Profesora de Escuela de Gestión Pública de la UP
Los fundamentos que explican la mayor dinámica productiva en los mercados descansan en la lógica de las ventajas competitivas, o en otras palabras, en la capacidad de posicionarse en los mercados respecto a los competidores y hacer sostenible la puesta en valor de los productos.
Sin embargo, cuando hablamos de políticas de promoción de las industrias, parece que vivimos estancados en la visión tradicional que concibe el desempeño de las empresas como la suma de productores autónomos, ajenos a los rápidos y constantes cambios en los procesos tecnológicos-productivos y a las dinámicas de las redes de agentes vinculados a los sectores.
Por ello, es claro notar cómo hay una tendencia de mantener propuestas cojas, que si bien muchas apuntan a mejorar los procesos productivos (por ejemplo, a través de la dotación de insumos, acceso a financiamiento, entre otros), dejan de lado el componente de sostenibilidad como la adecuación de procesos para la integración a los mercados y la adaptación a nuevas y mejores tecnologías, lo que finalmente lleva hacia una ruta de crecimiento que acaba eventualmente en un callejón sin salida.
Más aún, en el extremo están este grupo de políticas, que podrían generar un atractivo titular para el sector, pero cuyo contenido es por lo general contraproducente y cuya ejecución puede incluso desarrollar efectos contrarios, perjudicando a las mismas empresas supuestamente beneficiadas, a los mercados e incluso a terceros, como al consumidor final. Un ejemplo es la protección de productos agrícolas a través de restricciones a la importación de productos como el arroz, el maíz amarillo, la papa, entre otros. Políticas que ponen un ancla al desarrollo de la competitividad de la industria y que está lejos de dar con el problema central que sufren los productores.
Por ejemplo, en el caso del arroz: de acuerdo con el SIEA (Sistema Integrado de Estadística Agraria), a julio el precio del arroz nacional oscila entre S/ 2.5 para el arroz extra y S/2.2 para el arroz superior; sin embargo, el arroz uruguayo (que representa el 43% del arroz importado), con un precio de S/ 3.6, es 42% y 64% más caro que los nacionales. Aún así, el arroz uruguayo es el principal proveedor de arroz en el Perú, debido principalmente a la diferencia en la calidad, lo que permite concluir que ambos productos no representarían una competencia entre sí, y no lo será hasta que la producción nacional mejore la calidad de su producto. Lo que sí es indiscutible, es que el esfuerzo es aún muy débil, el gasto en política agraria en total no llega ni al 0.1% del PBI, y el presupuesto destinado a los esfuerzos para incrementar la producción y rentabilidad del sector agrario apenas supera el 0.05% del PBI.
Más aún, una posible protección arancelaria debería considerar el efecto en las exportaciones de arroz que se da en el marco de acuerdos de libre comercio, y que el año pasado superaron los US$ 30 millones. Sin contar los posibles efectos en la incapacidad de abastecer el mercado interno, el incremento del arroz a los consumidores final y los inmensurables efectos en las exportaciones ante eventuales medidas similares que interpondrían nuestros socios comerciales.