Por Gonzalo Domínguez Loeda
En 1538, el conquistador Francisco Pizarro desoyó uno de los consejos más elementales y firmó sin haber leído el “libro becerro”, una compilación con centenares de manuscritos elaborado por su otro ejército, el de escribanos. Hoy, esa obra, la más antigua escrita en castellano en América del Sur, supone una máquina del tiempo inmejorable para conocer el naciente Perú.
“Seguramente confiaba en las personas que eran parte de su equipo. Para nosotros, firmar un documento sin leerlo es un pecado mortal”, explica a EFE Ricardo Arturo Moreau Heredia, jefe institucional del Archivo General de la Nación (AGN) de Perú, el custodio del Protocolo Ambulante de los Conquistadores.
¿Y cómo es posible saber que estampó su firma sin haberlo leído antes? La respuesta es sencilla, el hombre que dirigió la conquista del Imperio Inca junto a sus hermanos Hernando y Gonzalo era analfabeto, apenas aprendió a hacer una rúbrica junto a su nombre.
Del castellano de Cervantes al de Vargas Llosa
El libro, que daba cuenta de préstamos, pagos y otras obligaciones legales, incluye pasajes legendarios de la historia de la conquista de Perú, como la captura del inca Atahualpa.
Sin embargo, su lectura se complicaba para muchos peruanos y, para remediarlo, el AGN ha publicado una nueva versión en la que traduce el castellano del siglo XVI, el mismo en el que fue escrito El Quijote, a uno amoldado al de los peruanos del siglo XXI.
“Acá tenemos especialistas que han hecho un arduo trabajo y hemos podido traducir y actualizar algunos términos para que esta publicación que brindamos se pueda entender”, explica Moreau.
Los que hoy se acercan al libro se podrán llevar la misma sorpresa que quienes lo encontraron a finales del siglo XIX en una notaría de Lima, donde acumulaba polvo a la espera de que alguien se topara con sus historias.
En el documento, tras desentrañar un texto amoldado para sus ojos, los peruanos podrán ver cómo pervive, fosilizada en una instantánea, una sociedad de casi cinco siglos.
De acémilas y rescates
En sus páginas quedaron retratados los equipos comprados para el combate y la exploración, donde abundan el uso de caballos y acémilas, los pagos a soldados y también los préstamos de dinero.
“Hay contratos de compraventa de caballos, de esclavos, hay inventarios de con qué se trasladan los soldados, como por ejemplo los ajuares de ropa (...) y también promesas de pago que se hacían para fijar prestamos”, explica el archivero.
Entre ellas, promesas de pagos en cuando los incas entregaran el rescate de su soberano Atahualpa -que aparece como Atabalipa, en el texto-, capturado el 16 de noviembre de 1532 en una audaz incursión de Pizarro que supuso el inicio de la caída de todo un imperio.
Pero los Pizarro, que debían recontar a diario las suculentas ganancias, no estaban solos. A su lado, tal y como documenta el “libro becerro”, combatían miles de pobladores de la zona que, sojuzgados por los incas, vieron en el extremeño una posibilidad de liberarse de su yugo.
También caminaban a su lado un grupo de esclavos centroamericanos y africanos, otra muestra del trayecto humano que había comenzado a consolidarse.
El imperio de la ley
El libro muestra, especialmente, “los primeros contactos, las primeras formas de intercambio”, explica Moreau Heredia.
“Hay que tener en cuenta algo importante: cuando llegan los españoles traen con ellos varias cosas importantes, pero la principal es la religión, su cultura y sus leyes”, detalla.
Y no hay leyes sin escribanos, el equivalente del siglo XVI a los notarios públicos que serán quienes redacten esos documentos y plasmen “las interacciones primeras que se desarrollan en este proceso de implantación de las leyes del imperio de Castilla al Tahuantinsuyo”, el imperio de los incas.
“Vamos a ver cómo la religión, la cultura, los soldados y las leyes van a ser el primer choque cultural con este imperio que se ha establecido”, asegura.
Para comprender, como dice Moreau Heredia, es necesario “dar el contexto de esta documentación que tiene que ver con un proceso histórico que es parte” de la cultura peruana.
Una historia que casi se puede escuchar narrada por la misma voz cuyo pulso selló el documento, un personaje que despierta rechazo y atracción a partes iguales, pero que muestra todas sus debilidades con su firma, estampada sin titubeos, pero con las dudas de quien debe confiar su misma libertad a quien tiene al lado.
(Con información de EFE)