(Bloomberg) Es tentador considerar que la elección británica de la semana pasada –en la que los dos grandes partidos se combinaron para quedarse con más escaños en el Parlamento- es otro indicio de que el fenómeno anti-establishment que impulsó el Brexit y la victoria del presidente Donald Trump en Estados Unidos se está debilitando. Sería un error.

Una mirada más atenta indica que, lejos de desaparecer, el fenómeno está evolucionando, con posibles consecuencias para las elecciones europeas clave que se avecinan.

Hasta los comicios holandeses de marzo, el discurso político era simple. Años de crecimiento bajo y no lo suficientemente incluyente dieron lugar a poblaciones que habían perdido la confianza en la "opinión experta" y el "establishment", tanto público como privado.

Estaban enojadas, proclives a convertirse en votantes que decidieran en base a una cuestión única y abiertas a las alternativas, aun cuando estas carecieran de detalles y suficientes planes de implementación por anticipado.

En 2016, y en sucesivos golpes a los pronósticos de la mayoría, Bernie Sanders puso en duda la candidatura de Hillary Clinton hasta el final de las primarias del Partido Demócrata en EE.UU., los británicos votaron a favor del Brexit en junio y, habiéndose impuesto a 16 adversarios en las primarias republicanas, Donald Trump fue elegido presidente en noviembre.

Fue un movimiento anti-establishment como ninguno en el mundo occidental. Acabó con comportamientos electorales arraigados desde hacía mucho y se burló de la mayoría de los analistas políticos.

Sugirió que los candidatos de extrema derecha se impondrían en las elecciones holandesa y francesa en el primer semestre de 2017, que la política italiana también podría quedar de cabeza y que incluso Angela Merkel podría enfrentar un desafío antes improbable a su continuo dominio del panorama político alemán cuando se celebren las elecciones parlamentarias en septiembre.

Pero las elecciones holandesa y francesa no respondieron a este planteamiento ni tampoco las elecciones regionales de Alemania que tradicionalmente se toman como anticipo del resultado de la elección general.

Entretanto, en las elecciones británicas de la semana pasada los dos partidos principales, si se los suma, agregaron escaños a expensas de partidos más pequeños y, en particular, el Partido Nacional Escocés, que había propuesto un segundo referéndum por la independencia de Escocia.

Ante esto, se está poniendo de moda postular el fin del movimiento anti-establishment. Sin embargo, eso podría ser prematuro y engañoso.

Sí, la extrema derecha no ganó las elecciones presidenciales francesas, pero la persona que obtuvo la victoria, Emmanuel Macron, era un desconocido que compitió como candidato de un "movimiento" propio nuevo y humilló a los partidos tradicionales, los que, por primera vez, no tuvieron un candidato en la segunda vuelta de la elección presidencial.

Sí, a los partidos tradicionales les fue mejor en el Reino Unido pero eso se debió únicamente a un desempeño inesperadamente bueno del Partido Laborista que, de manera visible y deliberada, optó por políticas más de extrema izquierda bajo la conducción de Jeremy Corbyn, un dirigente a quien han ridiculizado más analistas políticos de los que lo tomaron en serio, resultado que llevó a The Economist, pilar del establishment británico, a sostener que Corbyn "ha revolucionado la izquierda británica".

Más que morir, el movimiento anti-establishment está experimentando una evolución endógena en tanto algunos de los partidos tradicionales tienen dificultades para adaptarse. Y, a juzgar por las elecciones británicas, los que sí se adapten podrán esperar un aumento del apoyo.

Todo esto hace que siga vigente la gran pregunta política: ¿El fenómeno del anti-establishment que todavía se hace sentir en Europa y Estados Unidos será un elemento de disrupción ordenada que rompa el impasse que ha paralizado la conducción económica, nublado las perspectivas de crecimiento a largo plazo y agravado la trifecta de la desigualdad (ingresos, riqueza y oportunidades)?

Hasta ahora, las evidencias de la realidad no han sido reconfortantes. Pese a los argumentos en contrario, los movimientos anti-establishment todavía no han acabado de manera decisiva con el malestar político que ha entorpecido tanto la prosperidad real como la potencial.

Y los votantes siguen desilusionados, divididos y decepcionados de las élites gobernantes, lo que indica que nuevas sorpresas políticas podrían aguardar en el futuro, inclusive en las próximas elecciones italianas.