Decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Tecnológica del Perú (UTP)
Los grandes éxitos empresariales siempre han venido de la mano de la visión, del talento y de la innovación. Estos tres conceptos se mueven en la no linealidad corporativa y en la disrupción, conduciendo al éxito de la organización y al liderazgo de los mercados.
La tecnología, la estrategia y la innovación generan cambios trascendentes. No obstante, muchas corporaciones han optado por modelos lineales, que les aportan una sensación de control sobre la incertidumbre, pero que podrían afectar su continuidad.
Cuando hablamos de transformación digital, una parte del sector productivo adopta el proceso como una mejora tecnológica, pero no como parte de su estrategia, ni de una política de innovación.
Esto pone en riesgo la sobrevivencia de esas empresas, en un mundo donde la cuarta revolución industrial implica la transformación total de las mismas para que sean competitivas.
Según estudios del IMD World Competitiveness Center, los países que lideran el ranking de competitividad digital, no solo se orientan a la tecnología, sino también al conocimiento y la capacidad de desarrollo. El estudio también muestra que Latinoamérica está fuera de este escenario de competitividad digital, lo cual deberíamos revertir.
Lo primero que debemos hacer es entender el proceso de transformación digital, el cual no solo está ligado a un cambio tecnológico. Por ello, el mercado latinoamericano debe apostar por el talento innovador, con un alto nivel de competencias duras, visión estratégica, pensamiento crítico e innovación disruptiva.
Las métricas principales en este proceso deben ser la adaptabilidad, la integración y la agilidad en el proceso, priorizando lo importante sobre lo urgente.
En este escenario, la tecnología es un medio para el cambio, pero no el fin en sí mismo. Las empresas tienen que adaptarse de manera dinámica y continua, direccionando la inversión estratégica de capital y la innovación, desde la dinámica de los cambios en el entorno competitivo. Todo esto desplegado dentro de un liderazgo ágil y colaborativo, orientado a la gestión del conocimiento y al cambio cultural.
En resumen, el camino para incorporar la tecnología y el nuevo conocimiento recae en tres puntos: integrar la capacidad de manejar inteligentemente la información (smart data), utilizando el data science y la inteligencia artificial para predecir lo que va a ocurrir; integrar las habilidades internas de la organización para aprovechar las herramientas tecnológicas, enfocándolas a la transformación de procesos, productos y servicios; e integrar la capacidad de innovación, mediante la toma eficaz de decisiones, con el fin de lograr una ventaja competitiva para alcanzar el liderazgo.
La transformación digital es el reto más importante y complejo que enfrenta el sector productivo a lo largo de su historia. Para lograrlo es necesario el talento, la estrategia, pero, sobre todo, un liderazgo innovador capaz de transformar la cultura de la organización.