La reunión ginebrina entre los cancilleres norteamericano y ruso, los señores Blinken y Lavrov, concluyó, este 21 de enero, con la primera etapa de conversaciones diplomáticas que pretenden desescalar la crisis de Ucrania. En conferencia de prensa el Sr. Blinken hizo un frío y preocupado recuento de la reunión con su contraparte realizada como colofón de las sostenidas entre los vicecancilleres de ambas potencias en Ginebra, de la OTAN y Rusia en Bruselas y con la OSCE en Viena.
Si esa etapa terminó sin resultados de distensión, una segunda etapa del proceso diplomático se ha abierto. A la exposición de crudos planteamientos de parte sigue ahora un período de respuestas escritas de Estados Unidos a Rusia y una evaluación de las mismas por esa potencia a la espera de que ésta considere mejor el trato de temas de interés mutuo (cooperación para un nuevo tratado nuclear con Irán, control de armamento, medidas de confianza, transparencia en ejercicios militares, etc.). Eventualmente los presidentes Biden y Putin podrían clarificar y canalizar los resultados en una reunión cumbre cuya conveniencia debe aún evaluarse.
Pero, a la espera de esos desarrollos en el corto plazo, Rusia ha seguido fortaleciendo su posición en los límites con Ucrania mediante el traslado de materiales y hombres a la zona fronteriza y Bierlorrusia; Estados Unidos y otros miembros de la OTAN (el Reino Unido, los países bálticos entre otros) refuerzan materialmente a Ucrania y otros miembros de la alianza (España, p.e.) consolidan capacidades euroatlánticas en Rumanía y el Mar Negro
Los diferentes aportes son aún menores. Estados Unidos suma ahora US$ 200 millones a la cooperación militar previa de US$ 650 millones para Ucrania (que es un socio de seguridad, pero no un aliado) acompañados de la alerta (no el despliegue aún) de 8.5 mil hombres para Europa del Este. Si estas capacidades son complementaria de los esfuerzos incrementales de los miembros europeos de la OTAN, son también indicativos de un mayor compromiso de seguridad norteamericano (el “tripwire” que garantiza el incremento de la cooperación en caso de conflicto).
Un signo adicional del incremento de la tensión en la zona ha sido la orden de retiro de las familias de funcionarios norteamericanos y británicos destacados en Kiev. Esta medida preventiva muestra cuán verosímil es el riesgo de una invasión rusa que el presidente Biden cree que se realizará de alguna manera según lo expresado públicamente por ese mandatario y que, no obstante, intenta disuadir.
Como parte de su estrategia de disuasión hecha pública, el presidente Biden se había restringido, hasta ahora, a la mención de medidas coercitivas económicas (aislamiento financiero ruso, búsqueda de proveedores alternativos de gas a Europa, supresión de comercio tecnológico, etc) que ha calificado de “masivas”. Al respecto, el mercado financiero ruso ya hace visible el impacto de ese anuncio con la depreciación del rublo que cayó ayer -2.3% en el marco de un deterioro potencial inmediato de esa moneda del orden del 20% mientras la bolsa caía -8%.
Y aunque la bolsa de Nueva York tuvo, también ayer, su peor día desde octubre pasado con el Dow cayendo fuertemente (aunque cerró en azul), la volatilidad estuvo allí asociada al problema inflacionario y la respuesta que dará el FED (subida de intereses y recortes de compra de activos) y no a un schock negativo proveniente del Cáucaso. Sin embargo, no se puede descartar que, en el futuro, ese shock se produzca. Especialmente cuando el escenario de lo económicamente coercitivo ha sido superado en estos días por las ayudas y los despliegues militares.
La OTAN, sin embargo, no está completamente unida en estos despliegues. En efecto, la mayor potencia económica europea -Alemania- ha mostrado su desacuerdo al respecto a pesar de haber convenido en que Rusia pagaría “un alto precio” si invadía. El nuevo gobierno socialdemócrata alemán, vigente en un país que exporta armamento, ha decidido no facilitar la entrega de armas a regiones en conflicto consistente con una vieja tendencia en la social-democracia alemana, y teniendo en cuenta la historia germano-rusa y un supuesto estímulo beligerante que tendría el incremento de la capacidad militar en el área.
De otro, el reflejo del activismo militar en Europa ya impacta en el Pacífico cuya cuenca no es un escenario hermético. En efecto, una nueva invasión del espacio aéreo de Taiwán por una flota china de 39 aviones de combate (el 2ª más poderoso sobrevuelo desde octubre pasado que incluyó a 51 aviones) da una idea de cuán rápida y poderosamente puede expandirse el conflicto en Eurasia a otros escenarios por razones de balance estratégico. Es verdad que la China practica este tipo de incursiones desde hace tiempo para confirmar su reclamo de soberanía y que esas acciones tienen su propia racionalidad. Pero hacerlas coincidir hoy con la escalda eurasiática no es un maniobra de rutina para una gran potencia como la que preside Xi Jing Pin.
Y menos cuando buques de guerra de Rusia, China e Irán han escogido estos días de conflicto para realizar maniobras conjuntas en el Océano Índico (escenario defendido por el QUAD occidental) para “fortalecer la seguridad” en ese escenario y sentar bases de cooperación entre las partes.
Si bien la cooperación de seguridad sino-rusa se ha incrementado en los últimos tiempos, elegir un escenario estratégico que ha organizado Occidente (el correspondiente al océano Índico) sobre la base de un concepto japonés e incluir a una potencia regional del Golfo Pérsico (Irán, que pone dificultades a la renovación del acuerdo nuclear del 2015 que restringía sus capacidades en esa materia) es, aquí, una novedad. Ella demuestra cómo las grandes potencias pueden involucrar militarmente en escenario lejanos a potencias menores provenientes de un escenario donde las potencias mayores tienen intereses estratégicos.
El Perú no puede permanecer silencioso frente a estos hechos que lo involucran periféricamente en lo estratégico (ése es su status en Occidente) y multilateralmente en lo diplomático. En consecuencia, ya es hora de que contribuya a llamar la atención de la Asamblea General de la ONU por un hecho que claramente pone en riesgo la paz y la estabilidad mundial y de que, en el proceso, cumpla internacionalmente con sus responsabilidades.