¿Cómo identificar el momento para dejar de invertir en bolsa en Estados Unidos? En 1929, el empresario y político estadounidense Joseph Kennedy supuestamente lo supo tras oír a un lustrabotas dando consejos bursátiles. El 2000, la puerta de salida pudo verse luego de que 17 firmas “dotcom” pagaron millones de dólares por cortos espacios publicitarios en la transmisión del Super Bowl. ¿Alguna señal para deshacerse de tenencias este año?
Keith Gill, arquitecto del frenesí de las “acciones meme”, ha regresado a las redes sociales. El 2021, exhortó a inversionistas minoristas a comprar acciones de GameStop, una cadena de tiendas de videojuegos en aprietos financieros. Aparentemente, ahora posee una participación en la empresa por algunos cientos de millones de dólares. El precio de la acción de GameStop ha retomado el ímpetu de hace tres años y, desde el retorno de Gill, ha subido más de 40%. La empresa ha sacado provecho de la excitación: ha emitido acciones por unos US$ 3,000 millones. Si se trata de señales de exceso especulativo, este es el mejor ejemplo.
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El índice referencial S&P 500 está alcanzando nuevos picos cada dos semanas, alimentado por el entusiasmo que genera la inteligencia artificial (IA). Esto hizo que, el 18 de junio, la diseñadora de chips Nvidia fuese la compañía más valorizada del mundo. El ratio precio-utilidad ajustado cíclicamente, popularizado por Robert Shiller, de la Universidad Yale, está cercano a 36. Solo fue superior antes de los colapsos bursátiles de principios de la década del 2000 y en el 2022 –y no tan superior–.
Basados en esta evidencia, parece una certeza que habrá una corrección, pero hasta que llegue ese momento, existe una perspectiva más preocupante. A pesar de los máximos que el rally ha alcanzado, todavía tendría para rato. Es que las acciones caras pueden encarecerse más si los inversionistas siguen comprándolas. Para entender esa tendencia, hay que tener en cuenta el concepto de “duración”.
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Típicamente, es aplicado a bonos y es similar a su maduración. Es el tiempo promedio hasta que ocurren los desembolsos futuros del bono, tanto cupones como repagos, ponderados por el tamaño de cada desembolso. En matemática financiera, que tiende a ser complicada, la duración tiene un significado bastante elegante: es la sensibilidad del precio de un activo a cambios en las tasas de interés. Un activo de larga duración –como un bono a 50 años– es golpeado por alzas en las tasas de interés y se aprecia mucho si estas bajan. El dinero en efectivo, cuyo valor no varía ante dichos cambios, tiene una duración de cero.
¿Y las acciones? Intuitivamente, aquellas cuyo valor deriva en gran medida de ganancias en el futuro distante, deben tener una duración más cercana a la del bono de larga duración que a la del efectivo. Lo mismo pasa con acciones con alto ratio precio-utilidad, pues harán falta muchos años de ganancias para pagar su costo inicial. En otras palabras, el mercado bursátil estadounidense –caro y liderado por gigantes tecnológicas que prometen innovación– tiene una muy larga duración.
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En tanto, las tasas de interés están listas para disminuir. En la reciente reunión del comité que fija la tasa de interés de la Reserva Federal (Fed), que culminó el 12 de junio, hubo miembros que solo esperaban una rebaja antes de fines de año (ya no tres). Pero más significativo fue que los precios de las acciones subieron ante la noticia, lo que indica que los inversionistas habían anticipado esa cautela, en lugar de subestimarla (como solían hacerlo en años recientes).
Los traders de tasas de interés esperan que la tasa de corto plazo de la Fed cierre el año alineada con las proyecciones de sus funcionarios. Los mercados financieros han tendido a ser más optimistas que la entidad, lo cual ha dejado margen para sorpresas que elevan los rendimientos de bonos y abaratan los activos de larga duración. Pero si la próxima movida de la Fed es reducir su tasa, ocurriría lo contrario.
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Hay un obvio contraargumento: el reciente jolgorio con los precios de las acciones, a pesar del rendimiento en alza de los bonos, muestra que el análisis de la duración no tiene sentido cuando se aplica a la bolsa. Un teórico podría replicar que los precios de las acciones se han disparado a pesar de la presión a la baja en las tasas de interés. Probablemente esté más cerca de la verdad decir que actualmente, por alguna razón, los inversionistas parecen dispuestos a creer cualquier narrativa que presente el escenario más alentador.
A fines del 2023, era que los rendimientos de bonos estaban cayendo y que serían seguidos por las tasas de interés. Este año, dado que esas esperanzas se diluyeron, se habla de la IA y la resiliencia de la economía estadounidense. Que no sorprenda si la duración vuelve a la palestra cuando alguna narrativa positiva deje de serlo. La primera aparición de Gill anunció un crash, pero este solo ocurrió después de mucha más euforia. Al parecer, los lustrabotas aún no están dando consejos.
Traducido por Antonio Yonz Martínez.
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