la Boca, se encuentra en la sección "statements" ("declaraciones"), en la que cada galería muestra el trabajo en solitario de un joven creador, en este caso Gabriel Chaile, con una gran colección de ollas adornadas con motivos indígenas de su natal Tucumán.
Chaile las ha ido recogiendo de comedores populares donde se usaban para dar de comer a los más desfavorecidos, sobre todo en los peores momentos de crisis en Argentina, y lo ha unido a su pasado, relata el galerista Federico Curutchet, que ha viajado con el artista a Basilea.
"Ofrecer a un público elitista aquello que no comprarían en otra situación es una crítica solapada a este tipo de eventos comerciales", confiesa el galerista, quien ha conseguido que clientes de Estados Unidos o Singapur compraran algunas de las ollas.