En medio del frío de los Andes peruanos, Jesús Pilco Mamani y decenas de otros campesinos suben un cerro una vez al año en busca de cientos de vicuñas que viven libremente y las conducen a un corral para esquilarlas.
La captura de vicuñas para extraer su lana es una faena ancestral llamada “chaccu” (o chaku). No es una labor individual, sino que participa toda la comunidad.
Los llamados comuneros salen al amanecer, van rodeando a las vicuñas en el cerro y las conducen a un corral de postes de madera con malla de casi tres metros de altura (para evitar que estos ágiles animales salten y escapen).
Los campesinos caminan lentamente y alzan sus brazos para arrear a los animales cerro abajo. Todos van bien abrigados por las bajas temperaturas y el fuerte viento andino, con sombreros para protegerse del ardiente sol.
En Totoroma, 50 kilómetros al suroeste del lago Titicaca, esta semana los comuneros cumplieron esta tarea que se remonta a siglos antes de la llegada de los conquistadores españoles.
Participan hombres y mujeres, vestidas con anchas faldas y algunas con sus bebés en la espalda, sujetos con una colorida manta tradicional. Este año en el “chaccu” todos llevan mascarillas para protegerse del COVID-19.
“Como comunero he iniciado este trabajo en el año 1986”, cuenta Pilco Mamani. Sus padres y abuelos también cumplían esta labor que contribuye al sustento de las familias pertenecientes a unas 290 comunidades andinas peruanas.
Estas comunidades producen más de 10 toneladas de fibra de vicuña al año, de las cuales se exportan casi siete toneladas, según cifras oficiales. La lana se usa en la confección de prendas de vestir.
Símbolo nacional
Como otros camélidos andinos, la vicuña vive en zonas de los Andes sobre los 3,500 metros sobre el nivel del mar. Su lana es de las más finas y caras del mundo, pero obtenerla no es tarea fácil, a diferencia de la fibra de la alpaca.
Son animales que -como los guanacos- no han sido domesticados, a diferencia de las llamas y alpacas, los otros camélidos sudamericanos. Todos tienen ancestros comunes con los camellos del Medio Oriente.
Dentro del corral, dos comuneros sujetan a una vicuña sobre una lona en el suelo, mientras un técnico la va esquilando rápidamente con una máquina conectada a un generador portátil. La lana de cada ejemplar es colocada dentro de una bolsa plástica individual.
Una vez que el animal de color marrón claro ha sido esquilado, lo dejan salir del corral y parte velozmente de vuelta al cerro. Esta labor se repite en cada comunidad.
La vicuña, cuya imagen aparece en el escudo nacional de Perú, es una especie protegida y se hacen esfuerzos por evitar su caza furtiva. Se estima que en el país hay unos 200,000 ejemplares.
US$ 400 por kilo
A diferencia de la época precolombina, ahora los comuneros peruanos cuentan con asesoría técnica y veterinarios enviados por el Ministerio de Agricultura y los gobiernos regionales (el de Puno en el caso de Totoroma).
“Es una actividad ancestral que se lleva (haciendo) desde tiempos inmemoriales y ahora estamos dando apoyo como administración pública del Estado”, dice el veterinario Jaime Figueroa, a un costado del corral.
La fibra de vicuña en bruto se cotiza en unos US$ 400 el kilo, varias veces más que la lana de alpaca, pero los volúmenes de producción son muy diferentes.
Mientras una alpaca proporciona unos tres kilos de lana, una vicuña no supera los 200 gramos.
En el 2019, Perú exportó siete toneladas de fibra de vicuña, con retornos de US$ 3 millones, mientras que los envíos de lana de alpaca superaron los US$ 300 millones, según cifras oficiales.
“Cada vicuña aporta un promedio de producción de 150 a 180 gramos”, explica Erick Lleque Quispe, funcionario del gobierno regional de Puno, agregando que en el “chaccu” de Totoroma fueron capturadas unas 500 vicuñas y “sacaremos unos 35-40 kilos” de lana.