Redacción Gestión

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(Bloomberg) La probable nominación de Donald Trump como candidato republicano a la presidencia de los EE.UU. será otro hito para un político que edificó su campaña cuestionando la ortodoxia partidaria.

Entre los más sorprendidos por este giro de los acontecimientos está la Cámara de Comercio de los EE.UU., considerada desde hace largo tiempo un órgano auxiliar del Partido Republicano. La agrupación del sector ha criticado duramente a Trump por sus encendidas denuncias contra el libre comercio, uno de los postulados del partido. Otros patriarcas del partido se han sumado al coro.

Sin embargo, el establishment del partido y sus aliados tal vez no deberían escandalizarse tanto. Durante largos períodos de la vida política estadounidense, los republicanos, mucho más que los demócratas, han reclamado aranceles aduaneros para proteger la economía y a los trabajadores estadounidenses. Trump simplemente retoma una visión económica articulada por primera vez por el partido en su primer siglo de existencia.

Los aranceles se aplican desde la fundación de la república. Pero como cuestión de política estadounidense sólo se convirtieron en un tema político polémico en la era de la preguerra, cuando un conflicto enfrentó al Partido Demócrata con los whigs. Cuando este partido se desmoronó en medio de la crisis de las décadas de 1840 y 1850 entre distintas facciones, surgió el Partido Republicano para llenar el vacío.

En un principio, el nuevo bloque político estaba compuesto tanto por partidarios del libre comercio como por proteccionistas, pero las demandas fiscales de la Guerra Civil llevaron a los republicanos a imponer aranceles a casi todos los productos importados. Para cuando terminó el conflicto, el arancel promedio sobre los bienes importados era del 48%. Pero esta, creían muchos políticos, era una medida temporal.

Sin embargo, no fue así como se desarrolló el debate. Después de la guerra, en 1846, momento lógico para que los aranceles volvieran a los niveles normales, el senador republicano Justin Morrill de Vermont presentó un proyecto de ley para elevar los aranceles aún más. Como ha señalado el historiador Nicholas Barreyre, no hay forma de poder justificar esta medida con argumentos fiscales. Era proteccionismo puro y simple.

El debate fue un preanuncio del futuro del Partido Republicano. En el recinto del Senado, Morril abogó por su proyecto, declarando que los aranceles de protección "colocarían al trabajador agrícola, el productor o el fabricante estadounidenses en un nivel de competencia leal con el capital extranjero y la mano de obra extranjera".

Al igual que Trump hoy, los republicanos recurrieron a la retórica para justificar los derechos aduaneros de Morrill, uniendo la xenofobia a un patriotismo despiadado. El representante republicano por Pensilvania William Kelly declaró que no aumentar los aranceles equivalía a la traición, porque impulsaría a los estadounidenses a invertir en el "territorio del enemigo" en lugar de en su país. En este caso el país "enemigo" era Canadá.

El proyecto de Morrill nunca llegó a ser ley. Pero los argumentos serían retomados con gran resultado en décadas futuras y se convirtieron en una parte fundamental de la plataforma republicana. Los aranceles llegaron a abarcar a una variedad impresionante de productos importados. No tenían como propósito proteger a industrias incipientes en apuros sino proteger a empresas maduras y vigorosas.

Es fácil ver a estos aranceles como consecuencia de la corrupción de la Edad de Oro: las empresas compraban a los políticos, se protegían de la competencia extranjera y frustraban por otros medios el libre comercio. Pero los dirigentes republicanos consideraban al proteccionismo una "política industrial". El senador por Nevada John P. Jones declaró en 1876 que "uno de los más altos deberes del Gobierno" era fomentar la industria nacional y "preservar y proteger a tales industrias de la destructiva competencia extranjera".

Como ha señalado el historiador Charles Calhoun, muchos de estos dirigentes articulaban una compleja teoría del proteccionismo que en la práctica debilitaba los argumentos a favor del libre comercio. Es más, esos mismos dirigentes creían que el proteccionismo beneficiaría no sólo a la industria estadounidense sino también a los trabajadores del país, que de otro modo quedarían sumidos en la pobreza. En una carta privada al senador republicano John Sherman de Ohio, Morrill declaraba: si los demócratas tienen "éxito en su 'reforma' de libre comercio, el único resultado debe ser una reducción del salario de la mano de obra estadounidense".

La cuestión de los aranceles pronto se convirtió en la línea divisoria más evidente entre los republicanos y los demócratas. Aunque en ambos partidos había disidentes, los republicanos en general estaban a favor de los aranceles; los demócratas, no. Después que el presidente Grover Cleveland (demócrata) propuso bajar los aranceles, Sherman advirtió que, si se aprobaba tal medida, "es la política industrial de protección elaborada por el Partido Republicano la que estarían desarticulando".

Los aranceles proteccionistas siguieron siendo un elemento fundamental de la identidad republicana hasta bien avanzado el siglo XX. La plataforma del partido de 1928 declaraba que "reafirmamos nuestra fe en el arancel de protección como principio fundamental y esencial de la vida económica de la nación". Dos años después, los líderes republicanos lograron hacer aprobar el inicuo arancel Smoot-Hawley que, según muchos, exacerbó los efectos de la Gran Depresión. No obstante, en 1932, la plataforma republicana nuevamente declaró que el partido era un "firme defensor del sistema estadounidense de aranceles de protección". Todavía en 1944 el partido seguía batiendo ese parche.

El cambio empezó en la era de la posguerra y muy gradualmente. La paulatina marcha atrás del Partido Republicano culminó en 1976 y 1980 con una defensa incondicional del libre comercio y un rechazo del proteccionismo, postura que desarrolló y pulió en las décadas posteriores.

Hasta ahora. Trump quizá no sepa –o tal vez no le importe– que está siguiendo una tradición más profunda de su partido que ve al proteccionismo como una manera de proteger a la clase trabajadora –postura que, en las últimas décadas, se considera el tipo de discurso que se permiten los demócratas de izquierda.

Es igualmente probable que a la dirigencia republicana tampoco le guste mucho ese pasado.

Ahora podría reencontrarse con esa historia. Y con el tiempo, por improbable que parezca en este momento, podría volver a adherir a esa postura. La plataforma que se aprobará en la convención nacional del partido en Cleveland la semana entrante dará un primer indicio.

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