En una crisis, todo sucede más rápidamente. Enfrentados al COVID-19, los fabricantes de vacunas están tomando todos los atajos que pueden, sin que ello comprometa la seguridad de su labor. También se están acelerando las pruebas clínicas de medicamentos antivirales. Pese a ello, pasarán meses hasta que algo esté disponible.
Con más de 300,000 personas fallecidas, la espera es angustiante, pero es crucial tener cautela. La historia de la medicina está llena de tratamientos prometedores que, cuando fueron testeados, resultaron no ser útiles o, peor, causaban daño.
Muchos gobiernos abrigan la esperanza de que la salvación pueda llegar más pronto con el uso de apps para smartphones de rastreo y localización de contactos -pese a que se está fermentando una polémica en torno al control que Apple y Google ejercen sobre esa tecnología-.
Estas apps pueden ser aplicadas para automatizar el difícil proceso de rastrear personas que han estado en contacto con otras diagnosticadas con COVID-19, lo cual es vital para mantener bajo vigilancia la expansión del virus. Países desde Baréin y Bulgaria hasta Indonesia e Islandia han desarrollado esos tipos de apps.
Se trata de una idea atractiva, aunque esas apps de rastreo y localización también son una invención médica que no ha sido sometida a testeo y que está siendo aplicada sin la clase de salvaguardas a las que están sujetos los medicamentos nuevos. Por tanto, la generación de información imprecisa podría inducir a error a las autoridades de salud y ciudadanos en modos que serían tan perjudiciales como un medicamento no autorizado. Los gobiernos deben proceder con cuidado.
Una complicación es la cobertura. Los epidemiólogos estiman que las apps podrían ser útiles si fuesen usadas por alrededor del 60% de la población. Sin embargo, en Europa, donde la adopción de esa tecnología es la más alta, solo el 76% cuenta con suscripciones a servicios de Internet móvil. Ese número es más bajo entre los adultos mayores, que son los más vulnerables al COVID-19. Según una reciente encuesta, menos de la mitad de estadounidenses usarían una app de rastreo y localización.
Otro problema es la precisión. Esas apps están diseñadas para “estar atentas” a otros teléfonos móviles cercanos y registrar un contacto si otro móvil se acerca lo suficiente. No obstante, la capacidad de las señales de radio utilizadas para hacerlo se ve afectada por toda clase de cosas, aparte de la distancia. Por ejemplo, los propios cuerpos humanos obstaculizan la transmisión, lo que significa que un teléfono en un bolsillo no se comporta igual que uno en una mano.
Eso dificultaría la calibración del sistema -y un error tendría consecuencias-. Si la detección es demasiado sensible, se corre el riesgo de un diluvio de “falsos positivos”: contactos considerados como cercanos y significativos que en realidad son distantes e irrelevantes. Si es demasiado tolerante, verdaderos casos de transmisión viral pasarán desapercibidos.
Además, las mismas apps podrían modificar el comportamiento de la gente. Una app que sea poco sensible podría incitar a las personas a salir a la calle antes de que sea seguro hacerlo. Por su parte, se tiene que sopesar la privacidad frente a la transparencia, tanto por razones médicas como por cuestión de libertades civiles.
Corea del Sur publica resúmenes detallados de casos descubiertos por sus rastreadores móviles de contactos. Un reciente brote de casos fue vinculado a un hombre que visitó discotecas gais. El resultante torrente de invectivas homofóbicas podría disuadir a otros a cooperar con las autoridades, electrónicamente o por cualquier otro medio.
Esfuerzos de algunos gobiernos, entre ellos Alemania, Francia y Reino Unido, han sido complicados por Apple y Google, que ejercen dominio sobre casi todos los smartphones del planeta. Ambas compañías han hecho de la privacía una prioridad y, por tanto, consideran que los usuarios son anónimos y que su información debe almacenarse mayormente en dispositivos y no subida a repositorios centrales.
Eso ha enfurecido a muchos funcionarios, pues dicen que la centralización de data ofrece ventajas. En cualquier caso, ¿por qué los codificadores en Silicon Valley tendrían que revocar decisiones tomadas por expertos en medicina y funcionarios electos? Los gobiernos están en lo correcto al preocuparse por el poder que ostentan las gigantes tecnológicas. Sin embargo, en este caso, el enfoque prudente de Google y Apple es lo sensato.
En una pandemia, la experimentación con respuestas novedosas de salud pública, tales como el monitoreo de masas, debe hacerse con cuidado, a fin de evitar que resulte teniendo desagradables efectos secundarios. La cautela es tan valiosa con el software de alta gama como lo es con las pastillas y pociones.