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Recuperar suelos degradados y reducir la presión sobre los bosques es el objetivo de los productores de la selvática región de Madre de Dios, cuna de la biodiversidad de Perú, donde han adoptado prácticas que convierten la región en un laboratorio de la ganadería regenerativa.

A las afueras de la remota localidad amazónica de Iñapari, colindante con Brasil y Bolivia, la familia de Marcelo Daniel Flores trabaja en 300 hectáreas de campo, donde tiene 600 cabezas de ganado.

El joven, de 29 años, aprendió de sus padres la pericia de la ganadería convencional. Al año, quemaban entre 30 y 50 hectáreas de bosque porque, según cuenta, la tierra “iba quedando vieja, el pasto no se regeneraba y el estiércol (de las vacas) era un cartón seco que no hacía el abono”.

Antes se tumbaba todo, se trabajaba en campo abierto, cuanto más campo y menos árboles, mejor, se sentía en ese entonces. Se consideraba una cabeza de ganado por hectárea de campo y ahora ya estamos haciendo tres y media, casi cuatro, por hectárea y nos está sobrando pasto”, detalla su padre, Manuel Flores.

Detrás de estos avances está la ganadería regenerativa, un modelo de producción agroforestal que promueve prácticas sostenibles para restaurar la salud del suelo, revertir impactos de la deforestación y revitalizar ecosistemas circundantes, mientras incrementa la productividad del ganado y la rentabilidad del negocio.

La clave está en manejar el pasto, eliminar agroquímicos e implementar sistemas silvopastoriles que, mediante la integración de árboles nativos en los predios, ayudan al deslizamiento de aves y pequeños primates, a la polinización y la infiltración de agua, y generan con su sombra una mayor zona de confort para el ganado.

Si el animal tiene alimento de mejor calidad en el momento oportuno, gana más peso en menor tiempo, elimina menos metano y permanece menos tiempo en el campo porque va más rápido al matadero”, explica Ethel Huamán, especialista en ganadería del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (Midagri).

Para lograrlo, los Flores dividieron en una cuarentena de potreros las extensas áreas que antes solo separaban en cuatro y ahora, mediante un sistema rotativo diario, el ganado come siempre fresco y, al ocupar un espacio más reducido, su estiércol ayuda a la fertilización.

Los resultados se constatan en el color del pasto, la consistencia de los excrementos del ganado y su mansedumbre: “Antes tenías que correr para aquí y para allá con los caballos, ahora en un grito nomás los llevas a su corral”, apostilla Marcelo.

Transición de largo aliento

La transición hacia una ganadería regenerativa, sin embargo, encuentra sus mayores obstáculos en la falta de financiación y las costumbres ancladas en el “chip” de los ganaderos.

Así lo sostiene el ingeniero Nelson Gutiérrez, líder de la iniciativa que viene ejecutando World Wildlife Fund (WWF) en Madre de Dios, donde la ONG ha implementado diez escuelas de campo para promover este sistema sostenible mediante la capacitación de 230 productores, además de funcionarios del sector público.

Una de las primeras beneficiarias de estos talleres fue Verónica María Cordozo, quien instaló en unos tres meses en 15 de sus 130 hectáreas de campo cercos eléctricos y bebederos para dejar agua a disposición del ganado y reducir el impacto en ríos y quebradas. “Ha sido bien costoso”, reconoce la mujer, desde su acomodada estancia.

Según estima Gutiérrez, el costo promedio para activar un sistema productivo regenerativo en una parcela de diez hectáreas es de unos S/ 20,000 (US$ 5,400), aunque “a mediano plazo es mucho más rentable que seguir haciendo lo que están haciendo”, asegura.

Para lograr la sostenibilidad del proyecto, WWF y sus aliados —Climate Group y Tropical Forest Alliance— interactúan con los diferentes niveles de Gobierno, porque es su “deber promover sistemas productivos bajo un enfoque de buenas prácticas”, insiste el ingeniero.

Sobre todo, teniendo en cuenta que más del 50% de la deforestación en la Amazonía peruana, que en el 2020 alcanzó la tasa más alta de las últimas dos décadas, es ocasionada por actividades agrícolas y ganaderas, cuya expansión superó el año pasado la de la minería aurífera en el sur de Madre de Dios.

A nivel nacional, se calcula que el 35% de los gases de efecto invernadero que lanza a la atmósfera el sector agrícola responden a la actividad ganadera, que en esta región se despliega en unas 50,000 hectáreas.

Cuidado animal y medioambiental

A pocos kilómetros de los pastos de Flores yace la finca de Belén Sota, una productora de 59 años que cede su casa como escuela de campo para los talleres de WWF.

Bajo un porche que le escuda de la intermitente lluvia, una treintena de ganaderos toma nota de la charla del especialista Juan Serna, quien habla de sales minerales y de una tecnología llegada del Japón que usa microorganismos eficientes como biofertilizantes.

También sobre cómo frenar el uso indiscriminado de la ivermectina, eliminar plaguicidas y garantizar así carnes libres de agroquímicos.

En este sentido, el proyecto de WWF, financiado por el Gobierno del Reino Unido, busca lograr una certificación que permita colocar en el mercado nacional estos productos de calidad, garantes del cuidado animal y medioambiental.

Mientras, replica este piloto en otras regiones del país para corregir la ecuación ganadera convencional y devolver la vida a los suelos arrasados por la necesidad, la imprudencia y tradición.