(Foto: Archivo)
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Ochenta años después del tratado de paz de Río de Janeiro, que puso fin al conflicto ecuatoriano-peruano sobre la zona fronteriza, la relación de los dos países es vigorosa y de integración intensa, tras varios sobresaltos y con una tranquilidad que realmente se consolidó recién en 1995.

El denominado Protocolo de Paz, Amistad y Límites de Río de Janeiro, firmado el 29 de enero de 1942 y del que este sábado se cumple el octogésimo aniversario, inició la normalización de las relaciones bilaterales después de décadas de incidentes y combates, incluyendo la guerra de 1941, cuando las tropas peruanas ocuparon fácilmente varias provincias del país vecino.

Para el Ministerio de Relaciones Exteriores de Perú, el Protocolo de Río de Janeiro constituye un tratado fundamental y una piedra angular para las relaciones entre ambos países al mantener la frontera original en el momento de la independencia sin desconocer el derecho de Ecuador a navegar por el Amazonas y sus afluentes.

Lo más destacado, según explican en la Cancillería peruana, es la participación de Estados Unidos, Brasil, Argentina y Chile, países que adoptaron el papel de garantes para ejercer de mediadores y garantizar el cumplimiento del acuerdo por ambas partes.

La Cancillería de Perú ve en este Protocolo “toda una construcción política y diplomática de lo más sofisticada, un ejemplo de diplomacia suramericana”, porque entre los garantes está Brasil, el país más grande la región, y Chile, que en el momento que se firmó el protocolo tenía aún asuntos pendientes con Perú.

Un punto de partida

Una visión que, sin embargo, suele diferir de la que se tiene al otro lado de la frontera.

La pérdida de territorio que conllevó para Ecuador la firma del Protocolo fue durante años una dolorosa espina para Quito, que llegó a esa instancia en medio de dificultades políticas internas, adoleciendo de una ausencia de política estatal sobre temas internacionales.

Ese tratado “significó una imposición luego de una derrota con el territorio ecuatoriano ocupado por fuerzas peruanas y bajo la amenaza de los propios garantes de que si no se firmaba, Perú tomaba Guayaquil en cinco días”, comenta Paco Moncayo, académico de número de la Academia Nacional de Historia Militar y académico correspondiente de la Academia de Historia de Ecuador.

Pero independientemente de estas consideraciones, para el analista y académico ecuatoriano Santiago Basabe, el Protocolo sirvió como punto de partida para plantear las posiciones diplomáticas de ambas naciones, lo que permitiría más tarde sellar la paz.

Por ello, se refiere al Protocolo como uno de los hitos de la historia que establece un antes y después en las relaciones con Perú en medio de tensiones que se disiparon con la firma de la paz tras la Guerra del Cenepa, librada entre enero y febrero de 1995.

Este nuevo conflicto bélico, surgido después de que Ecuador retomara en la década de 1960 sus ambiciones de soberanía sobre las provincias peruanas de Jaén y Maunas, se zanjó con el Acta de Brasilia (1998), que contó con los mismos cuatro garantes y se convirtió en una suerte de ratificación del Protocolo de Río.

Para la Cancillería peruana, el Acta de Brasilia fue el auténtico punto de inflexión que cambió radicalmente las relaciones entre Ecuador y Perú, que pasaron de la desconfianza mutua a la “absoluta confianza, diálogo político permanente y cooperación intensa en todas las áreas”.

Integración lenta

“Los latinoamericanos nos dimos cuenta tarde de que divididos, fracturados y fraccionados somos realmente débiles para cualquier acción en defensa de los intereses de cada Estado”, comenta Moncayo al indicar que, a partir de 1998, “con una paz que se logró negociada, ya no con la pistola en la cabeza, como en Río de Janeiro”, las cosas cambiaron “para bien y de forma acelerada”.

Prueba del avance en las nuevas relaciones son los 14 gabinetes binacionales que han celebrado desde entonces ambos países, porque “la relación está en ese sentido resuelta, en una frontera perfectamente delimitada y en una voluntad de ambos Estados de construir una relación de cooperación e integración intensa”, según el Gobierno peruano.

Ahora están vinculados por retos comunes para mejorar las condiciones de zonas fronterizas, como la culminación de las cinco carreteras que unen a ambos países, la descontaminación del río Puyango, el combate a la minería ilegal y el desminado en las zonas que fueron escenario de los enfrentamientos bélicos.

“Me parece que nos hemos quedado lerdos en los temas de integración, que nos falta mucho por hacer, que incluso los acuerdos derivados de los tratados de paz han ido demasiado lentos”, cuestiona sin embargo Moncayo, para quien ambos Gobiernos deben trabajar juntos en beneficio de la población.

A juicio de este excandidato presidencial y exministro de Defensa, se debe pisar el acelerador de la integración en áreas como la conectividad, el comercio y la seguridad.

Basabe coincide con Moncayo y cree que Ecuador y Perú viven ahora una “vigorosa” relación, pero con una marcada lentitud en la integración real, en especial, en asuntos comerciales, de turismo, académicos y culturales, comenta.

Pero el “solo hecho de no vivir con la amenaza de la guerra”, es para Moncayo -exjefe del Teatro de Operaciones Terrestres durante el conflicto del Cenepa- una gran herencia para las nuevas generaciones.